El
Día de la Educación Financiera -el primer lunes del mes de octubre- fue instaurado
en España en el año 2015, con objeto de difundir el Plan Nacional de Educación
Financiera, y concienciar a la ciudadanía acerca de la importancia de mejorar y
ampliar los conocimientos financieros y económicos. La celebración de este
evento ofrece una oportunidad para trazar una panorámica del estado de la
cuestión, repasar las tendencias observadas y reflexionar en torno a los retos
que se afrontan en dicho ámbito. La mejora del nivel de cultura financiera de
la población sigue siendo un objetivo prioritario en la mayoría de los países,
si bien, ante un panorama económico en pleno proceso de transformación, en el
que emergen nuevos paradigmas, los programas de educación financiera han de
adaptar sus enfoques metodológicos y sus contenidos.
Desde
hace años, en un gran número de países de todo el mundo se ha desplegado un
amplio arsenal de iniciativas públicas y privadas encaminadas a promover la
cultura financiera entre la población. Más de 70 países han establecido
estrategias nacionales de educación financiera. La perspectiva financiera se ha
incorporado, junto a las materias básicas, a las pruebas del PISA realizadas
por la OCDE a los estudiantes de secundaria. Asimismo, esta organización
internacional incluye la alfabetización financiera entre los conceptos y
cuerpos de conocimiento considerados de importancia esencial para que los
estudiantes los aprendan en la escuela. La cultura financiera es, en fin, una
competencia clave para la vida en el siglo XXI.
Las
razones son múltiples y sólidas. La adopción de decisiones financieras
inadecuadas respecto a las circunstancias personales puede acarrear costes
económicos directos significativos a las familias, en tanto que la carencia de
habilidades numéricas y financieras elementales origina limitaciones en el
desempeño profesional. Un elevado nivel de cultura financiera es un factor relevante
para la estabilidad y la eficiencia del sistema financiero, y también de la
economía en su conjunto.
A
tenor de la enorme expansión de los programas de educación financiera en el
ámbito internacional, cabría esperar que el nivel de preparación de la población
hubiese mejorado de manera sustancial. Sin embargo, la evidencia disponible no
permite ser demasiado optimistas al respecto, lo que no viene sino a corroborar
la magnitud del reto planteado. “La tarea educativa que tenemos por delante
puede llevarnos incluso siglos”, proclamaba en el año 1938 Harry Scherman, en
relación con la extensión de los conocimientos económicos entre la población[1].
Flore-Anne
Messy, secretaria ejecutiva de la Red Internacional de Educación Financiera de
la OCDE (INFE, por sus siglas en inglés), ha sugerido que hay dos formas de ver
el nivel de alfabetización financiera: como un vaso medio lleno o medio vacío[2]. Nos
encontramos ante una realidad heterogénea entre países y, dentro de éstos,
entre colectivos, pero no deja de ser significativo que, según un reciente estudio
de la OCDE realizado para 26 países, sólo en torno a una cuarta parte de los
adultos es capaz de contestar correctamente preguntas sobre el interés simple y
el interés compuesto[3].
Cualquier programa educativo se proyecta sobre
una realidad cambiante, como cambiantes son los perfiles y las necesidades de
los destinatarios de las acciones formativas. Si esto es un rasgo intrínseco en
todos los ámbitos del conocimiento, lo es de manera acentuada en conexión con
las materias económicas y financieras, sujetas a movimientos y cambios
incesantes. Si bien es cierto que hay conceptos nucleares que permanecen
inmutables en su esencia, como el de tipo de interés, la realidad económica y
financiera está inmersa en un proceso de transformación permanente, acentuado
en los últimos años, bajo el impulso de tendencias estructurales y del impacto
de acontecimientos imprevistos, lo que exige que los programas de educación
financiera deban ser objeto de una revisión continua. A ello se une la
necesidad de contrastar la validez de los enfoques didácticos, y de calibrar la
capacidad de los distintos canales y de los instrumentos utilizados para su
impartición.
El diseño de programas de educación financiera
eficaces se enfrenta a un amplio conjunto de condicionantes y retos del entorno
que no pueden pasar desapercibidos. Así, el proceso de digitalización afecta de
manera especial al sistema financiero, con una profunda transformación tanto en
la vertiente de la oferta como en la de demanda de servicios financieros, y en
la forma de relación entre los proveedores de tales servicios y los clientes.
