29 de enero de 2020

Amoniaco Español: las huellas en la memoria personal

Hace años, muchos años, conocí a un niño con un comportamiento bastante, aparentemente, extraño. Su padre había escalado a las más altas cotas del sector de la industria química y, sin embargo, el niño decía estar angustiado por él, aquejado ya por un fuerte vértigo a las alturas.

En varias ocasiones, tuve la oportunidad de visitar las instalaciones de la factoría que Amoniaco Español había establecido en Málaga a primeros de los años sesenta del pasado siglo. Ramón Guevara Castro, experto y sagaz contable, con quien me unían lazos familiares, me las mostraba con enorme orgullo. Visitar la fábrica, a escasos kilómetros del centro de la capital, en la carretera de Campanillas, era como trasladarse a las modernidades de la era industrial norteamericana.

Parecía increíble que allí pudieran existir semejantes estructuras productivas y se aplicaran estándares organizativos tan avanzados. Los testimonios actuales de personas que formaron parte de la plantilla manifiestan los, para la época y en el entorno, sorprendentes atributos exhibidos en aquella empresa especializada en la producción de fertilizantes nitrogenados y líquidos (Alfonso Vázquez, “Medio siglo de una fábrica inolvidable”, La Opinión de Málaga, 7 de diciembre de 2014).

La factoría había sido inaugurada a finales de octubre del año 1964, con presencia del ministro Gregorio López Bravo, referencia esencial de los Planes de Desarrollo, así como del vicepresidente de Standar Oil Co (Ángel Escalera, “Amoniaco: una fábrica para el recuerdo”, Sur, 14 de diciembre de 2014).

Curiosamente, el proyecto empresarial se materializó en Málaga después de haberse previsto inicialmente en Sevilla [Fernando Heredia Sánchez, “La génesis de una fábrica en la Andalucía del desarrollismo franquista: ‘Amoniaco Español, S.A.’ (1957-1964)”, Actas del III Congreso de Historia de Andalucía, Córdoba, 2001].

A través de diferentes fases, Amoniaco Español tuvo un gran relieve, tanto material como simbólico, en la estructura socioeconómica de la provincia de Málaga. Elías de Mateo y Víctor Heredia (“Málaga Tecnológica”, Fundación Málaga, 2012) han documentado el liderazgo ejercido por la factoría en algunas líneas productivas, hasta su desmantelamiento en el año 1990.

Las imágenes de la fábrica en pleno funcionamiento siguen hoy vivas en Internet, imágenes ciertamente impactantes en contraposición con la Málaga museística de nuestros días. No en menor medida lo son la gran cantidad de emisiones de gases que surgían de sus chimeneas. El mundo tiene un grave problema medioambiental. La actividad industrial ha sido muy perniciosa en ese sentido, pero eso no quita para reconocer que, queramos o no, también somos hijos de esa actividad contaminante. Tal vez, de haber sido entonces conscientes de los costes no medidos, la sociedad habría ralentizado la marcha y, quién sabe, ahora estaríamos en otra posición. Ya no se puede retroceder, aunque sí actuar con vistas a un futuro mejor y más equilibrado.

Muchas son las cuestiones de interés que suscita la evocación de una factoría de “campanillas” como la “del Amoniaco”: impacto en la base industrial, tecnología, promoción del desarrollo económico, avance de la agricultura, interrelaciones económicas, cambios de paradigmas, reconversiones, medio ambiente, relaciones laborales, etc.

Más de medio siglo después volví a encontrarme con aquel niño, de mi misma edad. Entonces me recordó que su padre, después de un periplo por Alemania como emigrante, encontró un empleo en la fábrica malagueña. Me enfatizó que esa era la palabra que le gustaba, y no la moderna acepción de migrante, entre otras cosas, porque un tío suyo compuso una copla titulada “La canción del emigrante”, que, al parecer, llegó a ser muy conocida entre los inmigrantes españoles en Francia. En ese encuentro me refrescó la memoria al decirme, emocionado, que todavía le atormentaba la idea de que su padre pudiera haberse caído desde lo alto de las chimeneas de la emblemática factoría, a las que ascendía para mantenerlas limpias.
(Artículo publicado en el blog del proyecto Mlk, con fecha 25 de enero de 2020)

27 de enero de 2020

El dinamismo económico de Málaga: aspectos clave


El pasado mes de noviembre, Málaga albergó el 18º Congreso de la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE), uno de cuyos paneles se centró en el análisis de la potencia económica de Málaga. Aquí se expone un marco de referencia para su consideración.

i) Los hechos:

A mediados del siglo veinte, la provincia de Málaga representaba un 12% de la economía andaluza. En 1990 había ascendido a casi el 17%, y en la actualidad se sitúa en el 21%. En el período 1995-2007, Málaga lideró el crecimiento económico de España, con una tasa anual media acumulativa del 5%. A pesar de la caída del PIB, del 2,3% de media en los años 2009-2013, se obtiene una tasa de crecimiento promedio del 3% entre 1995 y 2018. Entre estos años, la población (de derecho) ha aumentado un 36%, mientras que la economía malagueña, en términos de PIB y de ocupación, se ha duplicado. El PIB per cápita se ha incrementado menos, pero, aun así, lo ha hecho en un 46%.

ii) Claves de la evolución:

Hay un amplio elenco de factores explicativos del dinamismo de la economía malagueña. Como telón de fondo, el entorno natural, el patrimonio histórico y el capital físico, con una mejora muy sustancial de las dotaciones de infraestructuras y de equipamientos de ocio y culturales.

Ha habido también una gran expansión del parque de empresas, cuyo número se ha duplicado. Aunque haya que hacer algunas matizaciones -y no todas respondan al paradigma schumpeteriano-, dicha expansión ha propiciado la innovación y la transformación tecnológica. Ha de destacarse el papel del PTA, con una aportación al PIB provincial cercana al 8%. Asimismo, el aumento de empresas en sectores de alta y media-alta tecnología, y de tecnología punta, con casi 3.000 unidades empresariales en estos segmentos, e, igualmente, la apertura a los mercados exteriores, con más de 4.600 empresas exportadoras. Los vínculos con la Universidad de Málaga (UMA) han posibilitado la transferencia de resultados de la investigación.

No puede obviarse el entorno económico, con los efectos positivos de la incorporación de España a la Unión Monetaria Europea. La política de bajos tipos de interés ha tenido una gran incidencia, aunque con la contrapartida de haber impulsado, junto con otros factores, una expansión desmesurada del crédito, que durante bastantes años creció a tasas superiores al 20%.

