11 de junio de 2021

La quimera de la vida: la lucidez tenebrosa de Cioran

 

Las tardes de los viernes son particularmente propicias para visitar a Cioran y dejarse arrastrar por los intrincados vericuetos de su desgarradora prosa. Nuevo fin de semana, aunque, a estas alturas, no estoy ya tan seguro de que las semanas tengan fin, ni tampoco de cuándo empieza y acaba un día. La vida instalada en un tropel que se pierde en la memoria. Aun así, recuerdo aquellas lejanas tardes infantiles en las que el Sol descendía sobre la adorada cima del Monte Coronado. Mientras, trataba de vislumbrar un futuro desprovisto de inacabables pruebas y exigencias. A duras penas llegó luego un futuro que desveló su verdadero rostro para mostrar que la vida sería un arduo proceso sujeto a evaluación continua.

Todas las quimeras soñadas se hicieron añicos… “Pero para llegar a ese lugar es preciso haber sufrido mucho, y para que los actos de nuestra vida adquieran profundidad es mucho lo que tendríamos que padecer. Nuestros actos cotidianos son banales e insignificantes cuando se realizan en las condiciones naturales de la vida. El mero hecho de vivir, por sí solo, no significa nada. Vivir lisa y llanamente es no conferir profundidad alguna a los actos de la vida… Es una tontería afirmar que la vida nos ha sido dada para vivirla; nos la han dado para sacrificarla, o sea, para extraer de ella más de lo que sus condiciones naturales permiten. No existe otra ética excepto la del sacrificio[1].




[1] Emil Cioran, “El libro de las quimeras”, Tusquets, 2021, pág. 81.


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