En una de las entradas del verano pasado en este blog se traía a colación el pintoresco episodio de la truculenta bendición paterna lograda por Jacob, lo que, a la postre, determinó su huida, ante la cólera de su hermano Esaú. El relato de sus peripecias, narradas en el Génesis, nos llena igualmente de asombro y, en un alarde de concisión, nos muestra una colección de sucesos que hoy nos dejarían, como poco, boquiabiertos.
El sueño de Jacob, capaz de dormir tomando una piedra como cabezal, es impresionante: “… La tierra sobre la que estás acostado la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra… y todas las naciones de la tierra serán benditas por causa tuya y de tu descendencia”.
Ante semejante promesa divina, no es de extrañar el celo de Jacob por cumplir su parte del trato, que, de entrada, le hizo proclamar, en su voto, el establecimiento de un diezmo. Y luego, prendado de su prima Raquel, hija de Labán, no dudó en ofrecer a éste siete años de servicio a cambio de contraer matrimonio con ella.
Cumplido el plazo establecido, que “le parecieron unos pocos días, de lo enamorado que estaba”, pidió la entrega de su mujer para cohabitar con ella. Tras la fiesta organizada por Labán, pudo Jacob colmar por fin su deseo, pero he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió que, en realidad, había “cohabitado” con Lía, la hermana mayor de Raquel.
“No es costumbre en este lugar dar la menor antes que la mayor”, explicó Labán para justificar el engaño. “Completa la semana nupcial y te daré también la otra, a cambio de que me sirvas otros siete años”, espetó Labán al ávido enamorado, quien no dudó en aceptar la novación del trato, con la consiguiente ampliación del vencimiento.
Llegado a su término, aquel quedó perfeccionado, aunque sin dar fruto en la faceta procreadora, ante la esterilidad de Raquel, y en abierta contraposición con la intensa fecundidad de su hermana Lía. Atributo divino, este último, compensatorio de verse menospreciada por su marido, lo que, aparentemente, no impedía el mantenimiento de vínculos carnales.
Tan grande era ese contraste e inmensa la desesperación de Raquel que no dudó en interponer -de forma directa y en el ciclo completo- a su criada Bilá para generar descendencia por medio de ella. La nueva cohabitación de Jacob tuvo éxito, al igual que, posteriormente, con Zilpa. Así fue Jacob ampliando su estirpe, que, finalmente, por intercesión divina, pudo completarse con la aportación, ya personal, de Raquel.
Catorce años de servicio fue el precio que pagó Jacob por consumar su matrimonio con Raquel, aunque, en el camino, amplió de facto el espectro de sus relaciones conyugales. Una diversidad de elementos, pues, para configurar un análisis coste-beneficio personal de la decisión matrimonial del activo progenitor. Aun más complejo, pero a la vez más sugerente, resulta el análisis si incorporamos la perspectiva colectiva.
Como en todo análisis coste-beneficio, la aplicación de la tasa de preferencia temporal para el descuento de magnitudes es crucial. Es cierto que la meta ansiada del matrimonio con Raquel se vio afectada por un largo diferimiento, pero no lo es menos que en parte de ese período percibió algunos rendimientos a computar en el cálculo del valor presente neto de la “inversión”.