La
pretendida proposición Reinhart-Rogoff acerca del nivel asumible de deuda
pública causó en su día un auténtico revuelo en el mundo académico[1].
Pese a la reputación de la que venían precedidos, ambos economistas se vieron
sometidos a críticas exacerbadas. Afortunadamente, lograron reponerse de aquel
duro trance y han venido realizando desde entonces valiosas aportaciones al análisis
económico.
Desde
no hace mucho, como aquí mismo se ponía de manifiesto[2],
se está produciendo, si no un cambio de paradigma, sí un cierto giro, no
generalizado, respecto a la percepción de la significación y el alcance de la carga
de la deuda pública. Kenneth Rogoff evoca dicha transición[3]:
“Durante más de una década, numerosos economistas -principalmente, pero no exclusivamente,
de izquierda- han argüido que los beneficios potenciales de utilizar la deuda para
financiar el gasto público superaban con creces cualesquiera costes asociados.
La noción de que las economías avanzadas podrían sufrir por un exceso de deuda
era ampliamente descartada, y las voces disidentes eran a menudo ridiculizadas”.
Ahora, Rogoff, en una especie de desquite intelectual, constata el cambio de
perspectivas por parte de destacados economistas. Sin caer en ningún tipo de
alarmismo infundado respecto al endeudamiento, sí dictamina el fin del pensamiento
mágico acerca de la deuda pública.
Concluye
que “la deuda pública puede ser un valioso instrumento para abordar una gran
variedad de desafíos económicos. Pero no es -y nunca lo ha sido- un almuerzo
gratuito”. Y no deja de hacer referencia al celebrado libro de Adam Tooze sobre
la crisis financiera global de 2008-2009, en el que se utiliza 102 veces la
palabra “austeridad”, etiqueta repetidamente utilizada para descalificar
rápidamente cualquier sugerencia de prudencia fiscal.
[1] Vid. “Deuda
pública y crecimiento económico: una relación llena de duda”, eXtoikos, nº 11,
2013.
[3] “The end
of magical debt thinking”, Project Syndicate, 29-4-2024.