No había tenido tiempo para intentar resolver la última adivinanza
planteada por Pericles, aunque no la había olvidado. Se acumulan ya algunas en
la lista de tareas pendientes. A pesar de ello, me encuentro con otro desafío
intelectual, de esos que eran tan estimulantes en la infancia y en la
adolescencia temprana, cuando aún creía que podía encontrarse la verdad.
Cualquier acertijo sigue despertando la curiosidad y activando algún mecanismo
interior, pero, sin embargo, no llega a activarse como antaño, lastrado por el
agotamiento, el aturdimiento o la desesperanza.
Con bastante esfuerzo, he de recurrir a los rescoldos de aquellas
nociones de francés de los lejanos días del bachillerato para enterarme del
contenido del nuevo mensaje:
“L'instruction doit être mise dans cette dernière classe
d'établisse-ments, non seulement parce qu'il est nécessaire de conserver aux
parents une véritable liberté dans le choix de l'éducation qu'ils doivent à
leurs enfants, mais aussi, comme je l'ai déjà observé, parce que l'influence
exclusive de tout pouvoir public sur l'instruction est dangereuse pour la
liberté et pour le progrès de l'ordre social”.
En esta ocasión, el sigiloso remitente lanza algunos interrogantes:
“¿Qué juicio merecería hoy quien pronunciara un discurso como el anterior?
¿Podría considerarse representativo del conservadurismo, del espíritu de la
Ilustración, o tal vez de una etapa revolucionaria?
Esta vez, además, remata la misiva con un supuesto indicio: “La sombra
del cóndor es alargada”.