Si el uso de la palabra “liberal” se ve afectado desafortunadamente por sus antagónicas acepciones a uno y otro lado del Atlántico, quizás no cabría esperar con demasiada fe que el concepto de “neoliberalismo” pudiese encontrar un camino libre de ambigüedades y equívocos. Especialmente a raíz de la crisis financiera iniciada en 2007-2008 y la subsiguiente Gran Recesión, el neoliberalismo se ha convertido en una potente etiqueta multiuso a la que atribuir el origen de todos los males y, asimismo, el desmantelamiento más absoluto del sector público, que, según algunas versiones bastante extendidas, ha cedido por completo al mercado el gobierno de la economía.
Para empezar, el uso del término tropieza con el importante escollo de delimitar cuál es el verdadero núcleo de su doctrina. En un artículo reciente, Clemens Fuest (“Neodirigism”, ifo Viewpoints, 10-2-2020) recuerda que “el término realmente se refiere a una escuela de pensamiento histórica que, en respuesta a la crisis económica mundial de finales de los años 20 y comienzos de los 30 [del siglo pasado], demandaba no menos sino más acción pública para establecer condiciones que mejoraran la economía”.
El profesor Fuest, presidente del Instituto Ifo, llama la atención acerca de lo paradójico que resulta el “uso inflacionario” del término “neoliberalismo”, cuando el debate político en Alemania (y otros países) está marcado por una posición completamente opuesta a la (neo)liberal y que, según él, puede denominarse “neodirigismo”.
Éstas son las características que dicho enfoque propugna para la política económica: i) un bajo nivel de confianza en la capacidad de los mercados, los mecanismos de precios y la competencia para resolver los problemas económicos; ii) debe confiarse en la intervención pública para resolver los problemas económicos; iii) los incentivos económicos no juegan un papel central en las decisiones económicas de familias y empresas; y iv) el Estado puede redistribuir la renta a través de diferentes instrumentos (regulaciones de precios, transferencias o impuestos) sin tener que preocuparse de las distorsiones sobre el comportamiento económico ni de otros efectos colaterales perjudiciales.
En el referido artículo se analizan algunas ideas neodirigistas en ámbitos como la política medioambiental, la regulación de los alquileres de viviendas y la política del mercado de trabajo, y se constata que, en Alemania, la defensa del sistema de economía de mercado frente al intervencionismo dirigista no es particularmente popular entre los ciudadanos. Según los sondeos de opinión, la frase de que “el socialismo era fundamentalmente una buena idea, solo que ejecutada inadecuadamente” ha elevado su peso dentro de la opinión pública desde el 39% en 1991 hasta el 49% en 2018. En las regiones del Este de Alemania la cifra se mantiene constante por encima del 70%.
A pesar de lo anterior, C. Fuest considera que ese punto de vista se mantiene “en oposición a un hecho crucial: hasta la fecha, sólo las economías de mercado han alcanzado protección medioambiental y prosperidad para amplios colectivos de la población”.