24 de diciembre de 2018

El PIB en la era digital: llega el PIB-B


El producto interior bruto (PIB) es el indicador macroeconómico por excelencia. El PIB nos informa del valor de los bienes y servicios producidos en una economía en un período dado y, de esta manera, nos permite ordenar distintos países o territorios en función de su magnitud económica. Según la perspectiva que se adopte, el PIB nos ofrece información acerca de: i) lo que se produce, con su composición sectorial; ii) los grandes componentes del gasto de una economía, cuánto se consume y cuánto se invierte, lo que se exporta, y lo que se importa del extranjero; o bien iii) las grandes categorías de rentas que se obtienen como contraprestación por intervenir en la producción de bienes y servicios. El ritmo de evolución temporal del PIB marca la tendencia económica de auge, estancamiento o recesión. En fin, las estadísticas relacionadas con el PIB ocupan un lugar preponderante en el cuadro de mando del gobierno económico de cualquier país.

Pese a dicha importancia, si hacemos caso de algunas encuestas, una buena parte de la población española no tiene un adecuado conocimiento de la referida magnitud económica y hasta muestra dificultades para diferenciarla de otros conceptos básicos como el índice de precios al consumo (IPC). Ahora bien, en ocasiones, incluso quienes conocen su definición pasan por alto algunas deficiencias inherentes al PIB como indicador y, asimismo, lo utilizan para fines para los que no fue concebido. El PIB no recoge los daños medioambientales ocasionados por las actividades productivas, como tampoco completamente el trabajo doméstico realizado por las familias, y se enfrenta a trabas sustanciales para estimar el valor de otras producciones no de mercado tan relevantes como la del sector público. No menos significativa es la improcedencia de utilizar el PIB como indicador representativo del bienestar.

Si la necesidad de revisar la fisonomía del PIB era patente desde hace tiempo, las extraordinarias transformaciones originadas por el proceso de digitalización de la economía y la sociedad no han hecho sino elevar el tono de ese requerimiento, convertido ya en inaplazable. De no hacerlo, la reconfiguración de las relaciones económicas convertiría la separación actual, entre lo que transmiten las cifras acuñadas a la vieja usanza y la realidad que vivimos, en divorcio total.

Diversas iniciativas, entre las que sobresalen las impulsadas por organismos e instituciones internacionales como el FMI, la OCDE o la Comisión Europea, se han puesto en marcha. Algunas de ellas pretenden encontrar una alternativa a fin de captar los efectos positivos derivados de la economía digital.

Un mero repaso de cómo las nuevas tecnologías, los smartphones, las redes sociales y las plataformas de transacciones que han surgido han transformado nuestra existencia da idea de la trascendencia de los cambios registrados:

  • Tales plataformas online permiten implicar directamente al usuario final en la gestión de los servicios demandados, realizando por sí mismos una serie de tareas por las que anteriormente pagaban o que integraban el circuito de distribución tradicional. De esta manera, parte de la actividad económica tiende a separarse del ámbito de producción cubierto por el PIB.
  • Al margen de su amplia gama de prestaciones, los smartphones han disparado el número de fotografías que se toman en el mundo y eliminado su coste. Según la ponencia presentada, en una reciente conferencia del FMI, por un equipo de investigadores encabezado por Erik Brynjolfsson, profesor del MIT, el número de fotografías ha pasado de 80.000 millones al año en 2000 a 1,6 billones en 2015, y su coste unitario, de 50 céntimos a cero.
  • También escapa de la órbita del PIB el valor de los servicios que las redes sociales aportan a sus usuarios. Al tratarse de servicios gratuitos, obtenidos a cambio del suministro de datos, no encuentran ningún registro económico directo, si bien cabe plantearse si están recogidos indirectamente en el PIB como parte del precio de los productos publicitados o en el de las empresas que adquieren los datos. El referido equipo investigador ha estimado, mediante encuestas, que, en Estados Unidos, los usuarios de Facebook estarían dispuestos a pagar un precio de unos 42 dólares al mes por los servicios de esta red social, lo que, extrapolado, equivaldría a un 0,11% o un 0,47% del PIB, según distintos supuestos. Y si la actividad de Facebook se hubiese computado en los datos del PIB, la tasa de crecimiento económico anual de Estados Unidos entre 2003 y 2017 habría pasado del 1,83% al 1,91% o al 2,20%.
  • Los mismos investigadores, a través de experimentos realizados en Holanda, a fin de identificar el precio que los usuarios exigirían para renunciar a las utilidades de las aplicaciones, han estimado una valoración de Facebook de 97 euros al mes, que queda notoriamente superada por la de WhatsApp (536 euros). Otras valoraciones son las de Google Maps (59 euros), Instagram (7 euros) y LinkedIn (1,5 euros). Curiosamente, para Twitter, el valor obtenido es nulo.
  • Otro estudio revela que un residente en Estados Unidos exigiría 150 dólares por renunciar al acceso a Wikipedia durante un año. Se ha calculado que los ingresos mundiales anuales de Wikipedia, en caso de que vendiera publicidad, ascenderían a 6.000 millones de dólares.
  • Tampoco faltan estimaciones del valor de la producción de software libre (un total de 35.000 millones de dólares anuales en Estados Unidos) y el de los datos acumulados por las grandes compañías, que, en el caso de Amazon, se eleva a la cifra de 125.000 millones de dólares, según Gillian Tett.

A efectos de subsanar las omisiones del PIB en relación con los servicios reseñados, el equipo de investigadores mencionado ha propuesto la introducción de una nueva métrica, a la que denominan “PIB-B”, con objeto de tomar en consideración los beneficios de los nuevos bienes y servicios, muchos de ellos gratuitos, aportados por la revolución digital. No es, desde luego, una tarea sencilla, pero apunta una senda ineludible si queremos tener una imagen más ajustada de la verdadera magnitud de las nuevas realidades económicas.

(Artículo publicado en el diario "Sur")

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