Vivimos una época
en la que se recrudece el debate entre la empresa pública y la empresa privada como alternativas
para el suministro de bienes y servicios esenciales para la sociedad. Parece imponerse
una cierta tendencia a que el sector público recupere algunas de las posiciones
perdidas a raíz del proceso de privatización. Sin embargo, esa idea parecería
chocar de pleno con la relevancia adquirida por el denominado “capital privado”
(“private equity”) frente al “capital público” (“public equity”).
Aun cuando es
evidente que los aspectos conceptuales quedan absolutamente claros en el
lenguaje manejado por los expertos, no es menos cierto que, para las personas
ajenas al mundo de las operaciones corporativas, pueden suscitarse algunas confusiones
a resultas de la maldición lingüística y conceptual que acompaña a los imprecisos
-y sumamente equívocos- adjetivos “privado” y “público”.
La gama de
errores potenciales es considerable en relación con algunos conceptos económicos
básicos[1], pero también
se extiende al ámbito de los mercados de capitales. De entrada, particularmente
desgraciada es la distinción entre “private companies” y “public companies”.
Pese a las apariencias, la diferencia radica, no en si los propietarios son agentes
privados o públicos”, sino en la posibilidad de que las acciones se
comercialicen (“compañías públicas”) o no (“compañías privadas”) en un mercado
organizado[2].
En este contexto,
el “private equity” es un tipo de propiedad de acciones que no están sujetas a
cotización y, por tanto, no pueden ser intercambiadas en mercados públicos[3]. Más concretamente,
“El ‘private equity’ es una clase de inversión alternativa y consiste en capital
que no cotiza en un mercado público. El ‘private equity’ está compuesto de fondos
e inversores que invierten directamente en compañías cotizadas, o que llevan a
campo operaciones de compra de compañías cotizadas con la idea de retirarlas de
la cotización pública”[4]. “Los
recursos provienen normalmente de personas con un gran nivel de riqueza y de
empresas que adquieren posiciones en compañías no cotizadas o el control de
compañías cotizadas con planes de convertirlas en no cotizadas”[5].
Como pone de relieve
R. Armstrong[6],
una gran parte, si no todo, del valor que aporta el “private equity” (PE) “proviene
del hecho de que el dinero de los inversores queda inmovilizado durante muchos
años y las propias inversiones no están sujetas a valor de mercado. Esto da al
gestor de PE una opción de cuándo comprar, cuándo vender, cuándo invertir el
efectivo, y cuándo retirar éste. Las compañías cotizadas, rehenes del precio de
la acción, no disfrutan de esta opcionalidad. Esta opcionalidad es valiosa
puesto que permite al fondo de PE utilizar más endeudamiento”.
[2]
Vid., por ejemplo, J. Berk, P. DeMarco y J. Harford”, “Fundamentals of
Corporate Finance”, Pearson, 2012, pág. 6.
[3]
Vid. D. Hillier, M. Grinblatt y S. Titman, “Financial markets and corporate strategy”,
McGraw-Hill, 2012, pág.65.
[4]
Vid. J. Chen (rev. por G. Scott), “Private Equity”, Investopedia, 30 de abril
de 2020.
[5]
Vid. T. Segal (rev. por C. Stapleton), “Understanding private equity”, Investopedia,
20 de mayo de 2021.
[6] Vid. “What’s
so great about private equity? (part two)”, Financial Times, 3 de septiembre de
2021.