Happiness is a warm gun… La canción, incluida en el legendario White Album, era una de mis favoritas en
la adolescencia. Han pasado muchos años, la canción mantiene su intensidad,
pero sigo sin saber qué querría decir exactamente John Lennon. La tarea no es
sencilla; parece ser que ni él mismo lo tenía muy claro cuando escribió la
letra.
Realmente no sé qué puede
significar eso de que “la felicidad es una pistola caliente”, pero sí me he
quedado helado cuando he leído que, en el año 2020, en bastantes países ha
aumentado la felicidad, particularmente entre las personas de mayor edad. Según
un estudio de Gallup, la puntuación media para 95 países (sin ponderar por su
población), en una escala de 0 a 10, ha pasado del 5,81 en 2017 al 5,85 en 2020[1].
La pauta no ha sido generalizada. Hay países, como Reino Unido, Dinamarca y
Suecia, donde el índice de felicidad ha disminuido; en cambio, en otros, como
Finlandia, Japón, India, Estados Unidos, y España, ha subido.
El artículo referido se hace eco
de la extraña evolución reflejada para algunos países, singularmente respecto a
Estados Unidos, cuyo índice (7,0) se sitúa por encima del de España (6,5). Se
apunta la posibilidad de que, en aquel país, los confinamientos hayan podido
mantener alto el ánimo, además de que los norteamericanos hayan podido vivir en
un universo informativo alternativo, y de que creyeran que se estaba ante una
simple gripe. Salvando las distancias, en el nuestro, el “Resistiré” y los
aplausos diarios al abnegado personal sanitario probablemente jugaron un papel
importante, al menos durante una fase crucial. El componente informativo, en
sus diferentes facetas, merecería, por su importancia, alguna consideración
específica.
Al margen de todo lo anterior, lo
cierto es que, en situaciones de penuria, es cuando se aprecia el valor de
detalles que antes pasaban desapercibidos. La pandemia ha trastocado toda la
escala de valores. Aunque existe una tendencia por parte de los economistas a
generalizar los modelos representativos de comportamientos, si es que puede
concebirse una función matemática de la felicidad individual, hay que descartar
que se puedan acotar las variables a incluir en la de cada persona, que se
pueda cifrar el peso atribuido a cada una de dichas variables, en caso de que
se pudieran cuantificar, y, por supuesto, la forma en la que interactúan entre
sí. En fin, la felicidad es un enigma, un gran enigma, completamente
indescifrable.
A finales de marzo y comienzos de abril de 2020, en las primeras horas del día, la ciudad estaba desierta. Luego, ya por la tarde, los transeúntes parecían almas errantes presas del pánico, y los automóviles, una especie a punto de extinguirse. Circular por la ciudad en la madrugada generaba una situación de angustia y desesperación, a la búsqueda de un destino incierto. Por primera vez en mi vida eché de menos no verme inmerso en una aglomeración de tráfico.
La felicidad no es ningún arma,
es una entelequia, un resultado indescriptible que depende de una compleja
estructura multifactorial. Hay felicidades conscientes y otras latentes que no
se aprecian mientras existen. Las de este tipo sólo afloran cuando desaparecen algunos elementos
que las sustentaban inadvertidamente. Es entonces cuando la infelicidad vivida
puede tornarse en felicidad añorada.
[1] Vid. The
Economist, “The pandemic has changed the shape of global happiness”, 20 de
marzo de 2021. No obstante, no aparece la información relativa a la evolución de 2019 a 2020.