Puede resultar paradójico,
pero la tesis central que Johan Norberg sostiene en “The Capitalist Manifesto:
why the global free market will save the world” (Atlantis Books, 2023;
publicado en español en 2024) se inspira en una constatación que Marx y Engels
recogían, en 1848, en el Manifiesto Comunista: “la burguesía ha creado fuerzas
productivas más masivas y colosales que todas las generaciones pasadas juntas”,
tras haber dejado sentado que “La gran industria ha creado el mercado mundial,
que fue preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha
impulsado una evolución inconmensurable del comercio, de la navegación, de las
comunicaciones terrestres”.
Según Norberg, escritor e
historiador sueco, “Marx y Engels se dieron cuenta mucho mejor que los
socialistas de hoy día de que el libre mercado es una formidable fuerza
progresista”, aunque “no supieron predecir que el capitalismo también
extendería esta prosperidad dentro de y entre las naciones”.
Tampoco causa indiferencia
su aseveración de que, a pesar de los difíciles años que se han vivido en las
dos últimas décadas, plagados de perturbaciones económicas, pandemias y
guerras, “en términos de bienestar humano, han sido los mejores veinte años en
la historia de la humanidad”. En el libro se desarrollan argumentos teóricos
para explicar las tendencias económicas y las percepciones sociales, que se
complementan con una amplia batería de datos, lo que posibilita la comparación
de distintos sistemas económicos. Así, se recoge que, entre los años 2000 y
2022, la pobreza extrema ha disminuido en una forma que no se había conocido
anteriormente. En su opinión, es difícil imaginar una prueba más contundente,
de que el progreso depende de una sociedad y de una economía abiertas, que la
experiencia del confinamiento global vivido con motivo de la pandemia del
coronavirus.
La esencia del capitalismo
del libre mercado radica en que es un sistema que traslada la gestión y el
control de la economía a miles de millones de consumidores independientes,
empresarios, y trabajadores, permitiéndoles tomar sus propias decisiones sobre
lo que creen que mejora sus vidas. A este respecto, reflexiona en torno a la
experiencia de una mayoría de países africanos que, en los años sesenta del
siglo pasado, eran más ricos y crecían más que algunos países asiáticos. Señala
casos en los que la pobreza no deriva de una carencia de condiciones económicas
favorables, sino de una falta de libertad. Asimismo, se apoya en las etapas del
socialismo identificadas por Kristian Niemietz para analizar la evolución de
países como Venezuela: “luna de miel”, “excusas”, y “esto no era el socialismo
real”. Particularmente interesante es el análisis de la evolución de China.
Siguiendo la estela de
algunas obras ya clásicas, describe en detalle toda la magia que hay detrás de
poder disfrutar de una taza de café, acto que depende de una infinidad de
decisiones, operaciones y transacciones dentro de una cadena que enlaza zonas remotas
del mundo, sin recurrir a ningún tipo de planificación superior ni establecer
una organización previa. Enemigo declarado del proteccionismo, considera que es
imposible centralizar todo el conocimiento, que está sujeto a un cambio
continuo. En un escenario en el que hay que afrontar sucesivos retos y
obstáculos, ensalza la figura del empresario, que adquiere un carácter heroico.
En su análisis de la
desigualdad, entiende que ésta puede ser positiva siempre que surja como
consecuencia de que a una persona se le ocurra algo que haga que mejore la vida
de los demás. Llama la atención en el sentido de que, por primera vez en la
historia, la desigualdad en términos dinerarios no es la misma que la
desigualad en el acceso a bienes y servicios, que antes sólo estaban a
disposición de las élites. Menciona igualmente algunas situaciones paradójicas
sobre la existencia de grandes corporaciones que dan lugar a aumentos de la
productividad y a precios más bajos. La mejor política antimonopolio es, para
él, el comercio libre y la apertura de los mercados. Consciente de los
problemas medioambientales, sostiene que el “decrecimiento económico” sería lo
peor que podríamos hacer por el mundo y por el clima.
Trazando un paralelismo
con la conocida actuación de un emperador romano en un certamen de intérpretes
musicales, en el que otorgó el galardón a un concursante sin haberle visto
actuar, Norberg proclama que “el capitalismo ha significado el mayor progreso
social y económico que la humanidad ha experimentado nunca”, a pesar de lo cual
millones de personas lo rechazan, y le otorgan el premio al siguiente cantante,
del que nunca han visto una interpretación.
El capitalismo global,
asevera, necesita amigos, defensores y educadores. Lo cual, a la vista de la
comparación de las corrientes dominantes en el ámbito de los medios de
comunicación que hace poco destacaba The Economist, bastaría para calificarlo
como “capitalista utópico”.
(Artículo publicado en el
diario “Sur”)