No hace falta haber hecho un máster en coaching para tomar conciencia de que muchas experiencias y circunstancias vividas en el deporte permiten extraer enseñanzas provechosas para otras actividades, ya sean familiares, profesionales, empresariales o políticas. La conexión también puede buscarse en sentido inverso. Hace poco, José María López me comentaba que una de las entradas recientes de su blog (“todosonfinanzas.blogspot.com.es”) que había registrado un mayor número de accesos es una en la que se traza un cierto paralelismo entre el posicionamiento estratégico de algunas autoridades supranacionales respecto a la competencia bancaria y la táctica aplicada por el entrenador del primer equipo de fútbol malacitano.
Los partidos de baloncesto son también una fuente de lecciones y anécdotas. Ante una última jugada, el equipo que está por delante, por un estrecho margen, en el marcador, ¿debe optar por defender o por forzar una falta personal a fin de evitar un lanzamiento que le pudiera hacer perder la ventaja? Igualmente, en numerosos trances cruciales de partidos se viven escenas en las que un jugador, saliéndose del guion, efectúa un lanzamiento a canasta de forma precipitada o sin estar en la posición más adecuada. No pocos tiros ganadores llevan ese sello, entre muestras de aclamación y entusiasmo. En cambio, cuando el riesgo asumido no se ve rubricado por el éxito las críticas se multiplican. Pero se trata siempre de valoraciones ex post, que se producen una vez que se conoce el resultado de la decisión.
Por ello, para ser más ecuánimes en nuestro juicio sería deseable que pudiésemos pronunciarnos con alguna antelación a la acción realizada. Muchas veces, es cierto, sería difícil, ya que los protagonistas improvisan sobre la marcha o actúan movidos por algún impulso incontrolable. Pero, en el mismo momento en que se inicia el movimiento decisivo, como acto reflejo, disponemos de un instante para pronunciarnos -al menos mentalmente- al respecto. Hacerlo con antelación nos convierte de alguna manera en corresponsables del resultado, ya sea positivo o negativo. Hacerlo una vez que este se conoce resta alguna fuerza moral a las posibles críticas. Hace algún tiempo, en un artículo publicado en septiembre de 2010, recopilado en “Hipérbaton” (“Dilemas deportivos: elecciones con riesgo”), hacía una serie de consideraciones acerca de estas cuestiones.
La situación comentada podría trasladarse a algunas decisiones públicas de gran alcance. La valoración del planteamiento del proceso de reforma política emprendido en España en el año 1976 sería un caso paradigmático y, al propio tiempo, el de la apreciación de la figura de Adolfo Suárez. Otros episodios más recientes nos ofrecen también la oportunidad de reflexionar y elucubrar. Así, las circunstancias que han rodeado la aplicación del artículo 155 de la Constitución española (momento de la decisión, alcance efectivo, plazo de la convocatoria de elecciones, posicionamiento del arco parlamentario…) dan bastante juego. Retrospectivamente, ya solo caben especulaciones. Lo que es ya una realidad es que su aplicación con arreglo a las condiciones concretas prevalecientes ha llevado a una determinada situación, como irrefutable es que ese elemento autodefensivo del texto constitucional, contra pronóstico, se ha llevado a la práctica. No ha logrado convertirse en una jugada ganadora. Por eso, quienes respaldan nuestra Carta Magna, que ya enfila el camino de su cuadragésimo aniversario, han de tomar conciencia de que deben estar dispuestos a afrontar, como mínimo, una prórroga. En un partido de baloncesto, el resultado nunca se presta a la ambigüedad. Durante el tiempo muerto, todo el mundo tiene la posibilidad de diseñar la táctica a seguir.