Hace algunos años, la Reina de
Inglaterra preguntaba a los economistas cómo nadie había sido capaz de ver la
llegada de una crisis tan grave como la iniciada en 2007. ¿Ante quién debería alzar
ahora “HM” su dedo acusador, cuando el origen
de la crisis se sitúa extramuros del mundo económico? Tal vez no sepamos la
respuesta concreta, pero sí que el desconocimiento y la incapacidad de predicción
no son monopolio de la profesión económica, sobre la que, no obstante, recae la
responsabilidad de plantear medidas eficaces para hacer frente a una compleja y
desafiante situación sin precedentes históricos.
El análisis ha de partir del reconocimiento
de la naturaleza del problema generado por el Covid-19, que constituye un mal
colectivo de carácter universal. Ingenuamente, al inicio, a raíz de un
clamoroso fallo público internacional, se pensaba que se trataba de un asunto
local e inocuo. A partir de ahí, la falta de previsión y de planificación ha
allanado el camino para la propagación transfronteriza de la enfermedad. No es
en absoluto fácil saber cuál debe ser el rumbo a adoptar en cada momento, pero,
según The Economist, “nada aviva más los rumores y el miedo que la sospecha de
que los políticos estén ocultando la verdad. Cuando se resta importancia a la
amenaza en un intento equivocado de evitar el pánico, se acaba sembrando
confusión y se incurre en un coste de vidas”.
Se ilustra, una vez más, la
tragedia de los bienes y males colectivos mundiales: no se dispone de la
coordinación ni de la capacidad de actuación acordes con su ámbito de
influencia. Y, como ha señalado Martin Wolf, “ningún evento demuestra mejor por
qué un estado administrativo de calidad, dirigido por personas capaces de
diferenciar a los expertos de los charlatanes, es tan vital para la gente”.
En el mundo andábamos muy
preocupados, con toda razón, por la aparición de un “cisne verde”, deslizándose
sobre las turbulentas aguas del cambio climático, pero ha sido otra terrorífica
ave la que ha venido a perturbar, no sólo el orden económico, sino también a
poner en solfa el modelo de sociedad y el modo de vida imperantes en los países
democráticos.
De manera tardía en la mayoría de
los casos, los gobiernos nacionales han reaccionado implantando medidas
inconcebibles hasta hace poco, como el confinamiento de la población. Ante una
coyuntura económica que evidenciaba signos de desaceleración, tales medidas van
encaminadas conscientemente a contener el aparato productivo, salvo en lo que
concierne a los servicios esenciales, cuya definición, y niveles de prestación,
admiten, no obstante, cierto recorrido. Evidentemente, no había otra opción. Primero
la vida, después la economía, ha de ser el mantra fundamental, como nos
recuerda el profesor Miguel González.
A lo largo de los últimos cien
años, se han vivido grandes crisis económicas con distintas connotaciones: la
Gran Depresión de 1929, que fue una crisis de demanda; la de los años 70, de
oferta, y la Gran Recesión de 2009-2013, originada por una crisis financiera.
Pues bien, la crisis del Covid-19 aglutina, a partir de una concatenación de
efectos en cascada, esos tres componentes: i) el de oferta es palmario a tenor
del alto grado de paralización del sector productivo por las causas señaladas,
así como por la ruptura de las cadenas de suministro internacionales; ii) el de
demanda, ante la imposibilidad de materializar el consumo de bienes y servicios
presenciales en la situación descrita, y por las repercusiones negativas
generadas en la actividad empresarial, el mercado de trabajo y la percepción de
rentas; iii) a su vez, el deterioro de la economía real puede afectar
seriamente a un sistema bancario que ya venía lastrado por una política
prolongada de tipos de interés ultrarreducidos. No acabarían ahí los problemas.
Los altos niveles de endeudamiento público y la falta de una adecuada
gobernanza pueden añadir elementos de inestabilidad al proyecto del euro y a la
sostenibilidad de las finanzas públicas de algunos países, si no se adoptan
medidas adecuadas a escala de la Eurozona.
(Artículo publicado en el diario “Sur”,
con fecha 29 de marzo de 2020)