Las dinámicas sectoriales merecen una mención especial. La atracción de flujos turísticos, con una clara interacción de oferta y demanda, ha sido más que notable. Por su parte, el sector inmobiliario ha conocido fases de auge, declive (la crisis provocó una destrucción de 70.000 empleos en la construcción), y resurgimiento.

El capital humano ha tenido una aportación de primer orden. La ampliación de titulaciones por la UMA ha ejercido como factor de impulso. Y todo el proceso ha contado con la contribución del sistema financiero, tanto autóctono –Málaga es sede de la única entidad bancaria andaluza subsistente de las cajas de ahorro regionales, así como de la fundación de origen-, como externo. La relación créditos/depósitos se mantiene claramente por encima del 100%.

Finalmente, hay que aludir al posicionamiento estratégico, y al marco institucional y de gobernanza. Hay que resaltar la planificación estratégica metropolitana, y el papel de Málaga como gran ciudad, abierta, orientada a la innovación y a la cultura. Las fórmulas de colaboración público-privada ofrecen una experiencia positiva en diferentes ámbitos.

iii) Debilidades, amenazas y retos:

De entrada, no podemos obviar algunas debilidades en el ámbito del mercado de trabajo. Así, la tasa de desempleo, aunque sea la menor de Andalucía, supera el 16%, y no descendió del 10% en el punto más alto del ciclo económico anterior. La tasa de temporalidad,  aunque ha caído 10 puntos, está en el 32%. Y, en una etapa de intensos cambios, marcada por la transformación tecnológica y la digitalización, se aprecian desajustes entre la oferta y la demanda.

Por otro lado, la buena evolución en términos agregados no puede ocultar la existencia de brechas sociales y territoriales, ni la intensificación del uso de determinados recursos naturales. A pesar de la trayectoria económica, el PIB per cápita se sitúa algo más de un 25% por debajo de la media española y un 40% respecto de la Eurozona. Otras debilidades están relacionadas con el reducido tamaño empresarial, ligado a bajos niveles de productividad (un 96,4% de las empresas malagueñas son microempresas).

De igual manera, no podemos perder de vista que hay una serie de importantes retos que se derivan de fuerzas y tendencias globales. Otros son de carácter más específico: a) atender nuevas competencias y perfiles profesionales; b) retención y atracción del talento; c)  efectos de la competencia fiscal territorial; d) necesidad de acompasamiento de nuevas infraestructuras; e) completar el saneamiento integral; f) atenuar los desequilibrios territoriales intraprovinciales (más de un 80% de la población y de la actividad se concentra en el área metropolitana y la Costa del Sol), sin perjuicio de corregir los desajustes existentes entre las demarcaciones territoriales administrativas y las ciudades funcionales; g) seguir avanzando en la diversificación de la estructura productiva (el sector inmobiliario representa una cuarta parte del PIB; el turismo, un 15%, un 25% con efectos inducidos); y h) avanzar en la convergencia económica real, cuyo desfase viene explicado por la menor ocupación y la menor productividad.

  1. Posibles cursos de acción:

Conviene partir de las lecciones de la experiencia histórica, en el sentido de reconocer la fragilidad del progreso, que no es algo irreversible. El destino económico no está predeterminado, sino que depende en gran medida de las líneas de acción que se adopten. La planificación estratégica ve reafirmada su importancia, por lo que debería articularse la de Málaga y su área metropolitana con la del resto de la provincia, buscando asimismo el aprovechamiento de sinergias con otras provincias limítrofes.

Dado que el progreso no surge de manera espontánea, sino que necesita de un caldo de cultivo, es crucial potenciar un marco proclive a la prosperidad económica y al emprendimiento, con instituciones sólidas y eficaces, y plena garantía del imperio de la ley. Y, como envolvente, debería tenerse presente el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 26 de enero de 2020)

25 de enero de 2020

¿Cuánto tiempo hace falta para que un inversor llegue a ser millonario?

Más concretamente, la pregunta, adaptada de la formulada en un artículo del Financial Times (Bobby Seagull, “Summing up: FT Money’s festive quiz”, 23 de enero de 2020), es la siguiente: Se supone que usted aprovecha la posibilidad de aportar cada año 20.000 euros a un instrumento de ahorro cuyos rendimientos están exentos de tributación. Suponiendo igualmente un tipo de rendimiento anual del 5% sobre el capital acumulado, ¿cuántos años harían falta para llegar a ser millonario (en función del saldo acumulado en el referido instrumento de ahorro)?

Según el autor del citado artículo, esta pregunta parece haber dejado boquiabiertos a muchos lectores. Aunque sea una cuestión muy elemental para las personas versadas en las materias financieras, tratemos de enfocar el problema pensando en quienes no lo son tanto.

Al ir dejando las aportaciones y sus rendimientos en el instrumento de ahorro, el importe acumulado a partir de una aportación inicial de 20.000 euros vendrá dado por: 20.000 x (1,05)n, siendo n el número de años. Al cabo de 50 años, se obtendría un montante de 229.348 euros; al cabo de 80, ya nos iríamos acercando mucho al millón (991.229 euros). En fin, queda claro que con una sola aportación el lapso de tiempo sería considerable, y, en cualquier caso, se indicaba que se harían aportaciones de igual cuantía todos los años. Así, con la del primer año llegaríamos a 20.000 x (1,05)n, con la del segundo a 20.000 x (1,05)n-1, con la del tercero a 20.000 x (1,05)n-2, y así sucesivamente, hasta 20.000 x 1,05 en el último año. Tendríamos un capital equivalente a la suma de todos esos importes.

Probamos, por ejemplo, con la ayuda de una hoja de cálculo, con 20 años. La cifra obtenida es de 694.385 euros. No es suficiente. Probamos ahora con 30 años. Superaríamos claramente la cota del millón (1.395.216 euros). El período necesario ha de estar, pues, en un punto intermedio. Sería ligeramente inferior a 25 años, ya que con este plazo llegaríamos a 1.002.269 euros.

Si no queremos soportar el engorro de este proceso iterativo, siempre podemos recurrir a alguna fórmula de cálculo directo o a tablas financieras, pero antes de ello es conveniente percibir la base subyacente, que se ha expuesto sucintamente.

