10 de agosto de 2024

Las bibliotecas deben estar en el corazón de la vida pública

 

El anterior predicamento responde literalmente al título de un reciente artículo publicado en el diario Financial Times, escrito por Richard Ovenden, director de la Bodleian Library de la Universidad de Oxford, con el que no puedo estar más de acuerdo.

Ha sido un auténtico sufrimiento constatar cómo, a lo largo de los años, se han ido perdiendo espacios señeros otrora consagrados al culto al libro. A pesar de las circunstancias y de los condicionantes, la imagen de la biblioteca de la Casa de la Cultura sigue clavada en la memoria. También la de la Diputación Provincial en calle Ancla (“Cánovas del Castillo”) o la de la Caja de Ahorros de Ronda en calle Duque de la Victoria (“Juan de la Rosa”). Eran las tres un magnífico complemento de la biblioteca del Instituto Nuestra Señora de la Victoria. Tenían un denominador común, en ellas se reverenciaba a los libros y al saber, allí se respetaba el estudio, se fomentaba el recogimiento intelectual, y se estimulaba el pensamiento a la búsqueda de nuevos horizontes. Eran lugares para encontrar afinidades personales y descubrir nuevas fuentes de entretenimiento o de inspiración. Acudir a una biblioteca daba acceso a una comunidad especial y otorgaba el distintivo de formar parte del latido de la ciudad. Eran también un refugio acogedor para romper la soledad del aprendiz de estudiante en su ardua pugna con los entresijos del conocimiento.

Nunca llegué a entender por qué, a partir de un momento dado, se consideró que el cierre de las bibliotecas públicas podía ser una consecuencia o, aun peor, un signo, de la modernidad y del progreso. Es la ley de la demanda la que dicta sentencia, suele esgrimirse como justificación. Si apenas hay usuarios, no tiene sentido, ni resulta viable, mantener ese tipo de equipamientos. Es cierto que una biblioteca ha de competir con otras muchas formas de entretenimiento o de consulta, y que se ha incrementado enormemente la oferta de publicaciones a precios relativamente asequibles, pero ha faltado, de forma clamorosa, poner de relieve los atributos singulares, no equiparables, de una biblioteca y los efectos sociales positivos que conlleva. Dejar pasar las horas en la sala de una biblioteca, a resguardo de agentes o artilugios perturbadores, ante el tentador reclamo de los lomos de los volúmenes adormecidos en los anaqueles, puede tener efectos taumatúrgicos y transmitir una fuente de energía vital transformadora. No sé por qué ese invento basado en una tecnología tan simple tiene que ser desechado ante el ímpetu de fuerzas supuestamente modernizadoras. Desde un plano similar, igualmente inexplicable resulta la erradicación de los hogares del jubilado, máxime en una etapa en la que la soledad causa estragos.

Como suele ser habitual, nos encontramos con algún problema semántico cuando aparecen las palabras “público” o “privado”. Las tres mencionadas eran bibliotecas públicas, dado que estaban abiertas al público sin ningún tipo de restricción, pero dos eran públicas en otro sentido, al ser propiedad y estar financiadas por las administraciones públicas, mientras que la otra era privada, al corresponder a una entidad, en ese caso, una caja de ahorros, no controlada por una administración pública.

Disquisiciones y elucubraciones aparte, Ovenden recuerda que en 2024 se cumplen dos importantes aniversarios para Gran Bretaña. Por un lado, el 175º de la aprobación, en 1850, de la Public Libraries Act, que otorgaba a las autoridades locales la facultad de crear bibliotecas públicas gratuitas mediante un modesto incremento en la imposición local. Por otro, el 60º de la Public Libraries and Museums Act de 1964, que introdujo la provisión de dicho servicio como requerimiento. Destaca que, desde mediados del siglo XIX, en Gran Bretaña de desarrolló un “ecosistema de conocimiento” que ha sido la envidia de muchos otros países: “La red nació de una era de autoperfeccionamiento, cuando los beneficios educativos de las bibliotecas para todos los ciudadanos, con independencia de su estatus social, se consideraba que era un elemento importante para el impulso del avance de la nación”.

Sin embargo, “en este año de aniversarios, es una trágica ironía que el sistema esté ahora afrontando uno de sus más severos desafíos en su historia. Más de 800 bibliotecas públicas han cerrado desde 2010. Más cierres se esperan”.

Según Ovenden, “estas instituciones [las bibliotecas públicas] contribuyen a muchos aspectos de nuestra vida pública -están en el corazón de la economía del conocimiento, la educación, la cultura y la industrias creativas, la tradición, como también el cuidado social… Las bibliotecas apoyan el aprendizaje, la alfabetización, la creatividad y la imaginación…”.



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