Hace poco, tuve
un encuentro con Francisco Javier Martín Reyes, con quien coincidí, en el curso
académico 1972-73, en el Instituto de Martiricos. Ya por aquel entonces era un
alumno sumamente brillante que destacaba en todas las asignaturas,
particularmente en Matemáticas. Desde hace años, es un reputado catedrático de
Análisis Matemático de la Universidad de Málaga, y prestigioso investigador. Juntos,
recordamos viejos tiempos, y evocamos a los integrantes del impresionante
plantel de profesores de nuestro venerado centro escolar.
Uno de ellos era
el profesor Primitivo Gómez, don Primitivo. De imponente y atronadora voz, su
simple mirada a la búsqueda de algún pupilo que accediera a la tarima hacía
cundir el pavor en la clase. Someterse a sus exigentes preguntas, atenazados
por el miedo escénico, era una dura prueba para aquella cohorte de aterrados
adolescentes. Era, sin embargo, don Primitivo un magnífico docente, de sólida
formación y amplios conocimientos. Tenía una especial predilección por los
logaritmos, en los que era necesario ejercitarse con soltura para poder superar
la asignatura. Lo recuerdo como un excelente y riguroso docente.
Su afición por
los logaritmos solo rivalizaba con su pasión por la experiencia del pilotaje de
una aeronave. Había sido, al parecer, aviador durante la desgraciada contienda
civil, pero nunca se refería a hazañas militares. La sensación de escapar de un
cielo encapotado, surcando las nubes, para encontrarse con un cielo luminoso y
radiante, era para él algo sublime e incomparable. Lo que más apreciaba.
Esta mañana, al contemplar
la estela que iba dejando un reactor, me pareció entrever que en el firmamento
se dibujaban logaritmos naturales y neperianos, mientras las funciones
logarítmicas iban sucediéndose en una secuencia de destellos incesantes.
Incluso creí percibir la formulación del teorema de Euler. Casi sin darme
cuenta, me trasladé a aquella aula de la que guardo algunos de los recuerdos
más entrañables de mi vida. Nervioso, delante del encerado, esperaba los duros
desafíos a los que me iba a someter aquel apasionado docente que nos ayudó a
descubrir nuevos horizontes.
Años más tarde,
cuando iba camino de la Facultad de Económicas, en alguno de los centros
educativos del entorno, creía, a veces, identificar la potente voz de aquel extraordinario
profesor, que hoy, medio siglo después, sigue alojado en nuestro corazón.