Las tareas del docente artesanal
-la mayoría de las ocasiones, ignoradas- acumulan, a lo largo de los años,
cientos de documentos. Borradores, bocetos, ensayos y pruebas múltiples que se
pierden en la papelera, o quedan aparcados en carpetas a la postre
ilocalizables. El docente artesanal huye de las poses del “Profesor
Zorro”; prefiere la soledad de su escritorio y el entorno recogido del aula, el
contacto directo con sus alumnos. El docente en formación permanente a lo largo
del ciclo completo de su vida se muestra ávido por conocer y asumir nuevos
enfoques y propuestas didácticas. No hay ninguna clase estática, ningún
contenido definitivo. Está abierto a incorporar aportaciones ajenas, pero
también se afana por no descuidar su autoconsumo. El docente inconformista
trata siempre de introducir su sello propio, de perseverar en su estilo
personal. A veces, los viejos trabajos de preparación de su actividad aparecen
entre el desorden y le dan alguna que otra sorpresa. Sirven para comprobar cómo
han cambiado las cosas o también para recuperar enfoques y planteamientos que,
pese a los años, siguen teniendo vigencia o conservan alguna utilidad. La
mayoría de esos trabajos carecieron de ella para el mundo exterior, pero ahora
se reivindican para el propio autor, que gozoso asiste al disfrute de revivir momentos
dedicados a la búsqueda de claves para la elaboración y la difusión del
conocimiento. En ocasiones, el autoconsumo de antaño le proporciona apreciables
dividendos psicológicos, emocionales y estéticos, e incluso llegan a ser
instructivos para su tarea didáctica, inacabable.