Asimismo, una vez constatada la naturaleza de la progresión geométrica formada por los términos de la serie numérica, podemos utilizar la fórmula de la suma (Sn) de los términos de tal progresión, en la que el número de años aparecería como la incógnita. A efectos expositivos, podríamos invertir el orden y considerar que el primer término (a1) es el del último año, 20.000 x 1,05; el segundo, 20.000 x (1,05)2; el tercero, 20.000 x (1,05)3… La razón (r) de la progresión es 1,05. Daría lo mismo, evidentemente, seguir el orden cronológico, con las adaptaciones correspondientes.

Consiguientemente, partiríamos de la expresión: Sn = a1 x (rn-1)/(r-1). Tras introducir los datos [1.000.000 = (20.000 x 1,05) x (1,05n – 1)/(1,05 – 1)], y con la siempre valiosa ayuda de los logaritmos, obtenemos que n es igual a 24,9 años.

Por otro lado, la pregunta se complementaba con otra, la de cuántos años más se requerirían si la tasa de rendimiento cae al 4%.

[Espero que CEC1 o CEC2, que parecen demostrar una gran precocidad en las habilidades matemáticas, estén pronto en condiciones de contestarla.] 

22 de enero de 2020

“Comercios malagueños que dejaron huella”, de Fernando Alonso González


Hoy, día 22 de enero de 2020, ha tenido lugar en Málaga la presentación pública de la obra “Comercios malagueños que dejaron huella” (ediciones del Genal, 2019), escrita por Fernando Alonso González, y que cuenta con la colaboración de Jorge Alonso Oliva.

El acto se ha celebrado en un lugar emblemático, con una elevada carga simbólica, el salón de actos de Unicaja Banco en Plaza de la Marina. El salón pertenece a esa entidad financiera, a un establecimiento comercial que se instaló en Málaga a mediados del siglo veinte y que, después de muchas transformaciones, sigue abierto al público. Sin perjuicio de ello, en realidad dicho espacio forma parte del acervo cultural de la ciudad de Málaga. En cierto modo, constituye también un pequeño museo silente, al acoger en sus paredes algunas obras pictóricas de destacados artistas del siglo diecinueve. Como la que, desde el techo, nos ilumina con espléndidas representaciones alegóricas surgidas de la misma mano maestra del autor de la icónica pintura inmortalizada en el Teatro Cervantes, “Alegoría de Málaga con su Puerto, Estación de Ferrocarril, la Agricultura, Industria y Comercio”, Bernardo Ferrándiz. Una serie de circunstancias hacían de la sala un entorno bastante propicio para la presentación de un libro de esa naturaleza.

A lo largo de treinta años, he asistido a numerosas presentaciones de libros, informes y estudios en ese salón, cuyos balcones miran al Puerto. Pero he de reconocer que la obra de Fernando Alonso resulta especialmente entrañable para los malagueños de mi generación, toda vez recoge un retrato imprescindible, en perspectiva histórica, de la añorada Málaga comercial que vivimos en nuestra infancia, lejana infancia, hacia finales de los años cincuenta y a lo largo de los sesenta del pasado siglo.

Aparte de la inevitable dosis de nostalgia, al revivir episodios que se alojan recónditamente en la memoria, la lectura del libro sirve también para tomar conciencia de la extraordinaria y meritoria base empresarial que tenía la ciudad, en una época plagada de dificultades y en la que apenas comenzaba a salirse de la autarquía económica.

Fruto de la experiencia y de las vivencias personales, varios son los elementos que, en mi opinión, conformaban el denominador común de aquellos ilustres comerciantes: ante todo, como epítome, su categoría, acompañada de atributos como la eficacia, la calidad, la profesionalidad, la disposición y la capacidad de atender cualquier necesidad, la vocación de servicio, la exquisitez en el trato, el sello de distinción, y el orgullo de marca. Eran, en suma, un magnífico exponente del espíritu emprendedor y de la laboriosidad de los malagueños y de otras personas que eligieron instalarse en nuestro municipio para desarrollar su actividad.

Su desaparición, motivada por causas muy diversas, supuso una pérdida irreparable y una descapitalización en toda regla, con efectos colaterales para la vida en el centro de la ciudad que el autor describe, con un tono de amargura, en el prefacio de la obra.

Recuperar, significar y preservar su memoria es una forma de comenzar a atender la enorme deuda de gratitud con ellos contraída.

La obra de Fernando Alonso viene así a cubrir un hueco esencial en ese sentido, aportando un estudio encomiable, aún más apreciable teniendo en cuenta la juventud del autor. En ese empeño, aunque más modestamente, coincidimos con la puesta en marcha de un proyecto incipiente, el proyecto Mlk, también dirigido a tratar de que no se pierda la huella de las empresas, proyecto en el que ya hemos contado con una docta contribución del propio Fernando Alonso.

Considero que la obra de referencia contiene un valioso repertorio de trayectorias comerciales en su contexto histórico, y permite poner de relieve el valor de una serie de compañías cuya verdadera trascendencia, de lo contrario, podría pasar desapercibida.

También representa una invitación a la reflexión sobre el devenir de la vida en la ciudad, en una época de cambios de paradigmas económicos y sociales.

Por otro lado, la historia de los 24 comercios desaparecidos glosados en el libro encuentra un perfecto complemento en las emotivas evocaciones escritas por Jorge Alonso Oliva, que vienen a añadir connotaciones sentimentales.

A raíz de todo ello, como antes señalaba, para personas de mi generación es difícil no evocar un cúmulo de imágenes de una época ya muy lejana. Ciertamente, entre otras muchas, recuerdo, como se recoge en la obra, el acontecimiento social que supuso la llegada a Málaga de la primera escalera mecánica, en los almacenes Félix Sáenz; la sorpresa que me producía la diversidad de la oferta que, en unos tiempos de escasez y austeridad, podía encontrarse en Álvarez Fonseca o Gómez Raggio; la magia incomparable de la librería Denis, donde primero, siendo un niño, acudía a comprar novelas de Julio Verne o Enid Blyton, luego los libros para el Instituto, más tarde los manuales de la Facultad y, finalmente, textos para preparar las clases o los trabajos de investigación en mi primera etapa como profesor universitario; la calidad suprema y la excelencia en el servicio de Los Alpes; o el ambiente bohemio de la Buena Sombra, cuyo salón marcaba el umbral de la adolescencia.

En definitiva, creo que debemos felicitar a Fernando Alonso y Jorge Alonso por tan magnífica obra, e instarles a que prosigan en esa senda narrativa de los comercios malagueños y de su entorno.

