Desde hace años, Tim Harford, el economista camuflado del Financial Times[1] viene desplegando
su abundante arsenal de fundamentos económicos para exponer, plantear y
analizar numerosas cuestiones y problemas económicos. La aplicación de la
perspectiva económica está omnipresente en sus textos, de manera explícita, por
lo que la referida denominación no puede ser más engañosa.
Explícita es esa faceta como también lo
son los permanentes recordatorios en sus contribuciones a los libros publicados
por el economista británico. Ni él ni sus editores se olvidan nunca de hablar
de sus libros, si bien no todos han conocido la misma tasa de éxito. Aunque tal
vez sea difícil emular las cotas alcanzadas por su primera obra[2], su último libro parece bien posicionado. Disponible ya la edición española, en “10 reglas para comprender el mundo”
(Conecta, 2021), ante una panorama tan adverso, confuso e incierto como el que
vivimos, se muestra, según se indica en el subtítulo, “Cómo los números pueden explicar (y mejorar) lo que sucede”.
La exposición de la primera de las reglas
(“Examina tus sentimientos”) es
sumamente aleccionadora, y nos recomienda tratar de controlar nuestras
emociones cuando estamos ante una nueva información: “Si no dominamos nuestras emociones, ya sea cuando nos dicen que dudemos
o cuando nos dicen que creamos, correremos el peligro de engañarnos”.
Harford expone distintas situaciones
reales en las que se pone de manifiesto que incluso las mentes más preclaras
pueden quedar perturbadas por la influencia de los sentimientos personales. La
historia de la falsificación de las obras de Johannes Vermeer, aderezada con
ingredientes tales como el dictamen del experto más prestigiado en pintura
holandesa, los vínculos del falsificador con los nazis, o el veredicto de la
sociedad holandesa, es particularmente reveladora.
Para preservar la claridad de la mente y
minimizar los errores interpretativos sería necesario, antes de asumir un
dictamen, darse un respiro, tomar una prudente distancia y huir de la mecánica
del pensamiento rápido. No es nada fácil, pues algunos sesgos cognitivos y
concepciones personales tienden a activarse sin demora y a desencadenar una
fuerza irrefrenable.
Antes de adentrarnos por senderos sin
retorno, lo ideal sería poder detenernos un instante para disfrutar de un claro
de luna o, si no está a nuestro alcance, cerrar los ojos mientras las notas de
Debussy despliegan su cautivadora melodía. Habría de ser, por supuesto, en un
entorno protegido de las irrupciones -efectivas, o simplemente potenciales- provenientes de los múltiples dispositivos tecnológicos, que tanto han cambiado nuestras vidas, para lo bueno y también para lo malo.