Ha
llegado a mis manos un ejemplar de la obra “Estado contra Mercado”, del
profesor Carlos Rodríguez Braun, editada en el año 2023 (Unión Editorial/Centro
Diego de Covarrubias). Quien no haya reparado en la advertencia efectuada en el
prólogo, y lea algunas expresiones, como la de que “el mercado ha sido
incorporado al acervo doctrinal y es aceptado como ingrediente indispensable de
la convivencia humana”, o la de que “la simpatía hacia el liberalismo en varios
campos, sobre todo entre los economistas, es mayor que antes”, podrá discernir
que, pese al año de la edición, el texto difícilmente podría ser de esa fecha.
En efecto, como se indica al comienzo, no lo es, sino que corresponde a una
reimpresión del escrito a finales de los años 1990. Desde entonces, con la gran
crisis económica y financiera por medio, han cambiado bastante las cosas.
Lo
que en absoluto ha cambiado es la convicción del autor de la adecuación de los
postulados liberales como fuente inspiradora de una sociedad libre y avanzada,
capaz de satisfacer las necesidades sociales. La, en su opinión, aplastante
superioridad del mercado frente al Estado como eje de las decisiones económicas
está en la base de esa afianzada creencia del, durante décadas, catedrático de
Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense de Madrid.
Aportar argumentos para respaldar esa posición es el objeto de dicho libro, de
pequeño formato, pero de enorme alcance, por las cuestiones de las que se ocupa
y los planteamientos que se efectúan, para la teoría económica.
Para
alguien que se haya formado al amparo de la teoría normativa de la Hacienda
Pública, que ofrece una detallada justificación a la intervención del sector
público en la economía, a partir de un análisis riguroso y sistemático de los
fallos del mercado, la lectura del texto del profesor Rodríguez Braun supone un
auténtico shock, que inmediatamente da paso a un desafío intelectual. No
tanto por la innovación en los argumentos expuestos, sino, más bien, por la
amplitud de su recorrido, así como por la contundencia y la confianza con la
que se transmiten al lector. El autor no esconde sus cartas, no se anda con
rodeos, ni adopta ningún tipo de contemplaciones. Defensa del liberalismo y del
mercado en estado puro, con estilo directo y sin ambages.
La
tesis del ensayo es que “el Estado ha crecido excesivamente a expensas del
mercado y ha usurpado derechos y libertades de los ciudadanos no solo más allá
de los económicamente conveniente sino también de lo políticamente lícito y lo
moralmente admisible”. Su pretensión es demostrar que “es preciso un nuevo
equilibrio entre Estado y mercado”. Para ello parte de un elogio del mercado,
que “florece allí donde impera la libertad, la justicia, la seguridad personal,
la protección de los derechos y la garantía del cumplimiento de los contratos.
Por eso la economía de mercado y la civilización y el progreso van de la mano…
El mercado es un sistema de reglas que no se pliega necesariamente a los deseos
individuales. Solo obliga a seguir el veredicto de la colectividad”. La lectura
de los argumentos que expone en relación con el inventario de los fallos
tradicionales del mercado reviste utilidad, como contrapunto del planteamiento
estándar recogido en la generalidad de los manuales de Hacienda Pública y de
Economía del Sector Público.
La
crítica del Estado parte del rechazo categórico de que la coacción derivada de
la concepción hobbesiana “pueda ser denominada el único contrato social
racionalmente concebible en libertad”. Uno tras otro, va repasando lo que son
cuasi-dogmas en la construcción teórica de la fundamentación de la intervención
del sector público en una economía mixta. Los intervencionistas de
formación se ven desafiados en su posición doctrinal, asimilada como algo
consustancial e incuestionable. Caben, al menos, dos posturas. La más fácil, la
del desprecio, amparada por la abrumadora mayoría de tratadistas y seguidores
del enfoque hegemónico; la más productiva, la de escudriñar los argumentos,
contraponerlos con los dominantes, y buscar el contraste con los datos
empíricos. Todo ello a la búsqueda de una integración teórica que permita una
mejor explicación de los hechos y el diseño de las mejores políticas
económicas. Tal vez una quimera en un entorno de creciente polarización, no
sólo en el ágora social, sino también en las supuestas torres académicas.
El
profesor Rodríguez Braun apela a la búsqueda de la auténtica acepción del
progreso. A tal efecto, considera como “ilustrativa la definición de
progresista según el Diccionario de nuestra lengua: ‘Aplícase a un partido
liberal de España, que tenía por mira principal el más rápido desenvolvimiento
de las libertades públicas’”. Lo que no podía prever cuando redactó su ensayo
es que el “progreso” estaba por llegar al Diccionario de la R.A.E.