No
hace mucho, Tim Harford comentaba que, a través de su cuenta en una de las
redes sociales más extendidas, había solicitado que se le formularan preguntas
económicas absurdas que el trataría de contestar con respuestas serias[1].
Algunas
de ellas pueden parecerlo, aun cuando, en ciertos casos, muestren correlación con
otras que se formulan en la realidad, e incluso con propuestas que, por una u
otra vía, logran abrirse un hueco en el campo regulatorio. Hay preguntas que
pueden resultar disparatadas en la práctica, pero que no lo son a priori, ya
que pueden emanar de inclinaciones o instintos naturales.
Una
de las preguntas recibidas encaja en esas categorías y tiene un alto interés
pedagógico: “¿Qué ocurriría si la inflación se declarara ilegal? ¿Podría
legislarse que no pudiera subir nunca ningún precio?”.
Antes
de ver la respuesta del afamado economista británico, no puede decirse que las cuestiones
planteadas se antojen descabelladas, y no es difícil encontrar situaciones
históricas que claramente las evocan.
Tampoco
da la impresión de que haya una respuesta muy simple, toda vez que el articulista dedica
una página completa a dar una explicación. A este respecto, en un tono formal,
Harford señala que el congelamiento legal de los precios haría que “la economía
no pudiera ajustarse adecuadamente a las situaciones de escasez y de sobreabundancia,
y la economía no podría adaptarse al cambio tecnológico”.
Por
otra parte, “sería también difícil abordar las fluctuaciones en la oferta y la demanda.
Supongamos que hay un aumento en la demanda de fisioterapeutas, o de café… [al no
poder subirse los precios] cabe esperar largas colas para el tratamiento y los
estantes vacíos en el supermercado”.
“¿Qué
sucedería si la inflación se hiciera ilegal? Nada bueno”, concluye T. Harford.
Eso sí, habría un florecimiento de mercados, de esos que, tradicionalmente,
se denominaban “mercados negros”.
Pensándolo bien, puede ser difícil etiquetar una pregunta como absurda, e incluso casi puede ser más fácil hacerlo con una respuesta.