14 de julio de 2024

Enjuiciamiento de Sowell a la justicia social

 

Thomas Sowell, legendario economista estadounidense de 94 años, lleva tiempo enjuiciando la justicia social. Es frecuente que, ante la valoración de las políticas económicas y sociales, nos dejemos llevar por alguna tendencia apriorística, determinada por una posición ideológica o una visión del mundo. Sowell propone adoptar un enfoque apoyado en tres pilares, que es difícil rechazar de antemano: el razonamiento filosófico, la argumentación económica y, sobre todo, los datos de la experiencia.

Es la metodología que despliega en su libro “Falacias de la justicia social” (Deusto, 2024). Toda justicia es inherentemente social. ¿Puede alguien ser justo o injusto en una isla desierta?, pregunta desde hace años. El núcleo de la visión de la justicia social reside en el supuesto de que, dado que las desigualdades entre las personas superan con creces cualquier diferencia entre sus condiciones innatas, tales disparidades han de percibirse necesariamente como la evidencia de los efectos de la explotación y la discriminación. Sowell trata de rebatir este planteamiento señalando que hay minorías subordinadas que han logrado históricamente, en algunas parcelas, mejores resultados económicos que las mayorías dominantes, e introduce el concepto de desigualdades recíprocas: algunos grupos se encuentran rezagados en la consecución de ciertos logros, pero destacan en otros. Y aduce que hay factores ajenos a la discriminación que pueden explicar las diferencias en los resultados.

Por otra parte, resalta que las disparidades estadísticas entre grupos raciales no pueden atribuirse mecánicamente a la raza, ya sea por causas genéticas o por discriminación. Hay varios aspectos que influyen en la desigualdad de los ingresos, entre ellos, las diferencias en la proporción de familias monoparentales, o en patrones de comportamiento. Rememora la inclinación del “progresismo” estadounidense, en su etapa inicial, hacia el determinismo genético. Entre los episodios que menciona, algunos -difíciles de creer- llaman poderosamente la atención, como la consideración, atribuida a un máximo mandatario, de que había personas que eran inferiores. En la etapa posterior de dicha corriente, la teoría de los genes fue reemplazada por la discriminación racial como explicación automática de las diferencias grupales en los resultados económicos y sociales. Sowell cree encontrar un nexo común en esas dos etapas: la impermeabilidad a las pruebas o conclusiones que contradijeran sus propias creencias.

El tercer grupo de posibles falacias se congrega en torno a un símil ajedrecístico. En la aplicación de políticas redistributivas se considera que los individuos afectados son piezas inertes en un tablero de ajedrez. Sin embargo, no suele ser así, y las medidas económicas tienen efectos, a veces contraproducentes. En el apartado dedicado al conocimiento, cuestiona a Rousseau y a otros pensadores, que, pese a postular que la sociedad debe guiarse por la ‘voluntad popular’, abogan por dejar la interpretación de esa voluntad en manos de las élites. Alude a Hayek como figura destacada en la oposición a la presunta superioridad de los intelectuales como guías o sustitutos de otras personas, bajo la pretensión de su omnicompetencia: “Las políticas basadas en la visión de la justicia social tienden a asumir no sólo una concentración del conocimiento trascendental en las élites intelectuales, sino también una concentración de las causas de las disparidades socioeconómicas en otras personas… [y tienen] una dependencia de afirmaciones sin fundamentos basadas en el consenso de las élites, tratadas como si eso equivaliera a hechos documentados”.

Para Sowell, ni la sociedad ni el gobierno tienen un control causal o una responsabilidad moral que se extienda a todo lo que ha salido bien o mal en la vida de cada persona. Asimismo, entiende que “una visión global predominante no tiene por qué producir ninguna prueba objetiva cuando la retórica y la repetición pueden ser suficientes para lograr sus objetivos, sobre todo cuando se pueden ignorar o suprimir puntos de vista alternativos”.

Y deja una reflexión final: “Quizás lo más sorprendente de todo sea que muchos defensores de la justicia social han mostrado poco o ningún interés por ejemplos notables de progreso de los pobres, cuando ese progreso no se basaba en el tipo de política promovida en nombre de la justicia social… Eso plantea al menos la cuestión de si las prioridades de los defensores de la justicia social son los propios pobres o la visión del mundo de los defensores de la justicia social y su propio papel en esa visión”. Duro e incisivo, ciertamente, el enjuiciamiento realizado por Sowell, afortunadamente, debatible y contrastable en una sociedad libre: ¿“So-well”, o “Not-so-well”?, ¿“So-well-come”, o “So-fare-well”? Algo que no es factible si se da la inquietante opción evocada por un conocido seudónimo: “Or-well”.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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