Es reconocido Schumpeter como uno de los más
profundos y perspicaces analistas de la dinámica del capitalismo[1],
pese a lo cual no han faltado sonadas descalificaciones, algunas de ellas provenientes
de reputados arietes del pensamiento económico. Ello no le impide, sin embargo,
seguir impartiendo doctrina desde su elevado pedestal. Para todos los
interesados en la evolución del capitalismo, su obra “Capitalismo, socialismo y
democracia”, aparecida en el año 1942, sigue siendo un lugar de visita
obligada.
Acostumbrados a ver ensalzada la figura del
empresario schumpeteriano como
artífice de la innovación y del progreso económico, no podemos sino vernos
impactados cuando leemos la respuesta que el economista austríaco da a la
pregunta que él mismo formula, “¿Puede sobrevivir el capitalismo?”: “No. No
creo que pueda hacerlo”[2].
Ahora bien, inmediatamente nos recuerda que “esta
opinión suya, como la de cualquier otro economista que se ha pronunciado sobre
el tema, es en sí misma completamente carente de interés. Lo que cuenta en
cualquier intento de prognosis social no es el Sí o el No que resume los hechos
y argumentos que llevan a ello sino tales hechos y argumentos en sí mismos.
Estos contienen todo lo que es científico en el resultado final. Todo lo demás
no es ciencia sino profecía”.
Y, continúa afirmando, “el análisis, ya sea
económico o de otro tipo, nunca genera más que una manifestación sobre las
tendencias presentes en un modelo observable. Y éstas nunca nos dirán lo que sucederá al modelo sino sólo lo que sucedería si continuaran actuando como
han estado haciéndolo en el intervalo de tiempo cubierto por nuestra
observación y sin otros factores inmiscuidos. La ‘inevitabilidad’ o la ‘necesidad’
nunca pueden significar más que esto”.
Tras éstas y otras interesantes consideraciones
metodológicas, anticipa Schumpeter que la tesis que pretende establecer es que “el
comportamiento actual y prospectivo del sistema capitalista es tal como para
negar la idea de su ruptura bajo el peso de fracaso económico, pero que su
propio éxito socava las instituciones que lo protegen, e ‘inevitablemente’ crea
condiciones en las que no podrá vivir y que fuertemente apuntan al socialismo
como el heredero aparente. Mi conclusión final, por tanto, no difiere, aunque
gran parte de mi argumento puede que sí, de la mayoría de los escritores
socialistas y en particular del de todos los marxistas. Pero para aceptarlo no
se necesita ser socialista. La prognosis no implica nada sobre la deseabilidad
del curso de los eventos que se predicen. Si un médico predice que su paciente
fallecerá dentro de poco, eso no significa que lo desee. Uno puede odiar el
socialismo o al menos verlo con una fría crítica, y aun así prever su llegada”.
Mucho más adelante, Schumpeter nos advierte de que “nada
es más traicionero que lo obvio”[3],
antes de analizar la relación entre el socialismo y la democracia. Conocedores
de lo acontecido desde entonces, jugamos con ventaja respecto al autor de “Historia
del análisis económico”. Ahora somos conscientes de que los finales aparentes
de la historia pueden ser también muy engañosos, e ignoramos si ahora nos
encaminamos hacia alguna meta final. No lo sabemos, pero vemos que en el camino
muchas libertades individuales corren un serio peligro. La estructura económica
sigue jugando un papel fundamental en el devenir de las sociedades, pero da la impresión
de que, en la práctica, la ideología es una fuerza mucho más poderosa.
Para tratar de comprender la compleja época que
vivimos, la relectura del análisis de Schumpeter puede ser una valiosa ayuda,
y, al menos, nos puede servir para comprobar cómo han evolucionado realmente
los factores de entorno que él había pronosticado.
[1] Una
magnífica semblanza del economista austríaco, a cargo del profesor Miguel González
Moreno, se recoge en el número 1 de la
revista eXtoikos, 2011.
[2] J. A.
Schumpeter, “Capitalism, socialism and democracy”, 3ª ed., Harper, 2008, pág.
61.
[3] Ibíd., pág. 235.