El fútbol de élite es una
meritocracia. ¿Por qué no puede serlo también la política?, se pregunta Simon
Kuper, el articulista especialista en temas deportivos, fundamentalmente
futbolísticos, del diario Financial Times. Tras poner de relieve el riguroso
proceso de selección “natural” seguido por los grandes clubes de fútbol -el
caso de La Masía barcelonística es paradigmático-, subraya cómo, en este
deporte, en su categoría de élite, la calidad prevalece por encima del
currículum, la apariencia personal o el color de la piel. Deben tenerla y
mantenerla para continuar en la élite. El fallo en el deporte queda patente y
se penaliza.
A continuación, muestra el contraste
con la élite política educada en centros académicos elitistas. Los criterios de
selección son muy exigentes, pero hay muchos ejemplos de que no siempre
responden a factores objetivos, y, además, existen números sesgos. El acceso a
la alta esfera política responde en buena medida a factores extracurriculares y
no siempre está avalado por alguna experiencia de gestión significativa. Por
otro lado, los líderes políticos han de enfrentarse a una amplia gama de
complejas cuestiones que exceden de sus conocimientos y competencias. Según
Kuper, “necesitan, por tanto, cualidades de humildad y de saber escuchar para
actuar como coordinadores, oyendo a los expertos. El peor líder posible es un
egomaníaco que -quizás estimulado por su CV, casta y género- imagina que él lo
sabe mejor”.
Finalmente, apunta un aspecto clave:
“un equipo de fútbol tiene que ganar partidos, mientras que un gobierno tiene
que agradar a los votantes. Esto tiene poco que ver con la realización de
buenas políticas. Una transición energética o una reforma educativa puede
llevar décadas para ser juzgada y a veces incluso más tiempo. La misión nuclear
de un gobierno es evitar catástrofes, pero los votantes raramente recompensan a
los políticos por cosas que no ocurren”.
A este respecto, es bien conocida la
diferencia entre los servicios públicos creativos y los preventivos. En el
fútbol es más fácil la evaluación. No es lo mismo el papel de un portero cuya
portería se mantiene a salvo cuando no ha habido ningún disparo entre los tres
palos, que otro que logra el mismo resultado, pero con paradas providenciales.