29 de marzo de 2020

Economía básica de la pandemia


Hace algunos años, la Reina de Inglaterra preguntaba a los economistas cómo nadie había sido capaz de ver la llegada de una crisis tan grave como la iniciada en 2007. ¿Ante quién debería alzar  ahora “HM” su dedo acusador, cuando el origen de la crisis se sitúa extramuros del mundo económico? Tal vez no sepamos la respuesta concreta, pero sí que el desconocimiento y la incapacidad de predicción no son monopolio de la profesión económica, sobre la que, no obstante, recae la responsabilidad de plantear medidas eficaces para hacer frente a una compleja y desafiante situación sin precedentes históricos.

El análisis ha de partir del reconocimiento de la naturaleza del problema generado por el Covid-19, que constituye un mal colectivo de carácter universal. Ingenuamente, al inicio, a raíz de un clamoroso fallo público internacional, se pensaba que se trataba de un asunto local e inocuo. A partir de ahí, la falta de previsión y de planificación ha allanado el camino para la propagación transfronteriza de la enfermedad. No es en absoluto fácil saber cuál debe ser el rumbo a adoptar en cada momento, pero, según The Economist, “nada aviva más los rumores y el miedo que la sospecha de que los políticos estén ocultando la verdad. Cuando se resta importancia a la amenaza en un intento equivocado de evitar el pánico, se acaba sembrando confusión y se incurre en un coste de vidas”.

Se ilustra, una vez más, la tragedia de los bienes y males colectivos mundiales: no se dispone de la coordinación ni de la capacidad de actuación acordes con su ámbito de influencia. Y, como ha señalado Martin Wolf, “ningún evento demuestra mejor por qué un estado administrativo de calidad, dirigido por personas capaces de diferenciar a los expertos de los charlatanes, es tan vital para la gente”.

En el mundo andábamos muy preocupados, con toda razón, por la aparición de un “cisne verde”, deslizándose sobre las turbulentas aguas del cambio climático, pero ha sido otra terrorífica ave la que ha venido a perturbar, no sólo el orden económico, sino también a poner en solfa el modelo de sociedad y el modo de vida imperantes en los países democráticos.

De manera tardía en la mayoría de los casos, los gobiernos nacionales han reaccionado implantando medidas inconcebibles hasta hace poco, como el confinamiento de la población. Ante una coyuntura económica que evidenciaba signos de desaceleración, tales medidas van encaminadas conscientemente a contener el aparato productivo, salvo en lo que concierne a los servicios esenciales, cuya definición, y niveles de prestación, admiten, no obstante, cierto recorrido. Evidentemente, no había otra opción. Primero la vida, después la economía, ha de ser el mantra fundamental, como nos recuerda el profesor Miguel González.

A lo largo de los últimos cien años, se han vivido grandes crisis económicas con distintas connotaciones: la Gran Depresión de 1929, que fue una crisis de demanda; la de los años 70, de oferta, y la Gran Recesión de 2009-2013, originada por una crisis financiera. Pues bien, la crisis del Covid-19 aglutina, a partir de una concatenación de efectos en cascada, esos tres componentes: i) el de oferta es palmario a tenor del alto grado de paralización del sector productivo por las causas señaladas, así como por la ruptura de las cadenas de suministro internacionales; ii) el de demanda, ante la imposibilidad de materializar el consumo de bienes y servicios presenciales en la situación descrita, y por las repercusiones negativas generadas en la actividad empresarial, el mercado de trabajo y la percepción de rentas; iii) a su vez, el deterioro de la economía real puede afectar seriamente a un sistema bancario que ya venía lastrado por una política prolongada de tipos de interés ultrarreducidos. No acabarían ahí los problemas. Los altos niveles de endeudamiento público y la falta de una adecuada gobernanza pueden añadir elementos de inestabilidad al proyecto del euro y a la sostenibilidad de las finanzas públicas de algunos países, si no se adoptan medidas adecuadas a escala de la Eurozona.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 29 de marzo de 2020)

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