Las
transformaciones operadas en el sistema financiero en el curso de los últimos
años son impresionantes. A pesar de ello, la transformación digital aún no ha
desplegado completamente su potencial, ni se ha extendido a todos los confines
del complejo universo (¿o multiverso?) financiero.
Un
nuevo vocablo, ilustrativo del panorama futuro, ha irrumpido en la escena. “Finternet”
es el concepto que A. Carstens y N. Nilekani proponen como representativo de su
visión del sistema financiero del futuro[1]:
“ecosistemas financieros múltiples interconectados entre sí, de forma muy parecida
a internet, diseñados para empoderar a individuos y empresas colocándolos en el
centro de sus vidas financieras… los individuos y las empresas podrían
transferir cualquier activo financiero que quisieran, en cualquier cantidad, en
cualquier momento, usando cualquier dispositivo, a cualquier destinatario, en
cualquier parte del mundo. Las transacciones financieras serían baratas,
seguras y casi instantáneas”.
Un
auténtico paraíso reticular que promete liberar a la humanidad del yugo de los
costes de transacción de las operaciones financieras. El “empoderamiento” de
los usuarios aparece como aspecto clave, aunque el empoderamiento para operar es
bastante distinto del empoderamiento para poder operar, que requiere poder
disponer de activos o de capacidad de endeudamiento. La ampliación de la
distancia entre una y otra modalidad de empoderamiento puede dar pie a un
incremento de la sensación de frustración en quienes carezcan de ese poder y de
esa capacidad básicos.
Ese
empoderamiento omnímodo genera también un cierto escalofrío y no poca inquietud
en quienes crecieron en el mundo mucho más simple y menos sofisticado de las
finanzas tangibles del mundo físico, y que temen vivir una experiencia parecida
a la de Ícaro.