Y, aunque pueda parecer muy utópico, ojalá que haya comercios que puedan desafiar el destino implacable que el autor atribuye a todas las empresas en su condición de seres vivos, a los que, tarde o temprano, llega su hora final. Tal vez el caso de las empresas integrantes de clubes de Inglaterra o Francia en los que, para acceder, hay que acreditar una antigüedad de más de 200 o 300 años sea un ejemplo estimulante, y no digamos el de las empresas japonesas, aún operativas hoy, procedentes de los siglos VI y VIII de nuestra era.

En cualquier caso, sólo cabe esperar y desear que la serie de los “Comercios históricos malagueños” -anterior publicación de Fernando Alonso centrada en firmas subsistentes (en el momento de la edición)- aglutine más entradas que la serie de los que desaparecen, aunque sea necesario ir completando el inventario.

20 de enero de 2020

Piketty, el ideólogo del “nuevo socialismo participativo”


“El capital en el siglo XXI” se ha convertido en uno de los mayores éxitos editoriales y  de influencia en la opinión pública de las últimas décadas, lo cual es especialmente apreciable ya que se trata de un volumen de casi 700 páginas, dedicadas a arduos contenidos económicos. Más allá de sus atributos, el hecho de que las tesis esgrimidas representen una contundente crítica al capitalismo ayuda a explicar el éxito arrollador de Thomas Piketty.

Su nueva obra, “Capital e ideología”, llega a las 1.200 páginas, y se encamina a replicar la trayectoria de su antecesora. En ella se lleva a cabo un pormenorizado y documentado análisis histórico de los regímenes no igualitarios. Según Piketty, todas las sociedades humanas tienen necesidad de justificar sus desigualdades, y para ello desarrollan ideologías. A partir de ese estudio, Piketty se declara convencido de que es posible superar el sistema capitalista actual y perfilar un “nuevo socialismo participativo”, calificativo este que incorpora “para diferenciarlo del socialismo del tipo soviético”.

El hecho de que aluda al “desastre comunista” no es óbice para su ambición de poner término al capitalismo, la propiedad privada, y las grandes desigualdades socioeconómicas, a fin de dar paso a una “sociedad justa”. Por esta entiende aquella que permite al conjunto de sus miembros acceder a los bienes fundamentales en el sentido más amplio posible. Una definición centrada en los derechos y donde la clave está en saber hasta dónde llegan dichos bienes fundamentales (educación, sanidad, vivienda, cultura…).

Aboga por que la igualdad de acceso a estos bienes sea absoluta. Algo a tener en cuenta, puesto que, ya se sabe, en las “granjas orwellianas”, todos los animales son iguales, pero algunos lo son más que otros. Aún más importante sería saber cómo quedarían garantizadas las libertades primarias, como las de pensamiento y expresión, respecto a cuya distribución efectiva (no registrada en el coeficiente de Gini) existe también una amplia -y, en muchos casos, dolorosa- experiencia histórica.

El socialismo participativo de Piketty se apoya en dos pilares: i) la instauración de una “verdadera propiedad social del capital”, mediante un mejor reparto del poder en las empresas; ii) la aplicación del principio de propiedad temporal del capital, en el marco de unos impuestos fuertemente progresivos.

Piketty cuestiona de manera radical que la propiedad privada pueda entenderse como un derecho natural de las personas, y sostiene que la acumulación de bienes es siempre el fruto de un proceso social, dependiente de las infraestructuras públicas, la división social del trabajo, y los conocimientos acumulados. De ahí que considere lógico que quienes hayan acumulado patrimonios importantes entreguen, cada año, una fracción de los mismos a la comunidad.

Por una parte, propone asignar, en todos los países, la mitad de los derechos de voto en los consejos de administración o de dirección de todas las empresas privadas, incluidas las pequeñas, a los representantes de los asalariados. También sugiere elegir a una parte de los administradores por asambleas mixtas de empleados y accionistas.

Por otro lado, defiende un sistema impositivo basado en el “tríptico del impuesto progresivo”: un impuesto anual sobre el patrimonio neto, un impuesto sobre las herencias recibidas, y un impuesto sobre la renta. Hace una defensa a ultranza de la progresividad, aunque sin adentrarse en la controversia teórica y metodológica existente sobre dicha característica impositiva. En relación con el impuesto sobre las herencias y el impuesto sobre la renta, propone aplicar tipos medios efectivos del orden del 60%-70% para magnitudes a partir de 10 veces las medias de las correspondientes bases imponibles, y del 80%-90%, para bases superiores a 100 veces dichas medias. En el impuesto sobre el patrimonio plantea un tipo de gravamen del 90% para los patrimonios superiores a los 1.000 millones de euros, lo que, de una sola tacada, llevaría a dejar su riqueza en una décima parte. Sin duda, al año siguiente afrontarían un tipo de gravamen más bajo.

En el sistema impositivo propuesto no tendrían cabida los impuestos indirectos, salvo cuando se trate de corregir alguna externalidad (efecto negativo no recogido en el precio de mercado de un producto), pero sí las cotizaciones sociales, en combinación con el IRPF, y un impuesto progresivo sobre las emisiones de carbono. Con la recaudación de los impuestos ligados a la riqueza se financiaría el coste de una dotación de capital que, por importe del 60% del patrimonio medio, se otorgaría a los jóvenes por una sola vez (por ejemplo, a la edad de 25 años), y que, en los países ricos, sería del orden de 120.000 euros. Piketty concibe este sistema como una forma de “herencia para todos”, lo que ofrecería nuevas posibilidades para adquirir una vivienda o financiar un proyecto de creación de una empresa. Adicionalmente, las personas sin recursos tendrían derecho a recibir una renta básica, equivalente al 60% de la renta nacional media después de impuestos.

El libro comentado es muy extenso, pero se echa de menos un tratamiento más amplio de algunas cuestiones fiscales de gran relevancia. A título de ejemplo, se presta una atención nula a aspectos como la fundamentación de la justicia fiscal, la consideración de la unidad contribuyente de los impuestos (individuo o familia), la mayor equidad -desde el punto de vista del ciclo vital- del consumo frente a la renta como base de la imposición personal, las posibles reacciones de comportamiento económico ante cargas impositivas muy elevadas, los desincentivos al ahorro, las deficiencias ligadas a la aplicación de la progresividad bajo una óptica anual, o la influencia de la economía sumergida. Asimismo, se omite alguna justificación del tránsito, desde la propuesta que planteaba en su primera obra, acerca de un impuesto sobre el patrimonio con tipos máximos del 1% o del 2%, a la nueva, donde alcanzan el 90%.

