13 de marzo de 2022

¿Hacia una nueva era del sector público?

 

La determinación de las funciones que el sector público debe desempeñar es una de las cuestiones esenciales de la Economía. Dos son los aspectos clave a dilucidar: el alcance de su intervención, esto es, qué funciones debe asumir, y su dimensión en comparación con la del sector privado. Se trata de un campo de estudio apasionante, sujeto a un considerable grado de controversia en el que nos encontramos dificultades y discrepancias conceptuales, metodológicas y empíricas. En particular, en lo referente a una pregunta crucial: ¿por qué crece el tamaño del sector público?

Si adoptamos una perspectiva de largo plazo, vemos que dicho tamaño ha ido aumentando notoriamente a lo largo de la historia, aunque no de una manera lineal ni continuada. Mientras que, a mediados del siglo XIX, el gasto público representaba menos de un 10% del producto interior bruto (PIB) en la mayoría de los actuales países desarrollados, desde mediados del siglo XX, en algunos de ellos se han alcanzado cotas claramente superiores al 50%.

En el año 1996, Bill Clinton proclamaba que la era de un gran sector público había llegado a su fin. Sin embargo, en algunas naciones, el gasto público ha alcanzado en 2020 los niveles más altos de la historia. Es el caso de España, con un 52,4% respecto al PIB. También estaban por encima del 50% Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Italia y Suecia, entre otros. Prácticamente, la mitad de los 34 países integrantes de la OCDE. Los menores niveles correspondían a Irlanda (menos del 30%), y Corea y Suiza (menos del 40%).

Ahora bien, el año 2020 estuvo marcado por la incidencia de la crisis ocasionada por la pandemia del coronavirus, que hundió la actividad económica y catapultó el gasto público. En 2019, la horquilla iba del 24,2% en Irlanda al 55,3% en Francia (en España, 42,1%). ¿Cuáles son las causas explicativas del crecimiento del sector público en perspectiva histórica?

Una línea muy explorada tradicionalmente pone el foco en la relación existente entre el nivel de desarrollo económico, medido por la renta per cápita, y la magnitud del sector público. A medida que un país progresa económicamente, es mayor la demanda de bienes y servicios suministrados por el Estado. Es la denominada, impropiamente, “ley” de Wagner. No obstante, la existencia de una amplia dispersión de las ratios del gasto público en países con niveles de desarrollo similar lleva a relativizar su fuerza explicativa.

El enfoque de la elección pública (escuela de la “public choice”) abrió nuevas perspectivas al incorporar en el análisis los intereses de los agentes que intervienen en el “mercado” político (políticos, funcionarios, sindicatos, votantes, proveedores…). La tendencia de los cargos públicos a expandir y maximizar su presupuesto y sus dotaciones de plantillas ha dado lugar a una teoría específica. Un gran protagonismo ha adquirido la constatación de una importante asimetría: los beneficios de los programas de gasto público suelen estar concentrados en colectivos específicos, que favorecen el aumento de las dotaciones presupuestarias, mientras que los costes se reparten de manera más difusa entre el conjunto de los contribuyentes.

La “enfermedad de Baumol”, padecida por numerosos servicios (públicos o no), es otro factor que explica el aumento del peso relativo del gasto público. El hecho de que algunos servicios no se presten a avances en la productividad, en la medida en que se basan en el concurso inexcusable de una serie de personas y de condiciones (por ejemplo, una orquesta), hace que su coste relativo se vaya incrementando.

Otra línea de investigación se centra en las consecuencias que la ocurrencia de eventos o situaciones extraordinarias tiene para la senda del gasto público. En épocas de crisis, la población acepta con mayor facilidad que suba el gasto público e incluso las cargas fiscales necesarias. En ese tipo de coyunturas suele producirse un acusado aumento del gasto (“efecto desplazamiento”), que, teóricamente, debería volver a su senda anterior una vez que finalizara el episodio crítico. Sin embargo, no ocurre eso, sino que el gasto continúa instalado en un nivel superior. Es lo que se denomina “efecto trinquete” (no en la acepción mexicana, cabría precisar). La crisis pandémica y la situación medioambiental son importantes factores en la evolución del gasto público. En cualquier caso, un cuarto de siglo después, no puede decirse que el vaticinio de Clinton fuera muy atinado.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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