La
impresionante imagen de la Catedral de Málaga viene a insinuar que el estado
del cofre de las finanzas ha debido de ejercer una notable influencia en la
configuración de la fisonomía que hoy exhibe. Es evidente que los recursos
presupuestarios han tenido que desempeñar un papel fundamental para poder erigir
un coloso arquitectónico de esa naturaleza, y también, aunque sea
implícitamente, han de ser una referencia para buscar una explicación a su
parte inconclusa. Muchos fueron, en efecto, los avatares financieros vividos, a
lo largo de casi tres siglos, durante la construcción del sagrado templo.
En
la obra “Arte y economía: la construcción de la Catedral de Málaga”
(Universidad de Málaga y Colegio de Arquitectos en Málaga, 1985), de Lorenzo
Pérez del Campo, encontramos los detalles de lo acontecido en el siglo XVIII.
Obra ésta que, por su extensión (prácticamente, 400 páginas) y su minuciosidad,
sobre la base de consultas a archivos documentales, sorprende, de entrada, por
provenir de una memoria de licenciatura. Simplemente esto (desde luego, no sólo
la cantidad) daría pie a alguna reflexión sobre las características deseables
de un trabajo de fin de grado universitario.
En
el libro se recoge un amplio apéndice en el que se transcriben documentos
originales del archivo catedralicio. Entre éstos, una real cédula del año 1723
mediante la cual el rey Felipe V ordena el establecimiento de un arbitrio,
durante cuatro años, con objeto de recabar fondos para la construcción de la
Catedral de Málaga. El arbitrio consistía en una carga de un real de vellón por
cada arroba de pasa, vino y aceite que se exportara o saliera por el puerto de
Málaga.
Sin
hacerse esperar mucho, a los tres días de dictarse dicha cédula, se dirige una
súplica a “Su Majestas” para que reconsiderase la aplicación de dicha exacción.
La petición se eleva a instancias de la Hermandad de Viñeros, y en ella se
argumenta que el vino y la pasa son el “nervio principal” para el sustento del
comercio y la manutención de los vecinos. Allí se exponen -en un lenguaje que
recuerda la prosa cervantina en cuitas semejantes narradas en El Quijote[1]-
las dificultades de los cosecheros para obtener un precio adecuado. Otras
lecciones de economía, en relación con el acceso al consumo suntuario y la
competencia de otros productores, se recogen en el documento, en el que, en su
parte final, “se suplica [a Vuestra Magestad] se sirva mandar suprimir el
expresado arvitrio”.