Pero hay otra cuestión primordial a dilucidar. Hoy día existen grandes desigualdades económicas, pero, como señala la revista The Economist en un número del pasado mes de noviembre, investigaciones recientes ponen de relieve que algunas de las conclusiones ampliamente difundidas sobre el crecimiento de las desigualdades no son tan firmes como se creía.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 19 de enero de 2020)

18 de enero de 2020

Google se convierte en decasuperunicornio

En la última entrada de este blog se hacía referencia al poderío económico y metaeconómico de Google. Por si había alguna duda al respecto, Alphabet ha conseguido adentrarse en el excelso club de los billonarios, al superar la increíble cota del billón (hispano) de dólares en su cotización bursátil. De esta manera, se convierte en la cuarta Big Tech en lograr ese hito económico, siguiendo la senda de Apple, Amazon (actualmente ha perdido el cómputo de los trece dígitos) y Microsoft (Richard Waters, “Alphabet on the brink of joining the $1tn club”, Financial Times, 13 de enero de 2020).

Si, como se recordaba en un anterior post de este blog (11-5-2018), “$1.000 millones = unicornio”, “$1.000.000 millones = x”, podríamos concluir que “x = milunicornio”. 

Ahora bien, dado que hoy día existe un léxico para hacer frente a cualquier situación, seguramente habrá algún término ad hoc, más o menos justificado. Sin perjuicio de ello, si superunicornio se emplea para las empresas valoradas en 100.000 millones de dólares o más, parece claro que el gigante tecnológico ha llegado a la categoría de decasuperunicornio.

No obstante, si hacemos caso de las declaraciones de principios de los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, la valoración empresarial con arreglo a los criterios estándares del mercado es una cuestión desdeñable. Según expresaron con ocasión de la salida societaria en el año 2004, no querían ser juzgados en términos convencionales del mercado de valores, y su objetivo real era “hacer del mundo un sitio mejor” (Waters, op. cit.). Siguen evidenciándose, pues, connotaciones con la aquí citada novela de Dave Eggers. ¿Acabará algún día, no muy lejano, de cerrarse el círculo?

16 de enero de 2020

El movimiento de Google hacia la actividad bancaria


Las grandes corporaciones tecnológicas no dejan de extender sus poderosas redes, que se adentran en cada vez más recovecos de nuestras vidas. Su evolución parece describir una trayectoria de convergencia hacia el inquietante panorama descrito en “El Círculo”, novela -no tan futurista- de Dave Eggers (una reseña de la misma se incluye en el número 16 de la revista eXtoikos).
Ante el descomunal poderío de los gigantes tecnológicos, muchas personas se preguntan por qué no se han adueñado ya del espacio bancario, cuando reúnen algunos de los instrumentos básicos para hacerlo, en una etapa de transformación y digitalización de los servicios financieros. ¿Quién podría competir con operadores con alcance mundial y un conocimiento casi exhaustivo de nuestras pautas de comportamiento, necesidades y preferencias personales?
Una respuesta es que no tienen prisa, ya que nadie amenaza su posición dominante. Otra, la lógica reticencia a someterse a unos exigentes requisitos regulatorios en caso de que se decidieran a captar directamente depósitos y ofrecer otros servicios regulados. Una tercera obedece a la dureza de las condiciones en las que actualmente se lleva a cabo la actividad bancaria y la dificultad asociada de lograr adecuadas tasas de rentabilidad, lo que, en cualquier caso, por las ventajas en la vertiente de los costes y la amplitud de su alcance, será mucho más factible para las grandes corporaciones tecnológicas.
Algunas de ellas ya han empezado a ofrecer servicios de pago y planean el lanzamiento de monedas digitales. Más recientemente, Google se ha decantado por hacer una incursión en el negocio de los depósitos bancarios, aunque de la mano de entidades financieras tradicionales, como Citigroup y Stanford Federal Credit Union. Google busca alianzas con operadores financieros “para ofrecer cuentas corrientes inteligentes a través de Google Pay, “ayudando a sus clientes a beneficiarse de conocimientos útiles y de herramientas de presupuestación” (Tim Bradshaw y Robert Armstrong, “Google in talks to move into banking”, Financial Times, 13 de noviembre de 2019).
Como señala el diario Financial Times (“Geogle/banking: every breath you take”, 14 de noviembre de 2019), con más de 121.000 millones de dólares en caja y en títulos líquidos, Alphabet, la matriz de Google, no necesita precisamente acudir a depósitos externos para financiar sus operaciones fintech, por lo que no es difícil suponer que el negocio en cuestión tiene que aportarle otro tipo de réditos, a corto o a medio plazo.
Según dicho diario, si el experimento de las cuentas corrientes sale bien, podría ofrecer una gama completa de servicios financieros, como ya hace la empresa china Alipay.
El artículo finaliza con la siguiente reflexión, que viene en cierta manera a cerrar “El Círculo”: “Una oportunidad claramente de doble filo puede eventualmente plantearse a los consumidores: hacer operaciones bancarias, comprar, relacionarse y estudiar dentro de un ecosistema construido por un solo grupo tecnológico. La agregación de datos  multiplica su valor. Las objeciones éticas proliferan a la misma tasa”.

Ya se sabe, como decía la mítica canción de “The Police”, “Every breath you take, every move you make… I’ll be watching you”.

13 de enero de 2020

El nivel “óptimo” de fraude fiscal y las subidas impositivas

Aunque la figura del “homo economicus” ha quedado bastante capitidismuida a raíz de todas las revisiones metodológicas de la Economía que, con especial ímpetu desde la gran crisis económica y financiera internacional de 2007-2008, vienen desplegándose, aún no ha desaparecido de los manuales. Aunque se tiene constancia de que no todos los individuos se comportan como maximizadores de (su) utilidad, no es menos cierto que no todos han dejado de serlo por arte de magia.

Muchas personas adoptan decisiones individuales de la más diversa naturaleza a partir de la confrontación de los beneficios y costes privados derivados de los posibles cursos de acción. Aunque la mera consideración de este tipo de enfoque aplicado a algunos ámbitos puede zaherir la sensibilidad de algunas personas, la corriente -hasta no hace mucho- principal de la Economía postulaba su utilización en los más diversos campos. El de la decisión relativa a no declarar fiscalmente (total o parcialmente) la renta obtenida es uno de ellos. Ojalá la cuestión del fraude fiscal fuera una mera entelequia, pero se trata de un fenómeno, desafortunadamente, bastante extendido.

