23 de marzo de 2021

Réquiem por el iPod

 

Desde que Spotify decretó su pase a la jubilación, sabía que, a pesar de su juventud, había quedado un tanto obsoleto, pero me resistía a aceptar la realidad y a desprenderme de él. Durante años había sido un fiel y extraordinario compañero de viaje, dispuesto siempre a arroparme sin moverse de su sitio. Su capacidad de registro era asombrosa, como también su adaptabilidad a distintos estados de ánimo o a caprichos ocasionales. Era un amigo imprescindible, uno de esos cuya ausencia nos deja desamparados.

Puede que, producto de la ola imparable de la innovación, se viera como una herramienta periclitada, pero seguía exhibiendo sus fortalezas, que no habían decaído del todo; ni mucho menos. Aportaba seguridad, autonomía y garantía, evitando tener que estar supeditados a factores exógenos. Es verdad que la espiral de comunicaciones a la que estamos permanente sometidos tiende a restringir cada vez más ese tipo de acompañamiento, pero yo seguía aferrándome a él como tabla de salvación.

Últimamente parecía dar signos de cansancio y pedía algunas pausas, pero siempre se recuperaba, volviendo a mostrar su brío y su versatilidad. Ésta vez, sin embargo, ha sido diferente. Da la sensación de que ha quedado completamente exhausto, después de tantas horas de actuación, y de que se ha desvanecido de manera irremisible. En su pequeña pantalla no aparece la temida fatídica imagen con la que el viejo Mac anunciaba un fallo en un programa o en el sistema operativo. El tono de la manzana es más amable en apariencia pero mucho más letal en la práctica. No hay posibilidad de recuperar las miles de grabaciones que atesoraba el dispositivo que revolucionó la forma de coleccionar y de escuchar música.

“Mi tiempo llegará”, proclamó en su día el colosal compositor que, con algunas de sus composiciones más significativas, ha acompañado al aparato en sus últimas horas. No estaba entre ellas la sexta sinfonía, pero sin duda la ocasión lo habría merecido.

Quise esta tarde retomar el hilo de la audición antes interrumpida, pero entonces, inesperadamente, el amigo irrepetible se quedó sin voz. Sin su presencia viva queda un vacío agobiante, un silencio atronador que nos deja inermes. Su tiempo, nuestro tiempo, ya no llegará, aunque nos cueste admitirlo.



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