16 de junio de 2024

El precio del tiempo

 

Edward Chancellor ha escrito una impresionante historia de los tipos de interés, a la que da título la definición que sintetiza su significado, “El precio del tiempo” (Deusto, 2024). En un recorrido de más de 5.000 años, los tipos de interés han acompañado el curso de la sociedad y han condicionado la marcha y el rumbo de la economía. Su trayectoria está marcada por una fuerte oposición proveniente de los ámbitos filosófico y religioso.

Pese a ello, ya en los tiempos babilónicos formaban parte de las transacciones comerciales con unas tasas (las más altas de la historia, incluso por encima del 30% anual) que hoy se antojan inaprensibles. Fue en Mesopotamia donde se inventó el interés compuesto, la ley más poderosa del universo, según frase atribuida a Einstein.

En dicha obra, Chancellor, historiador financiero y periodista económico, deja constancia de que el concepto de interés es sumamente complejo, y pone el foco en una cuestión básica: si una economía capitalista puede funcionar adecuadamente sin un interés determinado por el mercado. Defiende la tesis de que éste es imprescindible para orientar la asignación del capital en la economía, y sin él resulta imposible valorar las inversiones.

La legitimidad de su uso se fue abriendo camino, a lo largo de los siglos, cuando se percibió que el tiempo tenía valor, y que el interés servía para compensar al acreedor por el coste de oportunidad (lucro cesante) por no poder emplear su capital prestado. El interés es el valor temporal del dinero. Apoyándose en las ideas de Hayek, sostiene que la acumulación de una deuda privada excesiva como consecuencia de unos tipos muy reducidos, que inclinan a las empresas a invertir en proyectos con una recompensa muy lejana en el tiempo, puede ser desastrosa.

La historia económica está salpicada de grandes controversias entre los partidarios y los detractores de la aplicación de tipos muy bajos. Mientras que los primeros anunciaban el surgimiento de un círculo virtuoso, los segundos creían que ofrecer crédito a un precio inferior a la tasa natural abocaba a una burbuja financiera.

Ha habido diferentes interpretaciones del tipo de interés natural, entre ellas la que lo identifica por la ausencia de inflación y deflación. Algunos economistas lo asocian a la tasa de crecimiento del PIB nominal. A lo largo del libro, el autor desbroza lo acontecido en significativas experiencias históricas en las que encuentra paralelismos doctrinales y coyunturales con los episodios de las crisis financieras recientes. En relación con la iniciada en 2007-2008, señala que “los economistas de la corriente predominante, que habían sido incapaces de detectar una sola señal de fragilidad financiera con antelación, tenían de repente un sinfín de explicaciones”.

De esa crítica exonera a algunos economistas del Banco de Basilea, para quienes la crisis financiera no estaba causada por una saturación de ahorro, sino por un exceso de crédito. De igual manera, cuestionaban el recurso a los tipos ultrabajos (“que actúan como la copa que cura la resaca”) como remedio para normalizar los niveles de deuda, en la medida en que empujaban a seguir agrandándola.

Se hace eco de la asimilación del tipo de interés al tiempo de posesión en el baloncesto, cuya función es acelerar el juego: “Con un tipo de interés cero, la economía progresa al solemne ritmo de una marcha fúnebre”. Los tipos ultrarreducidos acaban llenando la economía de empresas zombis, en perjuicio de las empresas más dinámicas y productivas. Dichos tipos, que benefician indiscriminadamente a los deudores, castigan enormemente a los ahorradores y a quienes han acumulado fondos para su jubilación. En una situación de “represión financiera”, los tipos a corto plazo quedan por debajo de la tasa de inflación. Han sido, además, un factor de incremento de la desigualdad de la renta y la riqueza. A este respecto, Chancellor cuestiona la pretendida “ley de la desigualdad” de Piketty, rebatida por los datos, así como su error de no diferenciar entre los activos productivos y los activos financieros.

Los tipos de interés han llegado a entrar en terreno negativo (“los daneses que tenían una vivienda recibían un reembolso por sus hipotecas y las empresas obtenían un pago adicional por emitir bonos con una rentabilidad negativa”), lo que califica como la innovación más estúpida y la más extraña en la historia de las finanzas.

El precio más importante de una economía de mercado es el tipo de interés. Los tipos de interés son los semáforos que guían la economía de mercado: “Apaga esos semáforos y se producirá una colisión en cadena”. Sin su referencia, resulta imposible valorar los flujos futuros de ingresos, el capital no se puede asignar de forma adecuada, y el ahorro es escaso.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



Entradas más vistas del Blog