¿Cómo afronta un individuo “racional” su comportamiento a la hora de declarar fiscalmente la renta obtenida? Según el enfoque económico estándar, en el que los sentimientos cívicos quedan totalmente soslayados, el individuo toma su decisión de no declarar la renta confrontando el beneficio y el coste asociados a cada euro de renta no declarado:
  • El beneficio de no declarar un euro de renta vendrá dado por lo que dejaría de tributar por dicho euro, es decir, el resultado de multiplicar 1 euro por el tipo impositivo (tipo marginal) aplicable. Si el IRPF tiene una tarifa progresiva, a medida que se van dejando de declarar sucesivas cantidades, el ahorro obtenido será menor, ya que el tipo aplicable (sobre cantidades menores) será más bajo.
  • A su vez, el coste de no declarar se corresponderá esencialmente con el importe de las sanciones que resulten de una eventual detección del fraude. Dependerá de la probabilidad de detección y de la graduación de las sanciones.
De esta manera, pueden dibujarse las curvas representativas de los beneficios y de los costes marginales de la decisión de no declarar. Bajo este esquema, teóricamente, mientras el beneficio marginal supere el coste marginal de no declarar un euro, al individuo maximizador de la utilidad esperada le compensaría no declararlo. Así, hasta llegar al punto en el que el beneficio marginal coincide con el coste marginal. Esa sería la cuantía “óptima” de la no declaración de la renta obtenida, como se señala en la figura adjunta.

Este sencillo esquema permite pronosticar el posible impacto de algunas medidas relacionadas con el nivel de los tipos de gravamen, así como con los medios de la Administración tributaria y el régimen sancionador.

Al hilo de la exposición del referido modelo, un alumno me planteaba si cabría esperar que un aumento de los tipos de gravamen en el IRPF, como se ha anunciado en España, conduzca a un incremento del fraude fiscal.

He aquí algunas de las consideraciones efectuadas:

En primer lugar, cualquier consideración sobre la magnitud de la fiscalidad debería hacerse tomando como referencia el sistema impositivo “ideal” elegido por la sociedad, a partir de los principios de justicia, economía, administración y sosteniblidad presupuestaria.

Si el modelo anteriormente expuesto refleja de alguna manera un comportamiento más o menos representativo de los contribuyentes, una elevación de los tipos de gravamen implicaría un aumento de los beneficios marginales por la no declaración y, de esa forma, una posible ampliación del fraude fiscal. La curva de beneficios marginales se desplazaría verticalmente hacia arriba.

Sin embargo, ese posible efecto podría ser contrarrestado mediante un incremento de la probabilidad de detección del fraude y/o un agravamiento de las sanciones. Con ello, la curva de costes marginales también se desplazaría verticalmente hacia arriba. 

Cuestión distinta es la concerniente al posible efecto de los nuevos tipos en la generación de renta, lo que se verá condicionado por la mayor o menor movilidad, y las preferencias de los contribuyentes afectados.

Y, para finalizar, una pregunta distinta, bastante fácil de responder: ¿dónde se situaría el “óptimo” de un individuo “maximizador del civismo tributario”?, acompañada de otra un tanto incómoda: ¿cuál de los dos comportamientos “maximizadores” es más representativo de la realidad social?




10 de enero de 2020

¿Se han convertido los bonos en acciones, y las acciones en bonos?

La atípica situación que se vive en los últimos años en el ámbito de los tipos de interés, con abundantes casos en los que incluso se sitúan en terreno negativo, aparte de causar enormes desconciertos, está provocando un buen número de distorsiones en los mercados financieros y en los comportamientos de los inversores. Los tipos de interés negativos vienen a plantear un serio desafío a la lógica y a la racionalidad económicas.

Algunas de las distorsiones generadas llegan a alterar en la práctica la naturaleza de ciertos instrumentos financieros. Esa es la tesis que Robin Wigglesworth y Jennifer Ablan sostienen en un reciente artículo (“How bonds became stocks and stocks became bonds”, Financial Times, 18 de octubre de 2019).

Tradicionalmente, los bonos soberanos se caracterizaban por ofrecer una casi absoluta seguridad y un rendimiento periódico relativamente moderado, pero generalmente aceptable en conjunción con los niveles de seguridad ofrecidos. Invertir en un título de deuda soberana a largo plazo implicaba poder percibir un cupón fijo durante el período de tenencia. En contraposición, el dividendo de las acciones es un elemento menos predecible, por lo que los inversores en estos instrumentos de renta variable tienden a ponderar en gran medida las posibilidades de obtener ganancias por la vía de la revalorización de los títulos en el mercado.

Como indican los autores mencionados, aunque, por supuesto, hay excepciones, en general, “esta relación se ha mantenido constante a lo largo de la era moderna”. Pero señalan que “Ahora, sin embargo, los inversores se ven forzados a convivir con la situación contraria – bonos que no generan nada pero que se revalorizan en precio, y acciones a las que se recurre por sus flujos de dividendos en vez de por sus precios crecientes”.

La emisión de bonos con rendimientos negativos está en la base del problema. Es evidente que, en tales circunstancias, el mantenimiento del bono hasta su vencimiento implica una merma patrimonial segura. [En el caso de títulos con rendimiento implícito, llegado el vencimiento, el titular del bono obtiene un importe inferior al del desembolso efectuado. Por ejemplo, se abonaría inicialmente un importe de 100 euros por un título y se obtendrían finalmente 95 euros. Si esta situación la trasladásemos, a efectos de equivalencia, a un bono con “rendimiento” explícito, cada año, en lugar de recibir un cupón, habría que efectuar un pago por el interés negativo. Se invertirían 100 euros y se recuperaría el mismo importe, pero cada año habría que efectuar un pago mientras se estuviera en posesión del título. En la práctica, los bonos suelen emitirse con un cupón anual positivo o nulo, y es el precio pagado en las subastas lo que puede dar lugar a rentabilidades negativas. Lo anterior implicaría pagar un precio por encima del nominal.]

De ahí que muchos inversores adquieran tales títulos con la expectativa de desprenderse de ellos antes del vencimiento obteniendo alguna ganancia en el precio.

Sin embargo, la apuesta no deja de ser arriesgada. Puede funcionar mientras persista una tendencia de bajada de tipos; en caso de que se entrase en una fase alcista, la venta antes del vencimiento haría incurrir en mayores pérdidas [En la sección de contenidos de Edufinet (apartado de Renta fija -rentabilidad y riesgo-) se ofrece una justificación de la relación entre el valor de mercado de un título de renta fija y el tipo de interés].

