“La
misma dinámica rige entre los disparatados propagadores de noticias falsas.
Estos personajes sin escrúpulos distorsionan la realidad difundiendo
informaciones sin base lógica, hacen afirmaciones de gran relevancia con
absoluta gratuidad, manipulan toda clase de razones, argumentos y datos con tal
de apoyar una idea. Lo que sea o deje de ser esta idea carece de importancia…
Da igual el tema. Lo importante es que en esta batalla la primera víctima en
caer fulminada es la verdad, y a partir de ahí el campo queda libre para que
vuelvan los garrotazos y se diga cualquier cosa con impunidad”.
Hay
descripciones, como la recogida en el párrafo anterior, que parecen reflejar
situaciones actuales. No siempre es así. Es el anterior un escrito periodístico
aparecido en el año 1849 con la firma de un tal Charles Dickens. Ponía de
relieve el autor de David Copperfield un serio problema, agravado en nuestros
días por la proliferación y la facilidad para la circulación de cualquier
información.
A
dicho problema viene a añadirse otro, que puede llegar a ser no menos
mayúsculo, en caso de que prevalezca el dictado irrestricto de los guardianes
oficiales del pensamiento. En relación con algunas disposiciones aprobadas
recientemente en Escocia, el Institute of Economic Affairs señala la dificultad
de determinar lo que es una “persona razonable”, concepto clave en la
aplicación de la nueva normativa de control de la información.