La historia de una ciudad está en
sus calles, en sus plazas y avenidas; reposa en las fachadas de sus monumentos;
revive en los rasgos y en el carácter de sus habitantes; anida en los surcos
que ha ido labrando el tiempo; se adormece en los jardines donde acuden las
almas solitarias; palpita en todos sus rincones, reales o imaginarios. Todo eso
y mucho más forma parte de su ser. En su largo camino se han ido quedando atrás
símbolos e imágenes que ayudaron a forjarla tal como es, dejando una huella,
que aún permanece, aunque no siempre se perciba a simple vista.
Las empresas, ya se trate de una
factoría, de un establecimiento comercial o de un local de servicios, como
organismos vivos condenados a ganarse cada día la supervivencia, amenazados por
fuerzas internas y otras que llegan del exterior, en distintos grados de
permanencia e intensidad, han sido un elemento imprescindible en la
configuración urbana. Como seres vivientes, las empresas presentan una gran
heterogeneidad en cuanto a su origen, apariencia, dimensión, actividad y
longevidad. Sea cual sea el perfil concreto que adopte, toda empresa se ve
sometida a la dialéctica permanente que impone la dinámica económica y social,
más o menos exigente en función del sector y del entorno en el que opera. Cuando
una empresa se extingue es como si con ella se esfumara una parte de nuestras
vivencias, como si se desprendiera una pieza del mosaico que representa la
actividad económica y también el panel del entramado social, dejando un hueco
que no volverá a rellenarse.
Que muchos establecimientos no
formen parte del paisaje urbano de hoy no significa que debamos ignorar su
papel, que olvidemos lo que hicieron para construir nuestro presente y lo que
aportaron a nuestra idiosincrasia.
Rendir un homenaje a las unidades
empresariales que, por una u otra razón, se han ido desprendiendo de ese gran
mosaico, es el propósito que inspira el proyecto Mlk del Instituto
Econospérides. Pero una cosa es una mera declaración de principios y otra, muy
distinta, la capacidad de materialización de la aspiración que subyace en
aquélla. A tenor de los exiguos recursos disponibles, esa capacidad es
ciertamente modesta, por lo que este proyecto no se plantea ninguna meta que,
ni de lejos, pudiera tacharse de ambiciosa. Más bien, la pretensión no es otra
que la de abrir una senda, que venga a añadirse a otras ya trazadas por otros
autores, para ir recordando imágenes hoy ausentes, sin objetivos cuantitativos
concretos. Aun cuando ese espíritu se extienda sin límites temporales, que se
remontan al origen de los tiempos malacitanos, con la fundación del núcleo
fenicio llamado Malaka o Mlk, la iniciativa surge a raíz de la reflexión en
torno a la ausencia de establecimientos que identificaban la fisonomía de la
Málaga de los años setenta del pasado siglo.
Apelando una vez más a la
filosofía machadiana de hacer camino al andar, no nos fijamos alcanzar ninguna
cota de antemano, ni siquiera mínima. Tampoco, al menos en su fase inicial,
ningún formato cerrado. Si el proyecto logra echar a andar, ya habrá tiempo de
pensar en dotarlo de alguna estructura definida, así como de un nombre
adecuado.
Las trayectorias de las empresas
más significativas están documentadas en los textos de historia. Aunque sólo
sea a título de recordatorio, tienen, naturalmente, abiertas de par en par las
puertas de este modesto proyecto, pero, especialmente, aquellas otras menos
conocidas o que han pasado desapercibidas.
Como dejaba escrito en una de las
entradas de este blog, de agosto de 2017, uno de esos negocios anónimos fue el
de María Quintero, conocida en mi barrio como María la del carrillo. Ella fue
la primera empresaria que conocí, en mi infancia, cuando corrían los primeros
años de la década de los sesenta. A su recuerdo van dedicadas estas líneas.