Los países occidentales venían afrontando, desde hace años, un amplio conjunto de retos que desbordan la capacidad de actuación de los Estados, cuando ha irrumpido la pandemia del coronavirus. Ésta ha representado una prueba muy exigente, ante una situación de emergencia y de extrema gravedad. Sólo algunos países occidentales han logrado superar el examen, mientras que la mayoría ha fracasado, en contraposición con los resultados de una serie de países de Asia. Ésta es la tesis sostenida por John Micklethwait y Adrian Wooldridge (M&W) en su obra “The wake up call”.
Ambos prestigiosos analistas colocan las democracias occidentales delante del espejo. La imagen que se proyecta no es reconfortante; vemos cómo el espejo se agrieta y muestra sombras inquietantes. Ya en obras anteriores contraponían el desbordamiento de un Estado tendente a abarcar mucho, pero con poca efectividad, con un modelo que apuesta por la eficacia, a partir de la aplicación de una estricta meritocracia en unos cuerpos de funcionarios con retribuciones muy elevadas en los puestos clave. Ensalzan el caso de Singapur, que, a semejanza de la Gran Bretaña victoriana, ejemplifica cómo, con un reducido nivel de gasto público, se pueden desplegar importantes actuaciones de interés colectivo.
El coronavirus representa, según M&W, una señal de alarma para Occidente, que es algo más que una expresión geográfica, una idea asociada a la libertad y los derechos humanos. Ese “stress test” ha puesto de manifiesto los males que aquejan a un Estado con estos rasgos: i) desfasado (con dificultades para el aprendizaje y la adaptación); ii) estresado (presionado por una creciente gama de obligaciones muy difíciles de atender satisfactoriamente); iii) opaco (envuelto en una maraña de normas y regulaciones); iv) capturado (por grupos de interés, internos y externos); v) hipotecado (por las cargas sociales, con una edad de jubilación no ajustada a la esperanza de vida); vi) escaso de talento (incapacidad de atracción hacia el funcionariado), y vii) sin liderazgo político (descrédito social del ejercicio de la política).
Y, con ese panorama, llegó la prueba del coronavirus. Aunque reconocen que China no fue demasiado diligente en advertir al resto del mundo, dejando, por ejemplo, que salieran vuelos internacionales de Wuhan, después de haber interrumpido los internos, la culpa de lo sucedido no le es imputable totalmente. A pesar de la experiencia italiana, muchos líderes occidentales perdieron un tiempo precioso e incluso llegaron a actuar en la dirección errónea. Tres son los aspectos que destacan: una completa falta de urgencia, una incapacidad para organizar la realización de test y el suministro de equipos de protección, y una política disfuncional. Después de un repaso de la experiencia internacional, identifican una regla: “En los países donde la gente confía en sus gobernantes, se siguieron sus recomendaciones… en contraposición, aquellos Estados sin esa buena disposición acumulada hubieron de basarse en la coerción o en las mentiras”. La Administración Trump concentra enormes críticas, y también el gobierno británico, aunque éste siguió –matizan- las recomendaciones de expertos y ha admitido sus errores.
Para M&W, Occidente lleva décadas sumido en un interregno, en una tendencia a producir “síntomas mórbidos” que se han acelerado por el coronavirus. Proponen medidas para enmendar la situación. Para ilustrarlas, se plantean cómo sería el plan de actuación de un ficticio presidente estadounidense que encarnara los mejores atributos de William Gladstone y Abraham Lincoln (“Bill Lincoln”). Tres ingredientes esenciales serían: modernización básica, captación de las personas con más talento para el servicio público, y foco del Estado en aquello que es capaz de hacer bien.
A lo largo de 400 años, el secreto del éxito de Occidente ha radicado en el proceso de destrucción creativa. En la tesitura actual, la cuestión clave es si podrá superar el reto y, como en ocasiones anteriores, revisar la teoría y la práctica del gobierno, o si, por el contrario, deambulará a ciegas, dejando escapar la libertad, y permitiendo que China recupere el liderazgo global que tuvo hace siglos. El mensaje esencial de M&W es que Occidente necesita de un mejor, no de un mayor gobierno.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)