4 de septiembre de 2023

¿Manual de estilo pinkeriano, o manual pinkeriano de estilo?

 

“Me encantan los manuales de estilo”, declara Steven Pinker. A mí, más bien, me encantaban, pero, un tanto inexplicablemente, el abanico de las elecciones efectivas, con el paso del tiempo, va adquiriendo una mayor rigidez. Algunas de las dedicaciones preferidas van quedando sin opción. La consulta de algunos señeros manuales de periódicos españoles, de guías de las Rea Academia Española, o de textos imprescindibles como los de Lázaro Carreter y Umberto Eco, aparece como una imagen muy lejana, que se antoja ya irrecuperable.

Pese a ello, resulta difícil resistirse a la tentación de zambullirse (aunque no sea una deep dive) en la guía que propone el autor de “En defensa de la Ilustración” y que, como puede suponer quien haya leído esta obra, no es en modo alguno un texto light. Pero eso no le impide aportar una gran cantidad de ésta, si se permite este uso como ejemplo de los términos y expresiones ambiguos y ambivalentes que Pinker ilustra y analiza con detalle.

Para Pinker, el estilo de la escritura importa aún, al menos por tres razones: i) “porque asegura que la persona que escribe puede emitir correctamente su mensaje, evitando de ese modo que los lectores pierdan su precioso tiempo descifrando una maldita prosa incomprensible”; ii) “el estilo genera confianza”, si el escritor “se preocupa por la consistencia, coherencia y precisión de su prosa”; y iii) el “embellecimiento del mundo” que el estilo hace factible.

Pinker es partidario del uso de los manuales de estilo, puesto que “nadie nace con la capacidad innata para redactar textos” (“escribir es un acto antinatural”, sostiene, haciéndose eco de Darwin), pero subraya que “el punto de partida para ser buen escritor es ser un buen lector”.

La “maldición del conocimiento”, que “consiste en la dificultad de concebir que otra persona puede no saber algo que nosotros sí sabemos”, juega un importante papel en la explicación de sus tesis sobre las dificultades de la comunicación escrita[1]. Llega a calificarla como “una verdadera lacra en los afanes de la humanidad, a la par con la corrupción, la enfermedad y la entropía”.

A lo largo del manual Pinker da muchas lecciones de interés, y, aunque “[su] foco se encuentre en la no ficción”, considera que “las explicaciones deberían ser útiles también para los escritores de ficción, porque muchos principios de estilo pueden aplicarse del mismo modo [sic] cuando el mundo que se describe es real y cuando es imaginario”.

No obstante, advierte claramente acerca de cuán ardua es la tarea del escritor: “Hay demasiadas cosas que tienen que salir bien en un texto para que la mayoría de los mortales lo capten a la primera. Es dificilísimo formular un pensamiento que sea interesante y cierto… La forma en que los pensamientos se suscitan en el cerebro del escritor no tiene nada que ver con la forma en la que son absorbidos por el lector”.



[1] Algunas reflexiones al respecto se plantean en Tiempo Vivo : Las pretensiones de la escritura: entre maldiciones y bendiciones (neotiempovivo.blogspot.com). Por otro lado, el problema de la “maldición del conocimiento” se suscita de manera singular en el ámbito de la educación financiera (Tiempo Vivo : El Congreso de Educación Financiera de Edufinet “Realidades y Retos”: la hora de las conclusiones (neotiempovivo.blogspot.com)).


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