17 de julio de 2020

“La odisea de los giles”: dramáticas lecciones de cultura financiera


No sé realmente si la película entra de lleno en el género cómico o en el dramático. Está repleta de diálogos desternillantes y de escenas hilarantes, pero toda ella está impregnada de una sensación de desencanto ante el destino inexorable de la gente sencilla, resignada a permanecer en el lado perdedor[1]. Basada en la novela “La noche de la Usina”, de Eduardo Sacheri, la cinta tiene hechuras de denuncia social en clave de humor criollo.

La trama argumental es bastante sencilla. Ante la falta de expectativas económicas en una localidad relativamente cercana a la capital bonaerense, un grupo de personas, tras experimentar un pálpito emprendedor, pretende constituir una cooperativa agrícola aprovechando unas instalaciones de una antigua factoría. Pese a su estado de abandono y su inexistente potencial, el precio para hacerse con ellas es elevado.

Sin sofisticados planes de empresa ni estudios de consultores, los promotores del proyecto logran recabar una sustancial cantidad de fondos entre los aspirantes a cooperativistas, mas sin llegar a alcanzar la totalidad para la inversión requerida. En tanto se estudian alternativas para cubrir el desfase, los recursos disponibles -en billetes de dólares estadounidenses contantes, y no sonantes hasta el fatídico momento de pasarlos por la máquina contadora en la oficina bancaria- se depositan en una caja de seguridad en un banco.

La vía del préstamo bancario es la única opción para hacer realidad el sueño cooperativo. En la película se percibe el voraz “apetito al riesgo” del gestor bancario, que se compromete a la aprobación de la operación solicitada siempre que se acceda a traspasar el contenido de la caja de seguridad a un depósito bancario, con un pequeño detalle accesorio. Los dólares se convertirían en pesos argentinos. Aparentemente, algo irrelevante; no en vano, desde el año 1991 hasta 2001, año en el que ahora estamos, el peso había permanecido anclado al dólar, con una paridad de 1 a 1. En el año 1991, la tasa anual de inflación argentina era del 84%; en 1996 era sólo del 1,6%... Por fin, el proyecto empresarial contaba con el sustrato financiero para dar sus primeros pasos.

La crisis de Argentina de 2000-02 fue una de las más severas crisis monetarias recientes. Así se recogía en un informe del FMI: “el esquema similar al de un consejo monetario (“currency-board”), bajo el que el peso se había anclado al dólar estadounidense desde 1991, se colapsó en enero de 2002, y, a finales de 2002, el peso se cambiaba a un tipo de 3,4 pesos por dólar. Después de tres años de recesión, llegó una crisis que tuvo un impacto devastador. La economía se contrajo un 11% en 2002… el paro superó la cota del 20%, y la incidencia de la pobreza empeoró de manera extraordinaria”[2].

Así, cuando estalla la crisis monetaria, los promotores cooperativos se topan con la dura realidad de la enorme depreciación del peso, unida al tremendo “corralito”, mundialmente conocido e introductor del vocablo en el léxico internacional. La ruina y la desesperación se instalan irremediablemente, unidas a la indignación al enterarse, circunstancialmente, de que quienes tenían conocimiento de lo que se avecinaba habían maquinado para utilizar los dólares de depositantes incautos, de giles como ellos, para otorgarlos como financiación a cualificadas aves de rapiña.

La fortuita supuesta localización de los billetes así esquilmados en un búnker construido en una finca rústica, protegido por sofisticadas medidas de seguridad, desata un plan inverosímil de reposición del montante objeto de desfalco, movido por un afán de justicia reparadora, aderezado con otras connotaciones filosóficas.

