Después de 40
años de dedicación al estudio de la Hacienda Pública, de movernos cómodamente
por un terreno que creíamos estable y firme, provoca una sensación extraña
tomar conciencia de que una parte del jardín, ubicada en la zona de la entrada,
había quedado, en la práctica, casi inexplorada. Debido esencialmente a una
voluntad expresa de ignorarla o de soslayarla, aupada en una patente arrogancia
intelectual mimetizada de los textos sagrados de la disciplina.
Ante un
edificio de una apariencia tan sólida y elegante como el de la teoría normativa
del gasto público, cimentada en la teoría de los fallos del mercado, el Estado
se concebía como una realidad ya acotada y definida, como un potente
instrumento en disposición de ejercer un papel benefactor para el conjunto de
la sociedad. Se veía como un dispositivo dotado de plena funcionalidad y
eficacia, a la espera de un programa de trabajo diseñado por avezados
hacendistas. No hacía falta, pues, perder tiempo en entretenimientos ni en
especulaciones filosóficas en esa área vestibular.
El Estado se
percibía, en definitiva, como un ente concebido para promover el bien común,
homogéneo y consistente, capaz de corregir todas las deficiencias inherentes a
unos mercados imperfectos movidos simplemente por el juego de los intereses
privados.
Pese a todo, debido
a la insistencia y la perspicacia de algunos estudiosos, normalmente relegados,
cuando no despreciados, y a la recuperación de textos olvidados, subsisten una
serie de interrogantes que llevan a cuestionarse dogmas tradicionales y a
revisar la consistencia de unos cimientos que han ido soportando construcciones
cada vez más ambiciosas.
En el
opúsculo “Anatomy of the State”[1], Murray
N. Rothbard parte de analizar lo que no es el Estado, “casi universalmente
considerado una institución de servicio social”, venerada por algunos teóricos
“como la apoteosis de la sociedad” (pág. 9). Según este representante de la
Escuela austríaca, “el útil término colectivo ‘nosotros’ [somos el gobierno] ha
permitido un camuflaje ideológico a ser lanzado sobre la realidad de la vida
política. Si ‘nosotros somos el gobierno’, entonces cualquier cosa que un
gobierno hace a un individuo es no sólo algo no tiránico, sino también
‘voluntario’ por parte del individuo afectado” (pág. 10).
Después de
poner algunos ejemplos muy gráficos, insiste en que “el gobierno no es
‘nosotros’”. En ningún sentido exacto ‘representa’ la mayoría del pueblo. Pero,
incluso si lo hiciera, incluso si el 70 por ciento de los individuos decidieran
asesinar al restante 30 por ciento, esto seguiría siendo un asesinato y no
sería un suicidio voluntario por parte de la minoría masacrada” (pág. 11).
“El Estado -continúa
señalando Rothbard- es aquella organización en la sociedad que intenta mantener
un monopolio del uso de la fuerza y la violencia en un área territorial dada;
en particular, es la única organización en la sociedad que obtiene sus ingresos
no mediante contribuciones voluntarias o por el pago de los servicios
prestados, sino mediante la coerción” (pág. 11).
Asimismo,
trata de rebatir la idea de que el Estado ha sido creado mediante un “contrato
social”. La legitimación del papel del Estado necesita, según su tesis, la
“vital tarea social” de los intelectuales (pág. 20). La unión con la Iglesia es
vista como uno de los más eficaces mecanismos ideológicos. Por el contrario, el
mayor peligro para el Estado proviene de la crítica intelectual independiente
(pág. 25).
En el trabajo
comentado, Rothbard efectúa algunas consideraciones acerca de los esquemas de
contrapeso del poder ejecutivo, y, contraviniendo el célebre dicho marxista que
concibe el Estado como el “comité ejecutivo” de la clase dominante, afirma que “el
Estado es profunda e inherentemente anticapitalista”, y “constituye, y
es la fuente de, la ‘clase dominante’ (más bien, la casta dominante), y
está en permanente oposición al capital genuinamente privado” (pág. 42).
Ciertamente,
en esa zona bastante ignorada del jardín hacendístico habitan algunas especies
de plantas que no atraen por su colorido o por su fragancia. Son plantas
provistas de múltiples espinas que pueden causar heridas a los visitantes incautos.