En el artículo citado se recogen algunas tendencias bastante significativas. Así, por un lado, se constata que, a largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, la rentabilidad vía dividendo del mercado bursátil estadounidense era superior al rendimiento medio de los bonos públicos, “simplemente porque los inversores consideraban que los activos de más riesgo como las acciones deben dar una mayor rentabilidad que un activo seguro y con una renta fija estable” [Ahora bien, este argumento soslaya el efecto de la posible revalorización de los títulos en el mercado]. No obstante, la situación comenzó a cambiar a finales de los años cincuenta del siglo pasado, cuando el rendimiento del bono soberano a 10 años superó el rendimiento por dividendos del índice S&P 500, lo que ha prevalecido hasta recientemente.

Actualmente, sin embargo, se da la situación contraria. Wigglesworth y Ablan consideran que “la cuestión es si este nuevo mundo continuará, y si los gestores de fondos tendrán que lamentar haber hecho acopio de acciones en lugar de bonos públicos si llega algún desastre”. En fin, vivimos tiempos complejos, en los que, más que nunca, es necesario ponderar la relación entre la rentabilidad y el riesgo, y donde, en no pocas ocasiones, las opciones más realistas, e incluso las únicas disponibles, pasan, más que por maximizar las ganancias, por minimizar las pérdidas.

[Artículo publicado en EdufiBlog, con fecha 10 de enero de 2020]



8 de enero de 2020

“Eyes wide shut” vs “Relato soñado”: ¿hacia una ampliación de la teoría económica de los clubes?

“Solo se ve bien con el corazón: lo esencial es invisible a los ojos”. Durante años, esta sentencia de “El principito” fue un valioso y esperanzador salvoconducto para transitar el arduo camino de la adolescencia. La realidad, sin embargo, vino a demostrar que es preciso tener los ojos bien abiertos, sin olvidar que, incluso así, es difícil no caer en trampas y celadas. En fin, puede que alguna vez llegue a ser cierto el evocador aserto de Lennon y McCartney (“Living is easy with eyes closed”), pero no parece que sea una buena recomendacíón seguirlo ante una obra del séptimo arte, y aún menos si su título es expresivo de ese tipo de situaciones.

Reconozco que, cuando vi la película dirigida por Stanley Kubrick, me quedé tan intrigado como el protagonista acerca de las claves que llevaron a su exoneración tras su arriesgada intrusión en el santuario reservado. La recuerdo como una película particularmente perturbadora e inquietante. Aun cuando aparecen pistas e indicios en la primera parte, el espectador queda sumido en dudas respecto a algunos aspectos clave de la trama.

Hace poco tuve la oportunidad de conseguir la obra en la que se basa la película, “Relato soñado” (“Traumnovelle”), una novela corta del escritor austríaco Arthur Schnitzler, publicada en 1926.

Lo primero que llama la atención al leerla es la enorme distancia que, en numerosas facetas, no sólo en el tiempo y en el entorno, separa dicho texto de la proyección llevada a la pantalla. Y no queda más remedio que reconocer la existencia de un considerable “valor añadido” en el guion y la puesta en escena.

Otra noción económica es de uso obligado, la de “efectos externos”, claramente positivos al menos en lo que concierne a la inclusión de significadas piezas en la banda sonora, singularmente un vals de Shostakovich y un delicioso “pasaje” para el “tren nocturno” de Oscar Peterson. Asimismo, el uso de la contraseña “Fidelio” (diferente, por cierto, de la empleada en la novela) puede ser un estímulo para adentrarse en la ópera de Beethoven.

Pero yendo al núcleo del asunto aquí tratado, si bien ha de admitirse la calidad y el interés de la obra literaria, no puede dejar de señalarse que aún son menos los indicios que en la cinta, para encontrar la explicación al enigma de la salvación del personaje central, también médico en la novela, que se desarrolla en la ciudad de Viena.

En cualquier caso, el momento álgido, tanto en la pantalla como en el libro, nos sirve para reflexionar en torno a la teoría económica de los clubes privados, como aparentemente lo era al que pretendía incorporarse, transitoria y subrepticiamente, el inquieto galeno.

Un club es una organización que ofrece un conjunto de bienes y servicios compartidos exclusivamente a sus miembros. Evidentemente, no todos los bienes y servicios se prestan a ser objeto de la actividad básica de un club. Han de tratarse de servicios colectivos con dos condiciones: una, naturalmente, que se no sean puros, ya que, de serlo, cualquier persona, miembro o no del club, sería beneficiaria; otra, ligada a la anterior, que sea factible la exclusión de aquellas personas no dispuestas a pagar las contribuciones económicas exigidas y, asimismo, de quienes no respeten las normas establecidas.

Entre otros aspectos, la teoría económica de los clubes se ha encargado de analizar el tamaño, i.e., el número de socios, óptimo, así como el nivel de provisión idóneo del servicio en cuestión. Más allá del tamaño óptimo, cada miembro del club impone una externalidad negativa sobre los otros, lo que tiende a degradar la calidad de los beneficios disfrutados por todos. Los bienes de club se consideran divisibles, en el sentido de que quienes no puedan acceder a un club ya completo pueden replicar otro similar. El perfil de los integrantes, homogéneo o heterogéneo, es otra de los temas abordados.

Diversos desarrollos analíticos permiten concluir que, si se dejan funcionar libremente, los clubes pueden ser valiosos instrumentos para lograr una asignación eficiente de recursos. Cada persona puede adscribirse voluntariamente a aquella asociación que mejor satisfaga sus preferencias. Para ello es imprescindible que exista una correspondencia claramente identificable entre los servicios ofertados y los costes asociados a la membrecía.

Sin embargo, el doctor Fridolin se comportó, si no completamente como un “free rider”, sí como un “free observer” enmascarado, ignorante, por lo demás, de las reglas internas del club (“Es una desgracia -dijo el caballero de amarillo, porque aquí da igual haber olvidado la contraseña [la interior] que no haberla sabido nunca”).

La teoría económica de los clubes supone que, cuando se detecta un aspirante a “free rider”, la organización pueda vetar el acceso a los servicios, mas no una sanción tan desproporcionada como la que estuvo a punto de recaer sobre el inconsciente médico. En un plano más general, da la impresión de que el carácter estricto de las reglas es crucial para el funcionamiento de algunas asociaciones singulares, con escasa “disclosure”. Tal vez, la teoría económica debiera, pues, ampliar su espectro para dar cabida a las sociedades secretas. Existe una economía sumergida, pero, según parece, también un (siniestro) derecho sumergido. Al menos en los relatos soñados.

