2 de julio de 2024

Estado vs. Mercado: una perspectiva liberal

 


Ha llegado a mis manos un ejemplar de la obra “Estado contra Mercado”, del profesor Carlos Rodríguez Braun, editada en el año 2023 (Unión Editorial/Centro Diego de Covarrubias). Quien no haya reparado en la advertencia efectuada en el prólogo, y lea algunas expresiones, como la de que “el mercado ha sido incorporado al acervo doctrinal y es aceptado como ingrediente indispensable de la convivencia humana”, o la de que “la simpatía hacia el liberalismo en varios campos, sobre todo entre los economistas, es mayor que antes”, podrá discernir que, pese al año de la edición, el texto difícilmente podría ser de esa fecha. En efecto, como se indica al comienzo, no lo es, sino que corresponde a una reimpresión del escrito a finales de los años 1990. Desde entonces, con la gran crisis económica y financiera por medio, han cambiado bastante las cosas.

Lo que en absoluto ha cambiado es la convicción del autor de la adecuación de los postulados liberales como fuente inspiradora de una sociedad libre y avanzada, capaz de satisfacer las necesidades sociales. La, en su opinión, aplastante superioridad del mercado frente al Estado como eje de las decisiones económicas está en la base de esa afianzada creencia del, durante décadas, catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense de Madrid. Aportar argumentos para respaldar esa posición es el objeto de dicho libro, de pequeño formato, pero de enorme alcance, por las cuestiones de las que se ocupa y los planteamientos que se efectúan, para la teoría económica.

Para alguien que se haya formado al amparo de la teoría normativa de la Hacienda Pública, que ofrece una detallada justificación a la intervención del sector público en la economía, a partir de un análisis riguroso y sistemático de los fallos del mercado, la lectura del texto del profesor Rodríguez Braun supone un auténtico shock, que inmediatamente da paso a un desafío intelectual. No tanto por la innovación en los argumentos expuestos, sino, más bien, por la amplitud de su recorrido, así como por la contundencia y la confianza con la que se transmiten al lector. El autor no esconde sus cartas, no se anda con rodeos, ni adopta ningún tipo de contemplaciones. Defensa del liberalismo y del mercado en estado puro, con estilo directo y sin ambages.

La tesis del ensayo es que “el Estado ha crecido excesivamente a expensas del mercado y ha usurpado derechos y libertades de los ciudadanos no solo más allá de los económicamente conveniente sino también de lo políticamente lícito y lo moralmente admisible”. Su pretensión es demostrar que “es preciso un nuevo equilibrio entre Estado y mercado”. Para ello parte de un elogio del mercado, que “florece allí donde impera la libertad, la justicia, la seguridad personal, la protección de los derechos y la garantía del cumplimiento de los contratos. Por eso la economía de mercado y la civilización y el progreso van de la mano… El mercado es un sistema de reglas que no se pliega necesariamente a los deseos individuales. Solo obliga a seguir el veredicto de la colectividad”. La lectura de los argumentos que expone en relación con el inventario de los fallos tradicionales del mercado reviste utilidad, como contrapunto del planteamiento estándar recogido en la generalidad de los manuales de Hacienda Pública y de Economía del Sector Público.

La crítica del Estado parte del rechazo categórico de que la coacción derivada de la concepción hobbesiana “pueda ser denominada el único contrato social racionalmente concebible en libertad”. Uno tras otro, va repasando lo que son cuasi-dogmas en la construcción teórica de la fundamentación de la intervención del sector público en una economía mixta. Los intervencionistas de formación se ven desafiados en su posición doctrinal, asimilada como algo consustancial e incuestionable. Caben, al menos, dos posturas. La más fácil, la del desprecio, amparada por la abrumadora mayoría de tratadistas y seguidores del enfoque hegemónico; la más productiva, la de escudriñar los argumentos, contraponerlos con los dominantes, y buscar el contraste con los datos empíricos. Todo ello a la búsqueda de una integración teórica que permita una mejor explicación de los hechos y el diseño de las mejores políticas económicas. Tal vez una quimera en un entorno de creciente polarización, no sólo en el ágora social, sino también en las supuestas torres académicas.

El profesor Rodríguez Braun apela a la búsqueda de la auténtica acepción del progreso. A tal efecto, considera como “ilustrativa la definición de progresista según el Diccionario de nuestra lengua: ‘Aplícase a un partido liberal de España, que tenía por mira principal el más rápido desenvolvimiento de las libertades públicas’”. Lo que no podía prever cuando redactó su ensayo es que el “progreso” estaba por llegar al Diccionario de la R.A.E.

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