La crisis sanitaria provocada por la
pandemia del coronavirus ha sometido a todas las empresas, sin ningún margen de
preaviso ni tiempo para ensayos ni simulacros, a pruebas de resistencia sin
contemplaciones, a bocajarro. Simultáneamente, durante el período del Gran
Confinamiento, sin que nadie se lo solicitara, el maldito virus ha actuado
también como un consultor implacable que, de forma brutal, ha puesto en
práctica planes de ajuste, sistemas de respaldo, estudios de dimensionamiento,
planes de optimización de recursos, soluciones de urgencia, reingeniería de
procesos, y quiebra de la frontera entre la actividad profesional y la vida
personal. Ha derribado, en fin, barreras y mitos, y obligado a discernir entre
lo esencial y lo prescindible, entre lo conveniente y lo inexcusable, entre lo
básico y lo accesorio. A pesar del balance tan trágico y sobrecogedor de la
pandemia, afloran como efectos colaterales un conjunto de experiencias que,
desde el punto de vista de la gestión empresarial, no han de caer en saco roto.
La organización del trabajo es uno de los
ámbitos más afectados. Así se refleja en una reciente columna de The Economist
(30-5-2020) en la que se afirma que la vida laboral ha entrado en una nueva
era, y que lleva por título “From BC to AD” (“de antes del coronavirus a
después de la domesticidad”), o de AC a DC (de antes a después del coronavirus,
o, si se prefiere, de antes a después del confinamiento). Y no se duda en
equiparar el cambio producido con las grandes transformaciones de los centros de
trabajo acontecidas en los siglos diecinueve y veinte, pero con una gran
diferencia, la de la inmediatez.
Según
The Economist, la rápida adaptación a la nueva situación ha sido posible gracias a varias condiciones preexistentes: i) la disponibilidad de servicios de banda ancha, que hacen
posible la descarga de documentos y la celebración de multivideoconferencias;
ii) el predominio de las actividades de servicios en las economías avanzadas.
Apunta
también un factor crucial: mientras que en el pasado los empleados que
permanecían en su domicilio estaban bajo sospecha de disfrutar de un período de
holganza, hoy día el trabajo a distancia se ve como algo normal y aceptable,
cuyo producto puede ser objeto de cuantificación y control. Las cosas, sin
embargo, no son tan fáciles en la práctica. Cuando no toda la actividad
empresarial puede desarrollarse telemáticamente, pueden surgir percepciones de
tratamiento asimétrico entre quienes se ven obligados a asistir presencialmente
a sus puestos, en tareas de atención al público o de mantenimiento, y los
teletrabajadores.
Según
algunas opiniones teñidas de sarcasmo, dentro de este último colectivo puede
diferenciarse -tras escindir el vocablo “teletrabajo””- entre quienes están delante de la tele y quienes están
trabajando. En fin, quizás sea más pertinente diferenciar según dos criterios
independientes: a) forma de trabajo (in situ/a distancia); y b) actividad
desarrollada (productiva/improductiva). Nos encontraríamos así con una matriz 2
x 2, con 4 combinaciones posibles, sin que, a priori, seamos capaces de ubicar
exactamente a una persona concreta.
El
trabajo a distancia presenta, como no podría ser de otra forma, una serie de
importantes ventajas, para empleadores y para empleados, aunque también
inconvenientes, entre los que se encuentra la pérdida de interacción personal
más directa.
¿Cabe
esperar que se mantenga como tendencia irreversible? En el referido artículo de
The Economist se sostiene que sí, y se destaca que muchas empresas y muchos
empleados pueden haber tenido su momento “Mago de Oz”: “las oficinas centrales
corporativas han demostrado ser un hombre viejo detrás de la cortina. La fe en
la oficina centralizada puede que nunca se llegue a restaurar”.
Inevitablemente,
lleno de nostalgia, vuelvo a recordar la vieja película y la imagen de la niña
a la que le entusiasmaba tanto. Era grande el contraste entre el blanco y negro
y el tecnicolor, entre los paisajes, cuando la protagonista, al abrir una
puerta, se adentra en un nuevo mundo. Hay umbrales que dan paso a un futuro de
color indefinido, pero, otras veces, los colores más bellos estaban en los
cuadros del pasado, aunque entonces quizás no acertábamos a apreciarlos.
Al
vernos forzados a abrir una puerta, que literalmante se venía abajo, las nuevas
formas de trabajo se han graduado magnis
itineribus, y han despejado la senda para importantes cambios en la
actividad empresarial, en la vida personal y familiar, en las interrelaciones
económicas y sociales, y también en las posibilidades de ubicación geográfica...
perhaps you could also fly beyond the
rainbow but it is harder to find
the missing way.