5 de enero de 2020

¿Felicidad Nacional Bruta vs Producto Interior Bruto?


Las críticas al PIB (Producto Interior Bruto) como indicador económico se multiplican por doquier. A la vista de la gran cantidad de flancos desde los que se viene cuestionando el uso de dicha magnitud casi resulta sorprendente que siga tan arraigada. De hecho, casi con carácter universal, continúa siendo la referencia esencial para el seguimiento de la evolución económica de países y regiones, para la valoración de su dinamismo o atonía, y para la comparación internacional de los niveles de vida.

En estas mismas páginas hemos dejado constancia de las debilidades del PIB para reflejar las implicaciones de las nuevas realidades económicas, además de la completa desatención a la forma en que se distribuye la renta, el olvido de las consecuencias de la actividad productiva para el medio ambiente, o las dificultades para lograr una adecuada medición de la producción del sector público y del sector financiero. Eppur si muove… A pesar de todo, menuda importancia tiene en nuestras vidas, cómo tememos que el PIB se desplome y, especialmente, que se instale en una fase recesiva. Aun con todas sus imperfecciones, según cómo evolucione, así nos irá en el mercado de trabajo y en las rentas generadas en el conjunto de la economía.

Pero hay importantes aspectos no recogidos por el PIB, y justamente eso es lo que tratan de hacernos ver las diversas iniciativas que, desde hace años, propugnan la utilización de indicadores más perfeccionados y representativos de una realidad económica y social ciertamente compleja. En descargo del PIB, cabe recordar que no se le debe juzgar por lo que no es ni por lo que no pretende medir. Con todas las deficiencias señaladas, y otras más, su vocación es la de ofrecer una cuantificación de los bienes y servicios producidos en un territorio durante un período, generalmente un año. Por tanto, va orientado a medir el flujo de producción en dicho período, sin atender al stock de riqueza acumulada y sin pretender significar el nivel de bienestar económico de los habitantes del territorio en cuestión.

Ante este panorama, ¿sería muy descabellado olvidarse del PIB para centrarnos en algo que verdaderamente interesa de manera directa a las personas, como es su felicidad? A este respecto, la paradoja de Easterlin sigue siendo objeto de análisis. Richard Easterlin, en un estudio del año 1974, había puesto de manifiesto que, en Estados Unidos, la satisfacción media de la población se había estancado entre 1946 y 1979, a pesar de que el PIB por habitante había aumentado un 65% en el mismo período.

Lo cierto es que, a lo largo de los últimos años, viene proliferando el uso de indicadores relacionados con el bienestar. La OCDE se ha distinguido en este campo mediante la elaboración de un indicador (Índice de una Vida Mejor) que recoge las puntuaciones alcanzadas en once dimensiones identificadas como esenciales en las áreas de las condiciones materiales y de la calidad de vida. Asimismo, ha desarrollado el proyecto de medición del bienestar subjetivo, que comprende una serie de conceptos aparte de la felicidad. Concretamente incorpora tres elementos: autoevaluación de la vida, relaciones afectivas, y eudaimonia (plenitud en el sentido aristotélico). Por otro lado, la Sustainable Development Solutions Network (J. Helliwell, R. Layard y J. Sachs) edita el World Happiness Report, que ofrece una ordenación de 156 países en función de la percepción de los ciudadanos de su propia felicidad.

Los avances en esa ruta continúan en diversos países. Sin embargo, el caso de Bután es especialmente llamativo desde que, ya en el año 1972, su monarca declarara que la Felicidad Nacional Bruta (FNB) era más importante que el PIB. Como se destaca en un estudio del FMI (S. Balasubramanian y P. Cashin, 2019), un aspecto clave de este pequeño país de algo más de 700.000 habitantes, enclavado en la región oriental del Himalaya, entre India y China, es el credo en el budismo vajrayana, filosofía basada en la compasión y el respeto para todos, y en la responsabilidad del gobierno en el cuidado de sus ciudadanos. El PIB per cápita de Bután, en términos reales, se ha multiplicado por 7 entre 1980 y 2016, aunque, a pesar de ello, en 2018 equivalía a algo más de una cuarta parte del nivel existente en España.

El Rey Jigme Singhye Wangchuk apostó por un modelo de desarrollo económico sustentado en los postulados de la filosofía budista y el desarrollo holístico, con un foco en la preservación del medio ambiente y el énfasis en el papel de la felicidad y el bienestar colectivo en las vidas de las personas. De manera concomitante, el índice FNB fue implantado en detrimento del PIB, a partir de un esquema basado en 4 pilares, 9 campos, 33 indicadores, y 124 variables. Los pilares incluyen: el desarrollo económico, sostenible y socialmente equitativo; la preservación y la promoción de la cultura; la conservación del medio ambiente; y la buena gobernanza.

Los expertos del FMI consideran que la utilización del índice FNB ha influido positivamente en permitir que los indicadores macroeconómicos de Bután crezcan de manera más sostenible. No obstante, señalan una serie de deficiencias, como el nivel de subjetividad implícito en su medición.

A tenor del protagonismo dado a la FNB en Bután, ¿cabría esperar que este país estuviera bien posicionado en el ranking mundial de felicidad antes referido? Cuando acudimos a la tabla que recoge los datos del período 2016-2018, hemos de descender hasta el puesto 95º para encontrar el pequeño país asiático. Como señala Tim Harford, “la felicidad es fácil de venerar, pero difícil de generar”.

El ranking está encabezado por Finlandia, Dinamarca y Noruega, en tanto que Afganistán, República Centroafricana y Sudán del Sur cierran la lista. Por su parte, España se encuentra en la posición 30ª, por delante de El Salvador (35ª) y por detrás de Méjico (23ª), país que, en términos del índice de felicidad declarada, está muy cerca de Estados Unidos (19ª).

En cualquier caso, hay vida más allá del PIB, todo un mundo inexplorado que hay que incorporar para disponer de una visión completa de la senda por donde caminamos. En línea con lo afirmado por Harford, carece de utilidad creer que la medición del PIB es el problema, y medir la felicidad nacional bruta, la solución. Más útil resulta promover acciones concretas que contribuyan a satisfacer las necesidades de la población de manera equilibrada y sostenible.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 5 de enero de 2020)

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