6 de mayo de 2024

Buenas y malas estrategias

 

Últimamente, apenas si hay desfase entre la publicación de una obra de contenido económico en el mercado inglés o en el estadounidense y la aparición de la versión en castellano. No es este, desde luego, el caso de “Good strategy/Bad strategy: the difference and why it matters”, respecto a la que ha habido que esperar nada menos que trece años para encontrar dicha versión, con un título más simplificado: “Buena estrategia/Mala estrategia” (Arpa, 2024).

A lo largo de cerca de 400 páginas, su autor, Richard P. Rumelt, profesor emérito de la UCLA Anderson School of Management, desgrana un variado elenco de situaciones reales tomadas del mundo empresarial, a pequeña y a gran escala, pero también de los ámbitos gubernamental, militar, e incluso bíblico, en las que han tenido gran incidencia las actuaciones estratégicas. Pero, sobre todo, ilustra, fundamentada y pormenorizadamente, lo que es y lo que no es una estrategia, lo que hace que pueda ser buena, y lo que la convierte en mala.

Ya en las primeras páginas, Rumelt, quien imputa la paternidad de la estrategia a Aníbal, advierte de lo siguiente: “A pesar del ruido que hacen quienes quieren equiparar la estrategia con la ambición, el liderazgo, la ‘visión’, la planificación o la lógica económica de la competencia, la estrategia no es nada de eso. El núcleo de la dirección estratégica es siempre el mismo: descubrir los factores críticos de una situación y diseñar una forma de coordinar y enfocar acciones que permitan hacer frente a esos factores”.

Es la anterior la tesis principal sobre la que se articula su argumentación. Rememorando algunas acciones simples (apreciadas así ex post) que permitieron a sus artífices (David, Aníbal, Nelson, o Schwarzkopf, entre otros) superar a fuerzas superiores en célebres contiendas, sostiene que una buena estrategia es casi siempre bastante simple y obvia, “y no hace falta ninguna presentación de PowerPoint para explicarla”.

En su opinión, son cada vez más los dirigentes empresariales que afirman tener una estrategia, pero en realidad no la tienen. Lo que tienen, en su caso, es una mala estrategia, que “suele pasar por alto los detalles molestos, es decir, los problemas… Como el capitán de un equipo de fútbol cuyo único consejo a sus compañeros es ‘vamos a ganar’, la mala estrategia encubre la incapacidad de guiar adoptando el lenguaje de los objetivos generales, la ambición, la visión y los valores”. Se crea confusión al equiparar estrategia con éxito o ambición. Particularmente crítico es con la imposición de la idea de que los equipos de liderazgo deben compartir creencias y valores comunes, como si fuera –“dentro de la jerga educativa políticamente correcta”- el camino adecuado hacia el “cambio transformador”.

Según Rumelt, una buena estrategia posee una estructura lógica esencial a la que denomina núcleo, integrado por tres elementos: un diagnóstico, una política rectora y una acción coherente. Como primera ventaja natural de aquella apunta el (supuesto) hecho de que la mayoría de las organizaciones no tienen ninguna. Para ser buena, ha de ser coherente, y coordinar acciones, políticas y recursos para alcanzar un fin importante.

Finalmente, recuerda que también “requiere líderes que estén dispuestos y sean capaces de decir no a una amplia variedad de acciones e intereses. La estrategia incluye tanto lo que una organización no hace como lo que hace”. Y nos da algunas pistas para detectar una mala: palabrería, fracaso a la hora de afrontar el reto, confusión de las metas con la estrategia, y selección de malos objetivos. Sin olvidar que “el sello distintivo de la mediocridad y de una mala estrategia es la complejidad innecesaria, una ostentación que enmascara la ausencia de sustancia”.

El libro la tiene, y en grandes proporciones. Después de leerlo, cualquier responsable de una organización (David) podrá plantear una relación más equilibrada y provechosa con los consultores en planificación estratégica (Goliat), que tendrán más complicado limitarse a un enfoque basado en la mera confección de plantillas.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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