27 de diciembre de 2017

El dilema de los regalos navideños: entre la economía y la psicología

La época navideña está marcada por una serie de connotaciones especiales en diversos aspectos. Entre estos no falta el económico. Hay un amplio elenco de actividades económicas vinculadas a la celebración de las fiestas navideñas (adornos, felicitaciones, comunicaciones, desplazamientos, celebraciones, iluminación, representaciones, ambientación, regalos…), pero hay otras implicaciones que no tienen un reflejo explícito en los registros contables: la minoración de la eficiencia económica. Como ha señalado Izabella Kaminska (Financial Times, 19 de diciembre de 2017), en esta fase del año la ineficiencia se celebra en sí misma.

Admitamos que la ineficiencia económica sea un rasgo estructural de las Navidades, pero cómo sería la vida sin esa referencia: ¿se podría mantener sin más de manera inalterada la senda de la productividad, con independencia del significado que cada persona le atribuya?, ¿cómo influyen los intangibles que se generan en esas fechas para el desempeño económico posterior?

La práctica de los regalos, según una corriente de economistas, se lleva la palma en el terreno de la ineficiencia. Anteriormente hemos tenido ocasión de analizar este interesante tema (“El valor económico de los regalos”, diario Sur, 13 de enero de 2017).

Este año, en estas señaladas fechas, Tim Harford, desde su columna del Financial Times (15 de diciembre de 2017), nos regala un plan para disfrutar de unas mejores Navidades. El plan del “economista camuflado” contiene tres medidas:

i. Tomar conciencia de la hipótesis de los regalos eficientes, concebida como una variante de la hipótesis de los mercados eficientes. Esta última -ciertamente desacreditada en el curso de la reciente crisis financiera- viene a decir que no puede haber oportunidades de negocio en el mercado de valores ya que han debido de ser advertidas previamente, por lo que se habrían esfumado. Dicho de otra manera, el precio de una acción recoge toda la información relevante y, en consecuencia, refleja su valor intrínseco. Trazando un paralelismo, la hipótesis de los regalos eficientes dice que los regalos más apropiados han sido ya comprados, típicamente por los propios potenciales destinatarios.

ii. Adoptar una estrategia pasiva como compradores de regalos. Al igual que pueden conseguirse buenos resultados de inversiones -en muchas ocasiones nada fáciles de batir- simplemente tomando posiciones en fondos ligados a índices, el rendimiento de los regalos en forma de dinero es difícil de superar. No obstante, teniendo en cuenta el estigma del dinero, la recomendación es tratar de descubrir una lista de deseos del destinatario o bien indagar directa o indirectamente sus preferencias.

iii. Otorgar el regalo del tiempo y de la atención. La última recomendación de Harford, mucho más complicada de valorar en términos económicos, en caso de que alguien se atreva a hacerlo, es la siguiente: en lugar de perder el tiempo en la búsqueda de regalos que no aportan valor, aprovechar para ver a las amistades y disfrutar de los rituales navideños.

Finalmente, basándose en la praxis del Scrooge reconvertido a la benevolencia, como generoso dador de tiempo y dinero, concluye Harford que es en el dinero donde radica el espíritu de la Navidad.

Hace décadas, justamente el tradicional aguinaldo navideño encarnaba a la perfección ese espíritu y he de convenir que, incluso en una época de estrecheces económicas, como lo era la de la España de los años sesenta, en la que viví mi infancia, era un obsequio extraordinariamente valorado por los receptores, un activo verdaderamente apreciado y arduo de batir. Como, ya sin matices, lo son los presentes que, con su mayor ilusión, nos hicieron alguna vez nuestros seres queridos. Los planes económicos pueden ser bastante útiles, pero no pueden, menos en estos casos, hacer abstracción de los factores subjetivos.

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