Al margen de las increíbles situaciones suscitadas y de los jugosos diálogos que se van sucediendo en la narración, la película ilustra un conjunto de valiosas lecciones económicas y proporciona una relación de cuestiones de interés para una acción formativa en el campo de la educación económica y financiera, tanto para la ciudadanía en general como para emprendedores. He aquí una muestra de posibles preguntas a plantear:

i. ¿En qué consiste un régimen de tipo de cambio ajustado a una divisa extranjera?

ii. ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene?

iii. ¿Qué requisitos deben cumplirse para que funcione eficazmente?

iv. ¿Jugó dicho sistema un papel relevante en la disminución de la inflación en Argentina?

v. ¿Por qué se llegó finalmente a una crisis monetaria?

vi. ¿En cuánto se depreció el peso argentino respecto al dólar estadounidense?

vii. ¿Es conveniente perfilar un proyecto empresarial simplemente por intuición?

viii. ¿Qué ventajas y qué inconvenientes tiene la fórmula cooperativa para el desarrollo de una actividad empresarial?

ix. ¿Es una buena alternativa la utilización de una caja de seguridad para la custodia de dinero en efectivo?

x. ¿Es el recurso a un préstamo bancario la mejor alternativa para complementar los fondos propios?

xi. ¿Cómo opera el riesgo de tipo de cambio en la operación de canje de dólares por pesos?

xii. ¿Tiene sentido aportar un depósito como garantía para la obtención de un préstamo?

xiii. En caso afirmativo, ¿mediante qué tipo de garantía?

xiv. ¿Podría haberse aplicado, en el caso comentado, una garantía pignoraticia?

xv. ¿Hubo una adecuada evaluación de la operación crediticia por la entidad prestamista?

xvi. ¿Podría calificarse como un “préstamo responsable” desde el punto de vista de los demandantes?

xvii. ¿En qué consistió en la práctica el denominado “corralito”?

xviii. ¿Podría darse en un país miembro de la Unión Monetaria Europea?

xix. ¿Qué opciones tenían los depositantes afectados por el “corralito”?

xx. ¿Cuáles fueron los principales factores determinantes de la crisis argentina de 2000-2002?

xxi. ¿Cuáles fueron las consecuencias del “default” de la deuda pública?

Y, para acabar, una reflexión. ¿Por qué Argentina y Estados Unidos, que hace un siglo ocupaban posiciones similares, han tenido trayectorias económicas tan dispares? Con esta pregunta arranca la obra de A. Beattie “False economy”[3]. También F. Fukuyama aborda esa cuestión en una destacada obra[4].

Posiblemente, las respuestas formuladas por dichos analistas no serían muy del agrado, especialmente, de uno de los arrojados personajes de la odisea cinematográfica.








[1] Según el Diccionario de la Lengua Española (RAE), “gil” o “gila” (en Agentina y Uruguay) es una persona “simple (incauta)”.
[2] Vid. FMI, “The IMF and Argentina, 1991-2001. Evaluation Report”, 2004, pág. 8.
[3] Una reseña se ofrece en la revista eXtoikos, nº 7, 2012.
[4] Vid. “Cómo llegar a ser Dinamarca”, diario Sur, 26 de enero de 2016. Al pensar en la pregunta me ha venido a la memoria el chiste que el, ocurrente por aquel entonces “molt honorable”, presidente Jordi Pujol contó en una cena organizada por el profesor Enrique Fuentes Quintana, en el marco de un curso de verano en El Escorial, a mediados de los años ochenta. En el chiste se contaba el resultado de las conversaciones individuales de tres significados mandatarios, entre ellos el presidente Raúl Alfonsín, con Dios, a fin de calibrar las perspectivas de superación de los problemas económicos en sus respectivos países, uno de ellos el de la comparación planteada en el texto. A dos de los líderes, Dios les aseguraba que se superarían, si bien uno no lo podría ver dentro de su mandato y otro, ni en su propia vida; al líder austral, su interlocutor le pronosticó que también posiblemente se resolverían, si bien el horizonte excedería... del ¡“mandato divino”! Recojo esta referencia aproximada simplemente como recuerdo de la anécdota, y como constatación de las cualidades amenizadoras del referido gobernante autonómico, con el máximo respeto hacia la patria de Borges, y el permiso de mis amigos argentinos.

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