Recuerda Tim Harford que el email celebra este año su 50º cumpleaños[1].
Menuda sorpresa. Cuesta bastante trabajo imaginarse a alguien utilizando el
correo electrónico en el año 1971. Realmente su extensión se ha producido en
los últimos 20 años. El avance propiciado por esta vía de comunicación ha sido
espectacular. Su contribución potencial y efectiva a la eficiencia y a la
productividad es inconmensurable.
Sin embargo, no siempre es una
herramienta “win-win”. En la otra
cara de la moneda nos encontramos con unos costes de magnitud nada despreciable,
particularmente constatables en la ruptura de los ritmos de trabajo de cualquier
persona que se preste a la cumplimentación de los mensajes recibidos de manera
diligente[2].
La única alternativa sería atenderlos de manera sistemática (y selectiva) dentro
de una franja horaria estricta. No sería, a tenor de la progresión de los
flujos de comunicación, una franja estrecha ni, mucho menos, acumulable semanalmente. La vieja fórmula de la llamada telefónica tendría su papel para
advertir de las cuestiones urgentes. Pero esto es una quimera, ante una
tendencia irrefrenable a una inmediatez que campa a sus anchas.
Así, ante un panorama
comunicacional cada vez más intenso, instantáneo y multicanal, el email genera también impactos negativos
muy apreciables sobre la productividad, evidentemente, muy por debajo de sus
ventajas. Si bien, tampoco hay que desdeñar los riesgos operativos a los que
está sujeto el uso del correo electrónico.
En el artículo citado, T. Harford
realiza una serie de recomendaciones para racionalizar el uso del email. Entre ellas, estima que, aunque
uno debe ser siempre considerado, es un error categórico pensar que el correo
electrónico debe estar gobernado por las reglas de la etiqueta: “El email es una herramienta para resolver
cuestiones, y éstas no conciernen a salutaciones sino a la productividad”.
Salvo en las comunicaciones con personas de mucha confianza, creo que es una
batalla perdida.
De otro lado, recomienda hacer
uso de las utilidades que ofrecen los programas, como el del “envío programado”
para asegurarnos de que el mensaje llega en horas de trabajo, con independencia
de lo que se envía (sic). Y como solución a la sobrecarga de correos plantea
tomar decisiones claras, de forma rápida. Sin embargo, la inclinación a seguir
esta pauta, incompatible a veces con el análisis y la reflexión, puede ser una
fuente de problemas y de no pocos quebraderos de cabeza.
[1] Vid. T.
Harford, “An economist’s tips on making email work for you”, Financial Times,
26 de marzo.
[2] Otras
reflexiones se efectúan en la entrada de este blog de fecha 8 de marzo de 2021.