Me
recomienda EHC la lectura de un reciente artículo de Luis Meana publicado en el
diario Expansión el pasado 11 de abril. En él, basándose en Tocqueville,
hace un análisis de la “democracia despótica”, otra variante que adjetiva una
palabra que ha salido malherida de otras prácticas similares de infausto recuerdo.
Mientras que con otros epítetos cabría, a priori, esperar un resultado positivo,
con éste ni siquiera se generan dudas iniciales. Vuelve a sorprender el texto
de este escritor, salpicado de potentes citas filosóficas.
El
nuevo despotismo -afirma- “ya no es ‘tiránico’: no arrebata radicalmente derechos,
ni reprime violentamente a los ciudadanos, les ofrece una servidumbre ‘amable’.
De esa forma, pasan de no aguantar nada a tolerarlo todo”. Describe luego una
serie de rasgos de ese régimen, y recuerda los instrumentos que Tocqueville planteaba
para frenarlo: la libertad de prensa y los tribunales. Parece evidente que una
democracia, para subsistir sin necesitar adjetivos matizadores bienintencionados,
necesita contar con un eficaz sistema de ckecks and balances, que estén
incorporados en el diseño institucional, pero también otros presentes en el propio
entramado social.