Al mismo tiempo, han hecho acto de aparición nuevos operadores especializados (Fintechs) que ofrecen servicios
financieros específicos a través de canales telemáticos.
La digitalización lleva aparejados, no
obstante, algunos problemas. La exclusión, de facto, de personas integrantes de
algunos colectivos poblacionales es patente. También lo es el aumento de los ciberriesgos para las entidades
financieras, como igualmente la mayor exposición de los clientes a actuaciones
fraudulentas cada vez más sofisticadas y perniciosas. El desarrollo de
competencias sobre finanzas digitales, en definitiva, ha adquirido una
importancia de primer orden. Otros desarrollos ligados a los avances
tecnológicos deben ser igualmente objeto de consideración, tales como los big data, la analítica avanzada, el machine learning o la inteligencia
artificial.
A lo largo de los últimos años han irrumpido,
asimismo, en algunos casos reviviendo viejos planteamientos, diversos
paradigmas de gran relevancia, en distintos planos[4].
El carácter de la educación financiera como disciplina fronteriza se ha
acentuado notoriamente, de manera que la “flor de la educación financiera”
tiene que amoldarse para acoger “nuevos pétalos”. Aparte de los tradicionales, algunos de los
últimos en aparecer han llegado con enorme fuerza y vigor. Tal es el caso de
las finanzas sostenibles, con su triple proyección ASG (ambiental, social y de
gobernanza), y que se sitúan en el foco del Día de la Educación Financiera
2021. Bajo el lema “Tus finanzas, también sostenibles”, se pretende “aunar el
compromiso de la sostenibilidad ambiental, social y de gobernanza del planeta
con la gestión de las finanzas personales en todos sus aspectos, desde una
adecuada planificación de la economía doméstica a la inversión responsable”[5].
La educación financiera puede ser una valiosa
ayuda para la materialización del referido paradigma, a través de distintas líneas
de conocimiento y actuación, como las siguientes: i) promoción de la
sostenibilidad financiera de las propias familias mediante una adecuada
planificación y presupuestación, como soporte de decisiones financieras
informadas y responsables; ii) aportación de una visión integral de los flujos
de ahorro e inversión; iii) consideración de los impactos e interacciones dentro
del circuito económico; iv) atención a las repercusiones de los referidos
flujos en la vertiente medioambiental; v) incidencia de la transición
energética y de los riesgos climáticos en las entidades financieras, y vi)
incorporación de las perspectivas ASG en la toma de decisiones financieras.
Desde su nacimiento en el año 2005, el
proyecto Edufinet tiene internalizada la concepción de la educación financiera
como una flor en la que se despliegan cada vez más pétalos. Conscientes de la
importancia de los criterios ASG, desde hace ya algunos años hemos incorporado esta
línea de actividad, dentro de la que se han elaborado documentos y desarrollado
sesiones formativas centradas en dicho ámbito. A fin de dotarla de mayor
sustantividad, está prevista la creación de una sección específica con la
denominación de “EdufiGreen”, que se ocupará de las cuestiones relacionadas con
el medioambiente. Con arreglo a una aproximación “tinbergeniana”[6],
cada uno de los pilares ASG requeriría, a nuestro entender, de un espacio
propio.
La
conmemoración del Día de la Educación Financiera 2021 es un estímulo para
proseguir nuestra senda de promoción de la cultura financiera, objetivo que nos
exige conjugar la atención a conceptos y elementos de conocimiento ancestrales,
como el tipo de interés, con otros que se incorporan al hilo de nuevas
tendencias. Un desarrollo económico sostenible necesita sustentarse en unas
finanzas sostenibles, no sólo en relación con el medioambiente, sino también,
como prerrequisito, en la vertiente presupuestaria de familias, empresas y
administraciones públicas.
(Artículo
publicado en “UniBlog”)
[2]
Vid. A. Cundy, “Global push to boost financial literacy”, Financial Times, 20
de junio de 2021.
[3]
Vid.: G20-OECD-INFE-report-adult-financial-literacy-in-G20-countries.pdf,
pág. 28. Un resumen de este informe puede verse en: Microsoft
Word - Working Paper 10:2020.docx (edufinet.com).