De los resultados
de los estudios sobre el nivel de cultura financiera de la población llevados a
cabo internacionalmente, hay algunos que me sorprenden bastante. Uno, de manera
destacada, que el acceso de los alumnos a manuales con contenidos financieros
se traduzca en peores resultados en los tests PISA de cultura financiera. Otro
es el de la brecha negativa de conocimientos que suele observarse en el caso de
las mujeres. Es ciertamente este último un desfase al que no encuentro una
fácil explicación. No entiendo cómo la diferencia de sexo puede incidir en el
grado de las competencias financieras, si consideramos personas que tengan un
perfil educativo similar, así como una experiencia y un estatus socioeconómico semejantes.
Quizás sería más previsible encontrar pautas de comportamiento distintas, incluso
entre personas con perfil formativo y posición económica similares, en función
de la personalidad y de las preferencias de cada una.
La mencionada
brecha no concuerda con la supuesta ventaja de la que gozan las mujeres como
primeras ejecutivas empresariales, particularmente en el sector financiero,
puestos éstos en los que, aparte de la posibilidad de disponer de un
asesoramiento de primer nivel, es preciso contar con buenos instintos y habilidades
financieras.
En otros entornos
menos encumbrados, puedo dar fe de casos reales de mujeres que han exhibido
grandes cualidades en el plano financiero. Recuerdo especialmente el de una
mujer apenas sin estudios que durante toda su vida fue una extraordinaria
administradora y gestora doméstica de fondos, gran conocedora de las virtudes
del ahorro, de los peligros de la asunción de riesgos no controlados, de las
consecuencias del endeudamiento no sostenible, y de la prioridad absoluta de
atender escrupulosamente las deudas contraídas; no honrar una deuda era, según
sus códigos, algo así como una tragedia, causa de la mayor deshonra personal y
familiar. Aquella mujer, a lo largo de una serie de años, me dio valiosas
lecciones prácticas de gestión financiera y presupuestaria. Se llamaba Concepción Martínez Santana. Era mi madre.
Con brecha o sin
brecha en el ámbito de las competencias financieras, lo cierto es que las
mujeres están controlando una parte creciente de la riqueza financiera mundial.
Las adquisiciones por vía de herencia han sido tradicionalmente una fuente de
riqueza más importante de riqueza para las mujeres que para los hombres, en una
tendencia que tiende a acentuarse. Así, por ejemplo, se prevé que una gran
parte de la riqueza acumulada por los baby boomers estadounidenses pase
a manos de mujeres. La brecha de la longevidad, a la que se presta
escasa atención en la práctica, está en buena medida detrás de este fenómeno[1].
Las diferencias
interpersonales de cultura financiera y las de riqueza pueden obedecer a
múltiples causas. Indudablemente, en estas y otras facetas pueden influir
factores discriminatorios, pero no todas las diferencias han de derivarse
necesariamente de tales factores. Antes de trazar un plan de acción es preciso
discernir cuáles son las causas reales que originan resultados divergentes.
[1]
Financial Times, “Wealth management/women: banking on a growing financial
force”, 4 de octubre de 2021.