Muchas son las enseñanzas contenidas en la obra
“Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo” que Antonio
Machado nos legó a través de su inefable profesor Juan de Mairena. En relación
con la práctica de la crítica literaria o artística, recoge lo que podríamos considerar
un canon apreciable cuya aplicación generalizada, en esos y otros ámbitos, permitiría
cosechar importantes beneficios comunitarios:
“Si alguna
vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos. Benevolencia no
quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad
del bien, en vuestro caso, deseo ardiente de ver realizado el milagro de la
belleza. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede ser fecunda. La
crítica malévola que ejercen avinagrados y melancólicos es frecuente en España,
y nunca descubre nada bueno. La verdad es que no lo busca ni lo desea.
Esto no quiere decir que la crítica malévola no coincida más de
una vez con el fracaso de una intención artística. ¡Cuántas veces hemos visto
una comedia mala sañudamente lapidada por una crítica mucho peor que la
comedia!... ¿Ha comprendido usted, señor Martínez?
Martínez.- Creo que
sí.
Mairena.- ¿Podría usted resumir lo
dicho en pocas palabras?
Martínez.- Que no
conviene confundir la crítica con las malas tripas.
Mairena.- Exactamente.
Más de una vez, sin embargo, la malevolencia,
el odio, la envidia han aguzado la visión del crítico para hacerle advertir, no
lo que hay en las obras de arte, pero sí algo de lo que falta en ellas. Las
enfermedades del hígado y del estómago han colaborado también con el ingenio
literario. Pero no han producido nada importante”.
Especialmente recomendable sería el respeto del
canon maireniano en el campo de las evaluaciones de los trabajos académicos. Ya
se sabe que el amparo del anonimato abre las puertas a mayores licencias expresivas.
Recuerdo el caso de un incipiente investigador a quien uno de los evaluadores
de un artículo que había remitido a una revista elitista le espetó que su
estilo literario era deplorable incluso para los deficientes estándares de los
economistas. El pesar causado por el rechazo del original fue menor que ese reproche,
para una persona que era tenida, en su entorno, como un brillante literato
dentro del mundo económico. Pese a su enorme desazón, no tuvo reparo en mostrar
a sus allegados el contenido del informe de evaluación, que llegó a provocarle
un trauma y, a la postre, le llevó a abandonar la carrera universitaria.