9 de julio de 2020

Deterioro económico y salud mental: una enemistad peligrosa

Según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, se entiende por “salud”, en su primera acepción, el “estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”. Pese a ese orientación omnicomprensiva (en el ámbito funcional), hay una tendencia, acentuada recientemente, a segmentar la salud en diferentes categorías, de forma más o menos apropiada. Dicha tendencia se expande incluso a dimensiones que pertenecen al plano de lo material. Tal es el caso de la denominada “salud financiera”. 

Se trata de una expresión de nuevo cuño que, en la práctica, suele equipararse a la de bienestar financiero. De manera sintética, implica contar con el dinero suficiente para cubrir gastos y tener ahorros que ayuden a afrontar imprevistos futuros[1].

Aun cuando no hay que descartar la posible existencia de una relación negativa entre la renta y la felicidad (sic)[2], por lo que concierne a la salud mental, “el vínculo entre la pobreza y la salud mental ha sido reconocido desde hace muchos años y está bien documentado. En general, las personas que viven en una situación de dificultades financieras tienen un mayor riesgo de problemas de salud mental y de un menor bienestar mental”[3].

Así, a título ilustrativo, según estudio del año 2017 de la Mental Health Foundation, en el Reino Unido, un 73% de las personas incluidas en el tramo de renta más baja (menos de 1.200 libras mensuales) indicaba haber experimentado algún problema de salud mental durante su vida, mientras que dicho porcentaje, en el tramo de renta superior (más de 3.701 libras mensuales), era del 59%, que tampoco puede decirse que sea demasiado reducido.

El panorama se ha complicado enormemente en ambas facetas a raíz de la terrible pandemia del coronavirus, que, además de las sobrecogedoras cifras de víctimas, ha desolado el escenario económico y exigido un elevadísimo peaje, en forma de confinamiento medieval, para aplacarla. La crisis de la pandemia es una crisis poliédrica y también lo son, más que riesgos, los impactos ciertos sobre la salud: físicos, mentales, económicos y financieros.

Para agravar más la situación, se da la mencionada conexión negativa entre los problemas financieros y la salud mental. Y, como señala C. Barret, no dejan de ser como “el huevo y la gallina”. Ambos se exacerban entre sí[4].

Al pensar en esta relación biunívoca no he podido dejar de evocar la tesis defendida por Steven Pinker en la interesante e inquietante obra “La tabla rasa”. Merece la pena detenerse en ella, aunque sólo sea en su introducción. ¿Es nuestra mente el producto de la educación recibida y de nuestras vivencias sociales, o llegamos con alguna herencia genética que nos condiciona y nos predispone hacia una u otra dirección?


[1] Vid. J. M. Domínguez Martínez, “Los fines de la educación financiera”, Working Paper nº 2/2019, EdufiAcademics, Edufinet, pág. 3.
[2] Vid. “Los fines de la educación financiera”, op. cit., pág. 4.
[3] Vid. Mental Health Foundation, “The COVID-19 Pandemic, Financial Inequality and Mental Health”, mayo 2020.
[4] Vid. “Worried about money? Yor are not alone”, Financial Times, 18 de mayo de 2020.

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