5 de enero de 2020

¿Felicidad Nacional Bruta vs Producto Interior Bruto?


Las críticas al PIB (Producto Interior Bruto) como indicador económico se multiplican por doquier. A la vista de la gran cantidad de flancos desde los que se viene cuestionando el uso de dicha magnitud casi resulta sorprendente que siga tan arraigada. De hecho, casi con carácter universal, continúa siendo la referencia esencial para el seguimiento de la evolución económica de países y regiones, para la valoración de su dinamismo o atonía, y para la comparación internacional de los niveles de vida.

En estas mismas páginas hemos dejado constancia de las debilidades del PIB para reflejar las implicaciones de las nuevas realidades económicas, además de la completa desatención a la forma en que se distribuye la renta, el olvido de las consecuencias de la actividad productiva para el medio ambiente, o las dificultades para lograr una adecuada medición de la producción del sector público y del sector financiero. Eppur si muove… A pesar de todo, menuda importancia tiene en nuestras vidas, cómo tememos que el PIB se desplome y, especialmente, que se instale en una fase recesiva. Aun con todas sus imperfecciones, según cómo evolucione, así nos irá en el mercado de trabajo y en las rentas generadas en el conjunto de la economía.

Pero hay importantes aspectos no recogidos por el PIB, y justamente eso es lo que tratan de hacernos ver las diversas iniciativas que, desde hace años, propugnan la utilización de indicadores más perfeccionados y representativos de una realidad económica y social ciertamente compleja. En descargo del PIB, cabe recordar que no se le debe juzgar por lo que no es ni por lo que no pretende medir. Con todas las deficiencias señaladas, y otras más, su vocación es la de ofrecer una cuantificación de los bienes y servicios producidos en un territorio durante un período, generalmente un año. Por tanto, va orientado a medir el flujo de producción en dicho período, sin atender al stock de riqueza acumulada y sin pretender significar el nivel de bienestar económico de los habitantes del territorio en cuestión.

Ante este panorama, ¿sería muy descabellado olvidarse del PIB para centrarnos en algo que verdaderamente interesa de manera directa a las personas, como es su felicidad? A este respecto, la paradoja de Easterlin sigue siendo objeto de análisis. Richard Easterlin, en un estudio del año 1974, había puesto de manifiesto que, en Estados Unidos, la satisfacción media de la población se había estancado entre 1946 y 1979, a pesar de que el PIB por habitante había aumentado un 65% en el mismo período.

Lo cierto es que, a lo largo de los últimos años, viene proliferando el uso de indicadores relacionados con el bienestar. La OCDE se ha distinguido en este campo mediante la elaboración de un indicador (Índice de una Vida Mejor) que recoge las puntuaciones alcanzadas en once dimensiones identificadas como esenciales en las áreas de las condiciones materiales y de la calidad de vida. Asimismo, ha desarrollado el proyecto de medición del bienestar subjetivo, que comprende una serie de conceptos aparte de la felicidad. Concretamente incorpora tres elementos: autoevaluación de la vida, relaciones afectivas, y eudaimonia (plenitud en el sentido aristotélico). Por otro lado, la Sustainable Development Solutions Network (J. Helliwell, R. Layard y J. Sachs) edita el World Happiness Report, que ofrece una ordenación de 156 países en función de la percepción de los ciudadanos de su propia felicidad.

Los avances en esa ruta continúan en diversos países. Sin embargo, el caso de Bután es especialmente llamativo desde que, ya en el año 1972, su monarca declarara que la Felicidad Nacional Bruta (FNB) era más importante que el PIB. Como se destaca en un estudio del FMI (S. Balasubramanian y P. Cashin, 2019), un aspecto clave de este pequeño país de algo más de 700.000 habitantes, enclavado en la región oriental del Himalaya, entre India y China, es el credo en el budismo vajrayana, filosofía basada en la compasión y el respeto para todos, y en la responsabilidad del gobierno en el cuidado de sus ciudadanos. El PIB per cápita de Bután, en términos reales, se ha multiplicado por 7 entre 1980 y 2016, aunque, a pesar de ello, en 2018 equivalía a algo más de una cuarta parte del nivel existente en España.

El Rey Jigme Singhye Wangchuk apostó por un modelo de desarrollo económico sustentado en los postulados de la filosofía budista y el desarrollo holístico, con un foco en la preservación del medio ambiente y el énfasis en el papel de la felicidad y el bienestar colectivo en las vidas de las personas. De manera concomitante, el índice FNB fue implantado en detrimento del PIB, a partir de un esquema basado en 4 pilares, 9 campos, 33 indicadores, y 124 variables. Los pilares incluyen: el desarrollo económico, sostenible y socialmente equitativo; la preservación y la promoción de la cultura; la conservación del medio ambiente; y la buena gobernanza.

Los expertos del FMI consideran que la utilización del índice FNB ha influido positivamente en permitir que los indicadores macroeconómicos de Bután crezcan de manera más sostenible. No obstante, señalan una serie de deficiencias, como el nivel de subjetividad implícito en su medición.

A tenor del protagonismo dado a la FNB en Bután, ¿cabría esperar que este país estuviera bien posicionado en el ranking mundial de felicidad antes referido? Cuando acudimos a la tabla que recoge los datos del período 2016-2018, hemos de descender hasta el puesto 95º para encontrar el pequeño país asiático. Como señala Tim Harford, “la felicidad es fácil de venerar, pero difícil de generar”.

El ranking está encabezado por Finlandia, Dinamarca y Noruega, en tanto que Afganistán, República Centroafricana y Sudán del Sur cierran la lista. Por su parte, España se encuentra en la posición 30ª, por delante de El Salvador (35ª) y por detrás de Méjico (23ª), país que, en términos del índice de felicidad declarada, está muy cerca de Estados Unidos (19ª).

En cualquier caso, hay vida más allá del PIB, todo un mundo inexplorado que hay que incorporar para disponer de una visión completa de la senda por donde caminamos. En línea con lo afirmado por Harford, carece de utilidad creer que la medición del PIB es el problema, y medir la felicidad nacional bruta, la solución. Más útil resulta promover acciones concretas que contribuyan a satisfacer las necesidades de la población de manera equilibrada y sostenible.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 5 de enero de 2020)

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