Me
lo temía. Cuando vi su nombre en el asunto del correo electrónico, sabía ya que
me aguardaba una nueva tarea cuasidetectivesca, como en los viejos tiempos.
La
firma de Pericles no podía hacer esperar otra cosa, en esta ocasión con un
evidente grado de dificultad: “… A … les empieza a brotar bilis de la pluma con
tan sólo escribir su nombre. Traidor nato, miserable intrigante, puro reptil,
tránsfuga profesional, vil alma de corchete, deplorable inmoralista…, no se ahorra
con él ninguna palabra despreciativa…”.
Esta
vez, al menos, me facilitaba alguna pista: “Ten presente que quien escribe estas
líneas es uno de tus escritores predilectos, autor de biografías magistrales”.