“Me encantan los manuales de
estilo”, declara Steven Pinker. A mí, más bien, me encantaban, pero, un tanto
inexplicablemente, el abanico de las elecciones efectivas, con el paso del
tiempo, va adquiriendo una mayor rigidez. Algunas de las dedicaciones
preferidas van quedando sin opción. La consulta de algunos señeros manuales de
periódicos españoles, de guías de las Rea Academia Española, o de textos
imprescindibles como los de Lázaro Carreter y Umberto Eco, aparece como una
imagen muy lejana, que se antoja ya irrecuperable.
Pese a ello, resulta difícil
resistirse a la tentación de zambullirse (aunque no sea una deep dive)
en la guía que propone el autor de “En defensa de la Ilustración” y que, como
puede suponer quien haya leído esta obra, no es en modo alguno un texto light.
Pero eso no le impide aportar una gran cantidad de ésta, si se permite este uso
como ejemplo de los términos y expresiones ambiguos y ambivalentes que Pinker ilustra
y analiza con detalle.
Para Pinker, el estilo de la
escritura importa aún, al menos por tres razones: i) “porque asegura que la
persona que escribe puede emitir correctamente su mensaje, evitando de ese modo
que los lectores pierdan su precioso tiempo descifrando una maldita prosa
incomprensible”; ii) “el estilo genera confianza”, si el escritor “se preocupa
por la consistencia, coherencia y precisión de su prosa”; y iii) el “embellecimiento
del mundo” que el estilo hace factible.
Pinker es partidario del uso
de los manuales de estilo, puesto que “nadie nace con la capacidad innata para
redactar textos” (“escribir es un acto antinatural”, sostiene, haciéndose eco
de Darwin), pero subraya que “el punto de partida para ser buen escritor es ser
un buen lector”.
La “maldición del conocimiento”,
que “consiste en la dificultad de concebir que otra persona puede no saber algo
que nosotros sí sabemos”, juega un importante papel en la explicación de sus
tesis sobre las dificultades de la comunicación escrita[1].
Llega a calificarla como “una verdadera lacra en los afanes de la humanidad, a
la par con la corrupción, la enfermedad y la entropía”.
A lo largo del manual Pinker
da muchas lecciones de interés, y, aunque “[su] foco se encuentre en la no
ficción”, considera que “las explicaciones deberían ser útiles también para los
escritores de ficción, porque muchos principios de estilo pueden aplicarse del
mismo modo [sic] cuando el mundo que se describe es real y cuando es imaginario”.
No obstante, advierte claramente
acerca de cuán ardua es la tarea del escritor: “Hay demasiadas cosas que tienen
que salir bien en un texto para que la mayoría de los mortales lo capten a la
primera. Es dificilísimo formular un pensamiento que sea interesante y cierto…
La forma en que los pensamientos se suscitan en el cerebro del escritor no
tiene nada que ver con la forma en la que son absorbidos por el lector”.
[1]
Algunas reflexiones al respecto se plantean en Tiempo
Vivo : Las pretensiones de la escritura: entre maldiciones y bendiciones
(neotiempovivo.blogspot.com). Por otro lado, el problema de la “maldición
del conocimiento” se suscita de manera singular en el ámbito de la educación
financiera (Tiempo
Vivo : El Congreso de Educación Financiera de Edufinet “Realidades y Retos”: la
hora de las conclusiones (neotiempovivo.blogspot.com)).