Desde hace algún tiempo, en algunos países, como Reino Unido,
se viene hablando de la “crisis del coste de la vida”. En otros no se utiliza
ninguna etiqueta, pero la situación vivida es similar. Con o sin ella, es
normal que los gobiernos hayan barajado y, en muchos casos, aplicado, distintas
medidas para paliar el fuerte impacto derivado de la escalada de los precios de
la energía en los presupuestos familiares. El problema es tan acuciante como
difícil es encontrar una solución óptima dentro del arsenal de medidas de política
económica.
Tomando como referencia una actuación anunciada por el
gobierno británico, Martin Sandbu lleva a cabo un sucinto análisis económico de
cuatro opciones para tratar de mitigar los elevados costes de la energía[1]:
i) limitar directamente los precios máximos; ii) reducir o eliminar los impuestos
sobre las compras de energía; iii) no tocar los precios, pero compensar
directamente a grupos de personas por los altos costes; y iv) dejar inalterados
los precios, pero cambiar las estructuras de mercado a través de las que aquellos
se fijan, en particular de manera que los consumidores puedan beneficiarse de un
bajo coste marginal de generación de la electricidad renovable.
Señala Sandbu que lo que más diferencia estos enfoques es si
actúan contra o a favor del mercado y, como consecuencia, si promueven o
frustran los intereses a largo plazo de los gobiernos que los adoptan.
Los dos primeros mencionados, al tratar de colocar los precios
por debajo de sus verdaderos costes marginales, estimulan a los consumidores a
usar más fuentes de energía cuya escasez relativa es responsable de la escalada
de los precios: gas para calefacción y electricidad, y combustible para el transporte
no electrificado.
Tratar de limar señales de precios relativos fundamentales con
vistas a reducir la inflación media está abocado a generar problemas para el
futuro, señala Sandbu: aumenta la demanda de energía fósil y se reduce el
incentivo a invertir en renovables. Por ello se decanta por los enfoques
tercero y cuarto: “permitiendo que los precios marginales de la fuente de
energía suban cuanto sea necesario se protege el incentivo para economizar o desplazarse
a los sustitutivos. Un apoyo financiero directo es fácil de diseñar y puede ser
centrado en aquellas personas más necesitadas… Pero lo más importante es que
las medidas compensatorias deben estar ajustadas con planes para cambiar cómo
generamos y consumimos energía”.
Así pues, el mercado, el denostado mercado, es alabado en su
papel asignativo. Y, desde luego, no es objetable separar las facetas de la
asignación y la distribución. Es preferible utilizar instrumentos
especializados en lugar de pretender alcanzar todos los objetivos con un solo instrumento.
[1] “The
good, the bad and the ugly of government energy policies”, Financial Times, 29
de mayo de 2022.