6 de marzo de 2024

La superioridad de la música en vivo

 

Las diferencias entre asistir a un concierto y oír el mismo contenido musical a través de un aparato reproductor son tan ostensibles que no merece la pena entretenerse en enunciarlas. En un mundo en el que se han extendido los servicios de música en streaming, y el acceso a una infinidad de composiciones musicales es factible usualmente con sólo unos clicks, como destaca The Economist, la gente sigue acudiendo a conciertos para ver la actuación de sus artistas favoritos[1]. Ni los discos de vinilo, ni los compactos, pese a su amplia difusión, habían frenado antes esa tendencia. A tenor de la incesante demanda de asistencia a eventos musicales, no parece que los últimos desarrollos tecnológicos vayan tampoco a quebrarla.

Incluso aunque se trate del mismo contenido musical, es evidente que nos encontramos ante dos productos claramente diferenciados. Al no ser el mismo producto, no es de extrañar, pues, que existan demandas disociadas. En ambos casos, se parte de la oferta de un servicio colectivo -de alcance necesariamente limitado en los conciertos presenciales; potencialmente universal en un canal en streaming; individual o restringido, si se recurre a un disco compacto o similar-, pero la forma de recibirlo es radicalmente distinta. Cada opción tiene sus beneficios y sus costes asociados.

No obstante esas diferencias fácilmente perceptibles, los neurocientíficos han apuntado las causas profundas por las que las personas siguen acudiendo a espectáculos de música en vivo: “la música en vivo involucra los centros de emoción del cerebro más que su contraparte grabada… los conciertos son experiencias sociales en la que la gente escucha y siente la música en grupo… son también dinámicos”. Pero, pese a todo, poder disfrutar de música grabada aporta unas vías de libertad que ninguna otra alternativa puede equiparar.



[1] “Nothing better than the real thing”, 2-3-2024.


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