12 de marzo de 2022

Actas de reuniones encriptadas

 

Los recuerdos de la intrahistoria del baloncesto malagueño se acumulan en férrea disputa con otras vivencias de una época llena de intensidad. Fue una petición casi innegociable, la de contar con la colaboración de alguien de la máxima cualificación, discreción y eficacia en el proceso de elaboración de actas de reuniones de órganos de gobierno y dirección. Tras una experimentada y acreditada trayectoria en esos menesteres en la Caja de Ahorros de Almería, Pepe Rodríguez (José Rodríguez Padilla) fue uno de los grandes fichajes, alejado de los focos y de los titulares, primero de Unicaja, como entidad financiera integradora, y, luego, del Club Baloncesto Málaga, como sociedad anónima deportiva. Afincado transitoriamente en Málaga, como secretario de actas desarrolló, hasta su retorno a su querida Almería, una labor ejemplar e impagable. Con extraordinario celo y gran esmero desempeñó las misiones que se le encomendaron, y participó activa y valiosamente en el arduo proceso de adaptación y reforma de las anteriores estructuras societarias a la nueva realidad. En ese proceso se vivió una etapa áspera y difícil que casi nadie conoce.

A lo largo de más de treinta años, he visto múltiples formas de preparar actas de reuniones. Cada secretario, ya sea titular o asistente, tiene su estilo y exhibe de distintas maneras sus habilidades. Excluido el sistema de grabación, hay quienes toman notas manuscritas, escriben directamente en un ordenador portátil, recogen algunas ideas básicas, o simplemente confían en su memoria. Pepe Rodríguez destaca claramente como un outlier, como un caso singular ciertamente atípico en las décadas recientes. Durante mi infancia, conocí a bastantes personas que estudiaban mecanografía y taquigrafía, pero sólo he visto a una utilizar esta última técnica en vivo. Algunas de las decisiones importantes en la historia del Club Baloncesto Málaga se registraron, en primer término, en ese lenguaje jeroglífico. La confidencialidad estaba garantizada, al menos respecto al común de los mortales. Lógicamente, su artífice era el único capacitado para transcribir fielmente los contenidos escondidos en esos enrevesados surcos.



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