Niall Ferguson es un destacado historiador, especializado en el campo de las finanzas, que utiliza las enseñanzas históricas para analizar los problemas actuales, sin rehuir el debate sobre los temas económicos más controvertidos. Sus obras se caracterizan por incluir perspectivas novedosas y aflorar aspectos soslayados en los estudios convencionales. Reúne, además, la condición de ser un gran comunicador, lo que le lleva a lanzar mensajes con un gran poder de persuasión, aunque a veces podamos mantener algún escepticismo respecto a algunas de sus manifestaciones.
Eso es lo que me ocurrió cuando, en el año 2008, leí unas declaraciones suyas en la revista The Economist según las cuales él, que había impartido clases en las mejoras escuelas de negocio del mundo, consideraba que muchos de los estudiantes no sabían diferenciar entre el tipo de interés nominal y el tipo de interés real. Como he expresado en otros lugares, cuesta asimilar semejante constatación, pero dicho testimonio, aunque pudiera ser un tanto hiperbólico, me fue de utilidad como indicio para justificar la necesidad de actuar con vistas a la promoción de la cultura financiera de ciudadanos que no han tenido la oportunidad de pisar esos centros de élite.
No recuerdo haber leído ningún texto de Niall Ferguson sin haber encontrado algún aliciente. Por eso, cuando casualmente me topé con el anuncio de una entrevista suya acerca de la crisis de la Covid-19 no dudé en localizarla. Después de leerla, sólo lamento una cosa, que sea de tan corta extensión. Breve, sí, pero sumamente jugosa. Y, aunque se pueda estar más o menos de acuerdo con cada una de sus afiladas respuestas, no se puede permanecer indiferente ante ellas. Sus argumentos, lanzados desde una libertad de pensamiento incontestable, son una invitación a la reflexión y al debate. No sé realmente si son o no verdades irrefutables, pero sí sospecho que puedan ser dardos incómodos, especialmente para quienes tienen todas las respuestas y disfrutan del privilegio de estar imbuidos de la razón.
Recomendaría, pues, una lectura sosegada de la referida entrevista (Actualidad Económica, 14 de junio de 2020). Aquí me limitaré a entresacar algunas frases significativas, sin añadir comentario alguno:
i. “El principal riesgo es que hemos creado una disrupción económica superior a lo que seguramente era necesaria y cuyas consecuencias son potencialmente más dañinas que la propia pandemia”.
ii. “El gran error fue retrasar la adopción de medidas una vez que se cobró conciencia de la gravedad de la enfermedad”.
iii. “Muchos Gobiernos minimizaron los riesgos en enero y febrero, para luego, en un giro pendular, dejarse dominar por el pánico en marzo y cerrarlo todo”.
iv. “La mayor responsabilidad corresponde claramente al Partido Comunista Chino, que fue primero incapaz de contener el brote, lo ocultó luego y no facilitó finalmente información a la comunidad internacional sobre el alcance del mal”.
v. “El problema no ha sido la globalización, sino la falta de preparación de los Gobiernos y, desde luego, la incapacidad y la mala gestión una vez se planteó el problema”.
vi. “La cuestión relevante es por qué no lo hemos hecho mejor”.
vii. “Más que a un cisne negro, el covid se asemeja a… un ‘rinoceronte gris’… es decir, un evento que todo el mundo ve venir y del que es posible escudarse, pero que se prefiere ignorar”.
viii. “… Es deshonesto pretextar que era imposible habilitar planes de contingencia mejores”.
ix. “El covid allana el terreno para iniciativas como la renta básica universal y legitima los déficits de tamaño planetario. También ha elevado a la categoría de dogma de fe la idea de que un sistema de salud universal solo puede ser público”.
x. “Ciberia [“Cíber” + “Siberia”] es hoy más relevante que nunca, porque, primero… las grandes tecnológicas también son más poderosas que nunca y, segundo, porque la capacidad disruptora de las redes en una sociedad abierta son mayores”.