El anterior predicamento responde literalmente
al título de un reciente artículo publicado en el diario Financial Times,
escrito por Richard Ovenden, director de la Bodleian Library de la
Universidad de Oxford, con el que no puedo estar más de acuerdo.
Ha sido un auténtico sufrimiento constatar
cómo, a lo largo de los años, se han ido perdiendo espacios señeros otrora
consagrados al culto al libro. A pesar de las circunstancias y de los
condicionantes, la imagen de la biblioteca de la Casa de la Cultura sigue
clavada en la memoria. También la de la Diputación Provincial en calle Ancla
(“Cánovas del Castillo”) o la de la Caja de Ahorros de Ronda en calle Duque de
la Victoria (“Juan de la Rosa”). Eran las tres un magnífico complemento de la
biblioteca del Instituto Nuestra Señora de la Victoria. Tenían un denominador
común, en ellas se reverenciaba a los libros y al saber, allí se respetaba el
estudio, se fomentaba el recogimiento intelectual, y se estimulaba el
pensamiento a la búsqueda de nuevos horizontes. Eran lugares para encontrar
afinidades personales y descubrir nuevas fuentes de entretenimiento o de
inspiración. Acudir a una biblioteca daba acceso a una comunidad especial y
otorgaba el distintivo de formar parte del latido de la ciudad. Eran también un
refugio acogedor para romper la soledad del aprendiz de estudiante en su ardua
pugna con los entresijos del conocimiento.
Nunca llegué a entender por qué, a partir de un
momento dado, se consideró que el cierre de las bibliotecas públicas podía ser
una consecuencia o, aun peor, un signo, de la modernidad y del progreso. Es la
ley de la demanda la que dicta sentencia, suele esgrimirse como justificación.
Si apenas hay usuarios, no tiene sentido, ni resulta viable, mantener ese tipo
de equipamientos. Es cierto que una biblioteca ha de competir con otras muchas
formas de entretenimiento o de consulta, y que se ha incrementado enormemente
la oferta de publicaciones a precios relativamente asequibles, pero ha faltado,
de forma clamorosa, poner de relieve los atributos singulares, no equiparables,
de una biblioteca y los efectos sociales positivos que conlleva. Dejar pasar
las horas en la sala de una biblioteca, a resguardo de agentes o artilugios
perturbadores, ante el tentador reclamo de los lomos de los volúmenes
adormecidos en los anaqueles, puede tener efectos taumatúrgicos y transmitir
una fuente de energía vital transformadora. No sé por qué ese invento basado en
una tecnología tan simple tiene que ser desechado ante el ímpetu de fuerzas
supuestamente modernizadoras. Desde un plano similar, igualmente inexplicable
resulta la erradicación de los hogares del jubilado, máxime en una etapa
en la que la soledad causa estragos.
Como suele ser habitual, nos encontramos con
algún problema semántico cuando aparecen las palabras “público” o “privado”.
Las tres mencionadas eran bibliotecas públicas, dado que estaban abiertas al
público sin ningún tipo de restricción, pero dos eran públicas en otro sentido,
al ser propiedad y estar financiadas por las administraciones públicas,
mientras que la otra era privada, al corresponder a una entidad, en ese caso,
una caja de ahorros, no controlada por una administración pública.
Disquisiciones y elucubraciones aparte, Ovenden
recuerda que en 2024 se cumplen dos importantes aniversarios para Gran Bretaña.
Por un lado, el 175º de la aprobación, en 1850, de la Public Libraries Act,
que otorgaba a las autoridades locales la facultad de crear bibliotecas
públicas gratuitas mediante un modesto incremento en la imposición local. Por
otro, el 60º de la Public Libraries and Museums Act de 1964, que
introdujo la provisión de dicho servicio como requerimiento. Destaca que, desde
mediados del siglo XIX, en Gran Bretaña de desarrolló un “ecosistema de
conocimiento” que ha sido la envidia de muchos otros países: “La red nació de
una era de autoperfeccionamiento, cuando los beneficios educativos de las
bibliotecas para todos los ciudadanos, con independencia de su estatus social,
se consideraba que era un elemento importante para el impulso del avance de la
nación”.
Sin embargo, “en este año de aniversarios, es
una trágica ironía que el sistema esté ahora afrontando uno de sus más severos
desafíos en su historia. Más de 800 bibliotecas públicas han cerrado desde
2010. Más cierres se esperan”.
Según Ovenden, “estas instituciones [las
bibliotecas públicas] contribuyen a muchos aspectos de nuestra vida pública
-están en el corazón de la economía del conocimiento, la educación, la cultura
y la industrias creativas, la tradición, como también el cuidado social… Las
bibliotecas apoyan el aprendizaje, la alfabetización, la creatividad y la
imaginación…”.