El gasto público desempeña un papel fundamental en la economía y en la
determinación del bienestar económico de los ciudadanos. Sus efectos reales dependen
de varios factores que pueden sintetizarse en algunos conocidos interrogantes:
cuánto, para qué, en qué, por quién, y cómo se gasta. La cantidad es, por
supuesto, un factor primordial, pero su valoración no puede disociarse de
aspectos cruciales como la calidad, la eficiencia, la eficacia, la economía, y
la calidad del gasto. Desafortunadamente, habitualmente nos tenemos que conformar
con manejar las cifras del gasto monetario, que no arrojan ninguna información
sobre los otros aspectos mencionados.
Tampoco las cifras correspondientes a las clasificaciones usuales del gasto,
aunque sí aportan distintas perspectivas de interés. Es lo que ocurre con la
clasificación del gasto por funciones. Según el sistema utilizado internacionalmente
para la clasificación de las funciones del gasto público (COFOG), son diez las
funciones diferenciadas.
En el cuadro adjunto se refleja la estructura del gasto público de España,
Alemania, Francia e Italia, en 2020. Este año fue bastante atípico, por
circunstancias sobradamente conocidas, y en él se dispararon los niveles de
gasto público[1]. Por lo
que concierne a la composición del gasto, puede comprobarse que España no
desentona demasiado respecto a los países de referencia.