1 de marzo de 2024

El largo plazo: económico vs astronómico

 “En el largo plazo, todos muertos”. Cuando oímos esta archiconocida -y, también, todavía, inmortal- sentencia de Keynes, viene a nuestra mente una imagen de un tiempo lejano en el que, desafortunadamente, importará ya poco lo que ocurra. Sin embargo, aunque el economista británico atribuía a esta frase un carácter deslizante, ajustado a cada generación, su estricta literalidad no permite establecer discriminaciones cronológicas. Salvo que nos refiramos al conjunto de personas vivas en un instante determinado. 

El “largo plazo” suele ser un concepto bastante elástico en el mundo económico. Y ello a pesar de que, normalmente, se ciñe a umbrales perceptibles dentro del ciclo vital de una persona o de una empresa. Esta ambigüedad contrasta con la sorprendente exactitud con la que se expresan los calendarios astronómicos, aunque se expandan hasta dimensiones que desafían los esquemas mentales de seres con un recorrido infinitesimal dentro de tales coordenadas.

Así, es impresionante saber que, dentro de 1030 años tendrá lugar el fin de las estrellas y de toda forma de vida. Largoplacismo keynesiano en estado puro, ya sin discusión. Aunque no deje de ser una fecha relativamente cercana en comparación con el advenimiento de la “dark era”, cifrado en 10100 años. Así lo recogen Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies en su obra “Dios. La ciencia y las pruebas. El árbol de una revolución” (Ed. Funambulista, 2023). En ella se puede comprobar que Dios no tiene la exclusiva en materia de designios inescrutables. La Física aparece como un rival imbatible. Buscar una alianza entre ambas instancias lleva a un nivel de dificultad extrema.



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