“El capital en el siglo XXI” se ha convertido en uno de los mayores
éxitos editoriales y de influencia en la
opinión pública de las últimas décadas, lo cual es especialmente apreciable ya
que se trata de un volumen de casi 700 páginas, dedicadas a arduos contenidos
económicos. Más allá de sus atributos, el hecho de que las tesis esgrimidas representen
una contundente crítica al capitalismo ayuda a explicar el éxito arrollador de
Thomas Piketty.
Su nueva obra, “Capital e ideología”, llega a las 1.200 páginas, y
se encamina a replicar la trayectoria de su antecesora. En ella se lleva a cabo
un pormenorizado y documentado análisis histórico de los regímenes no
igualitarios. Según Piketty, todas las sociedades humanas tienen necesidad de
justificar sus desigualdades, y para ello desarrollan ideologías. A partir de
ese estudio, Piketty se declara convencido de que es posible superar el sistema
capitalista actual y perfilar un “nuevo socialismo participativo”, calificativo
este que incorpora “para diferenciarlo del socialismo del tipo soviético”.
El hecho de que aluda al “desastre comunista” no es óbice para su
ambición de poner término al capitalismo, la propiedad privada, y las grandes
desigualdades socioeconómicas, a fin de dar paso a una “sociedad justa”. Por
esta entiende aquella que permite al conjunto de sus miembros acceder a los
bienes fundamentales en el sentido más amplio posible. Una definición centrada
en los derechos y donde la clave está en saber hasta dónde llegan dichos bienes
fundamentales (educación, sanidad, vivienda, cultura…).
Aboga por que la igualdad de acceso a estos bienes sea absoluta.
Algo a tener en cuenta, puesto que, ya se sabe, en las “granjas orwellianas”,
todos los animales son iguales, pero algunos lo son más que otros. Aún más importante
sería saber cómo quedarían garantizadas las libertades primarias, como las de
pensamiento y expresión, respecto a cuya distribución efectiva (no registrada
en el coeficiente de Gini) existe también una amplia -y, en muchos casos,
dolorosa- experiencia histórica.
El socialismo participativo de Piketty se apoya en dos pilares: i)
la instauración de una “verdadera propiedad social del capital”, mediante un
mejor reparto del poder en las empresas; ii) la aplicación del principio de
propiedad temporal del capital, en el marco de unos impuestos fuertemente
progresivos.
Piketty cuestiona de manera radical que la propiedad privada pueda
entenderse como un derecho natural de las personas, y sostiene que la
acumulación de bienes es siempre el fruto de un proceso social, dependiente de
las infraestructuras públicas, la división social del trabajo, y los
conocimientos acumulados. De ahí que considere lógico que quienes hayan
acumulado patrimonios importantes entreguen, cada año, una fracción de los
mismos a la comunidad.
Por una parte, propone asignar, en todos los países, la mitad de
los derechos de voto en los consejos de administración o de dirección de todas
las empresas privadas, incluidas las pequeñas, a los representantes de los
asalariados. También sugiere elegir a una parte de los administradores por
asambleas mixtas de empleados y accionistas.
Por otro lado, defiende un sistema impositivo basado en el “tríptico
del impuesto progresivo”: un impuesto anual sobre el patrimonio neto, un impuesto
sobre las herencias recibidas, y un impuesto sobre la renta. Hace una defensa a
ultranza de la progresividad, aunque sin adentrarse en la controversia teórica
y metodológica existente sobre dicha característica impositiva. En relación con
el impuesto sobre las herencias y el impuesto sobre la renta, propone aplicar
tipos medios efectivos del orden del 60%-70% para magnitudes a partir de 10
veces las medias de las correspondientes bases imponibles, y del 80%-90%, para
bases superiores a 100 veces dichas medias. En el impuesto sobre el patrimonio
plantea un tipo de gravamen del 90% para los patrimonios superiores a los 1.000
millones de euros, lo que, de una sola tacada, llevaría a dejar su riqueza en
una décima parte. Sin duda, al año siguiente afrontarían un tipo de gravamen
más bajo.
En el sistema impositivo propuesto no tendrían cabida los
impuestos indirectos, salvo cuando se trate de corregir alguna externalidad (efecto
negativo no recogido en el precio de mercado de un producto), pero sí las
cotizaciones sociales, en combinación con el IRPF, y un impuesto progresivo
sobre las emisiones de carbono. Con la recaudación de los impuestos ligados a
la riqueza se financiaría el coste de una dotación de capital que, por importe
del 60% del patrimonio medio, se otorgaría a los jóvenes por una sola vez (por
ejemplo, a la edad de 25 años), y que, en los países ricos, sería del orden de
120.000 euros. Piketty concibe este sistema como una forma de “herencia para
todos”, lo que ofrecería nuevas posibilidades para adquirir una vivienda o
financiar un proyecto de creación de una empresa. Adicionalmente, las personas
sin recursos tendrían derecho a recibir una renta básica, equivalente al 60% de
la renta nacional media después de impuestos.
El libro comentado es muy extenso, pero se echa de menos un
tratamiento más amplio de algunas cuestiones fiscales de gran relevancia. A
título de ejemplo, se presta una atención nula a aspectos como la fundamentación
de la justicia fiscal, la consideración de la unidad contribuyente de los
impuestos (individuo o familia), la mayor equidad -desde el punto de vista del
ciclo vital- del consumo frente a la renta como base de la imposición personal,
las posibles reacciones de comportamiento económico ante cargas impositivas muy
elevadas, los desincentivos al ahorro, las deficiencias ligadas a la aplicación
de la progresividad bajo una óptica anual, o la influencia de la economía
sumergida. Asimismo, se omite alguna justificación del tránsito, desde la
propuesta que planteaba en su primera obra, acerca de un impuesto sobre el
patrimonio con tipos máximos del 1% o del 2%, a la nueva, donde alcanzan el
90%.
Pero hay otra cuestión primordial a dilucidar. Hoy día existen
grandes desigualdades económicas, pero, como señala la revista The Economist en
un número del pasado mes de noviembre, investigaciones recientes ponen de
relieve que algunas de las conclusiones ampliamente difundidas sobre el
crecimiento de las desigualdades no son tan firmes como se creía.
(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 19 de enero de
2020)